Desde que era niña, siempre soñé con tener mi propia familia: un refugio donde sentirme segura y rodeada de personas que me amaran. Sin embargo, ese anhelo parecía inalcanzable, ya que crecí en un orfanato, un lugar donde las sonrisas eran escasas y el tiempo para los demás aún más. Me sentía invisible entre aquellos muros grises. Todo cambió el día en que cumplí la mayoría de edad; ya no podía quedarme allí. La directora del orfanato me ayudó a conseguir un trabajo en una empresa, sin imaginar que ese sería el comienzo de mi verdadera desgracia. Esta es la historia de mi vida, una travesía marcada por el amor y la traición
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Capitulo V Celos
Desde que Cristina entró a trabajar en la empresa de los Sarmientos, había pasado un año entero. Un año en el que la tensión entre ella y su jefe no solo se había mantenido, sino que ardía con una intensidad casi insoportable, una mezcla peligrosa de atracción y poder que electrificaba cada encuentro.
Enrique llego a su empresa con su paso firme y seguro, pero al cruzar la puerta se detuvo en seco. Allí estaba Cristina, abrazada de uno de los empleados del área administrativa. Sus manos se cerraron en puños, los nudillos blancos bajo la presión; sus uñas arañaban la piel con tal fuerza que le dolía hasta a él mismo.
"Buenos días, señor", la voz de la recepcionista cortó el aire como un disparo, sacándolo de su furia contenida.
"La nueva resultó ser toda una joyita". Comento la recepcionista con malas intenciones.
Enrique apretó la mandíbula. Su voz grave resonó por la oficina como un trueno cuando preguntó:
"¿Qué está sucediendo aquí?"
Todos se quedaron en silencio. Cristina soltó al hombre que la abrazaba y lo miró fijamente a los ojos, sin apartar la mirada ni un segundo.
"Señor Sarmiento, estábamos felicitando a Cris por su cumpleaños", una empleada intentó suavizar el ambiente.
Pero Enrique no estaba para bromas ni explicaciones dulces. Sus ojos eran como dagas afiladas que penetraban hasta el fondo de sus almas.
"Están en horario laboral. Cualquier muestra de afecto debe hacerse en su hora libre", dijo con voz helada, cortante como un cuchillo.
Sin esperar respuesta, se dio la vuelta y desapareció por el pasillo dejando tras de sí un silencio tenso y pesado, cargado de promesas no dichas y emociones contenidas.
Cristina quedó paralizada, sintiendo cómo el peso de la mirada de Enrique seguía quemándole la piel incluso cuando ya no estaba frente a ella. El silencio en el área de recepción era casi ensordecedor. Con voz temblorosa y una mezcla de vergüenza y tristeza, trató de romperlo:
"Lo siento, muchachos. Gracias por sus felicitaciones", dijo, bajando la cabeza.
Sin esperar más, se apresuró a caminar por el pasillo que su jefe había tomado, intentando dejar atrás el nudo en el estómago que le apretaba el pecho.
"¡Cris, espera!", la voz de Ricardo resonó tras ella.
Cristina frenó apenas un instante y se volvió ligeramente nerviosa.
"Lo siento, Ricardo, debo irme a trabajar", respondió con un hilo de voz.
"Solo quería invitarte a salir esta noche", insistió él, con una sonrisa esperanzada.
Ella lo miró confundida y un poco incómoda.
"Lo siento, pero no puedo. Ya quedé con alguien esta noche", dijo sin mirarlo directamente y continuó su camino sin voltear. Ricardo sintió un sabor amarga en su boca; los celos se apoderaron de él al escuchar esas palabras que ni siquiera estaban dirigidas a él.
Al llegar a su escritorio, Cristina tomó su agenda con manos temblorosas y se dirigió hacia la oficina de Enrique. Respiró profundo para armarse de valor; sabía que lo que le esperaba no sería fácil.
"Permiso, señor", dijo entrando con cuidado.
Enrique levantó la vista con ceño fruncido.
"Llegas tarde", reclamó con frialdad. Ese comentario hirió a Cristina más de lo que esperaba; había esperado al menos una palabra amable por ser su cumpleaños.
"Lo siento, señor. No volverá a suceder", respondió ella, tratando de ocultar la decepción en su voz.
Él asintió sin mirar y ordenó:
"Eso espero. Ahora lee la agenda para hoy.
Con voz firme, Cristina comenzó a enumerar los compromisos del día. De repente, Enrique interrumpió sin levantar la mirada:
"Agrega una cena de última hora esta noche". Dijo casualmente. "Olvide decirte que irás conmigo".
El silencio se apoderó de ellos. Cristina sintió cómo su corazón se encogía al asimilar lo que acababa de escuchar.
"¿Pasa algo?" Enrique finalmente la miró fijamente ante su silencio. Su mirada era oscura, casi intimidante.
"Señor, tengo planes para esta noche".
"En tu contrato está claro: debes estar disponible a cualquier hora que yo te necesite. Y esta noche tengo una cena muy importante", su voz firme y autoritraia.
Cristina tragó saliva con dificultad; sabía que tenía razón. Ese contrato era un compromiso que no se podía romper, el cual aún duraría cuatro años más. Se obligó a aceptar resignada:
"Como usted diga, señor".
Un frío silencio quedó revoloteando en el aire mientras ella salía lentamente de la oficina, consciente de que aquella noche no solo enfrentaría una cena importante... sino también sus propios sentimientos atrapados en esa relación tensa y peligrosa con Enrique.
Al salir de la oficina llamo a Míriam para disculparse por no poder verla esa noche, ella ya estaba al tanto de la enfermedad de la única mujer que había considerado como una madre después de la muerte de su mamá biológica y esa noche pasaría su cumpleaños con ella, pero ahora gracias a su jefe no podría hacerlo. Con mucha tristeza colgó la llamada sintiendo el peso de la culpa sobre ella.
El día paso rápido, sin ningún nuevo imprevisto y sin hablar más allá de lo laboral con su jefe. Cuando la tarde empezó a caer Enrique salió de su oficina con su actitud petulante "es hora de irnos".
"Aún es temprano y no termino con mi trabajo". Respondió Cristina con cansancio visible en sus ojos.
Enrique la miró con los ojos entrecerrados. "Soy el jefe, así que podemos irnos cuando yo quiera". Dijo con tono de burla.
"Perdón, olvide que eras el todopoderoso", susurro Cristina en un tono apenas audible.
"¿Qué dijiste?" Pregunto Enrique haciendo cómo si no hubiera escuchado nada, pero sí que había oído.
"Nada, señor. Solo deje que tome mis cosas", dijo resignada Cristina.
Ambos subieron al ascensor, la tensión entre ellos era cada vez más fuerte, "tenemos que hacer una parada antes de ir al restaurante".
"Cómo usted diga", respondió ella resignada.
Ambos salieron del edificio ante las miradas curiosas de los empleados, algunos rumores empezaron a crearse en torno a la extraña relación de Enrique y de su secretaria. Mismos rumores que llegaron a oídos de Ricardo quien asumió que la cita de Cristina no era con otra persona que el hijo del dueño de la empresa.