Nunca imaginé que una simple prueba de embarazo cambiaría mi vida para siempre. Mi nombre es Elizabeth, y hace unos meses, mi vida era completamente diferente. Trabajaba como asistente ejecutiva para Alexander, el CEO de una de las empresas más importantes del país. Alexander era todo lo que una mujer podría desear: inteligente, carismático y extremadamente atractivo. Nuestra relación comenzó de manera profesional, pero pronto se convirtió en algo más. Pasábamos largas horas juntos en la oficina, y poco a poco, la atracción entre nosotros se volvió innegable.Nuestra relación terminó abruptamente cuando Alexander decidió que era mejor para ambos si seguíamos caminos separados. Me dejó con el corazón roto y una promesa de no volver a cruzar nuestros caminos. Pero ahora, con un bebé en camino, mantener ese secreto se vuelve cada vez más difícil.Decidí no decirle nada a nadie, especialmente a él. No podía arriesgarme a que esta noticia se filtrara y arruinara su carrera.
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RECONEXIÓN
Elizabeth
La reunión con los socios fue un éxito, y al regresar a casa me sentí plenamente satisfecha. Al abrir la puerta, los niños se acercaron corriendo, con sus rostros iluminados por la emoción.
—¡Mami, mami! —exclamaron, rodeándome en un cálido abrazo.
—Hola, mis amores. ¿Cómo les fue hoy? — pregunté mientras acariciaba suavemente sus cabecitas con cariño.
—Jugamos mucho con la abuela María— respondió Lucas, dejando escapar una gran sonrisa que iluminaba su rostro.
—Y también hicimos dibujos para ti — añadió Sofía, mostrando con orgullo un papel lleno de colores vibrantes y formas divertidas.
—¡Qué lindos son esos dibujos! Me encanta ver lo que han creado —exclamé con entusiasmo. —Ahora, ¿qué les parece si jugamos un rato antes de cenar? — propuse, y al escucharme, los niños aplaudieron llenos de alegría y emoción.
Nos divertíamos enormemente en el jardín, correteando de un lado a otro mientras nuestras risas resonaban en el entorno. Lucas y Sofía se turnaban para intentar atraparme, y su alegría era contagiosa, llenando el aire con un ambiente de pura felicidad. Después de un tiempo jugando, decidimos entrar a la casa para descansar y cenar. María, siempre atenta, había preparado una comida exquisita que todos íbamos a disfrutar juntos. Alrededor de la mesa, se compartieron anécdotas y risas, creando un hermoso momento en familia.
Una vez terminada la cena, era hora de llevar a los niños a sus habitaciones para ducharlos y prepararlos para dormir. ¡Hora del baño!, anuncié con entusiasmo. Al escuchar mis palabras, Lucas y Sofía, llenos de energía, corrieron hacia el baño riendo enérgicamente, su alegría contagiando cada rincón de la casa mientras se anticipaban a la divertida rutina que estaba por venir.
Mientras les daba el baño, comenzamos a jugar con el agua, salpicándonos mutuamente y riendo a carcajadas.
—¡Mira, mami, soy un pez! —exclamó Lucas, chapoteando alegremente en la bañera y moviendo los brazos como si realmente estuviera nadando.
Sofía, contagiada por la diversión, rápidamente respondió.
—¡Y yo soy una sirena! —Se sumergió en el agua y emergió con una gran sonrisa, haciéndose la valiente bajo las burbujas.
—¡Qué peces y sirenas tan preciosos tengo aquí!,— respondí entre risas, disfrutando de su alegría y la inocencia de aquellos momentos tan especiales compartidos en la bañera.
Luego de finalizar el baño, los envolví en sus suaves toallas y les puse sus pijamas, sintiendo la calidez de sus cuerpos después de jugar en el agua. Con cuidado, los llevé a sus habitaciones y los ayudé a acomodarse en sus camas. Acomodándome entre ambas camas.
—¿Qué cuento quieren escuchar hoy?.
—El de la princesa y el dragón, —murmuró Lucas, encogiéndose bajo las suaves y cálidas sábanas de su cama.
—Sí, ese es mi cuento favorito—, comentó Sofía con una sonrisa, mientras abrazaba fuertemente a su peluche, un tierno conejito de peluche que siempre le acompañaba en las noches.
—Está bien, el de la princesa y el dragón será el que contemos esta noche, —respondí con una sonrisa, preparando mi voz para dar inicio a la mágica historia.
⋅•⋅⊰∙∘☽ LA PRINCESA Y EL DRAGÓN ☾∘∙⊱⋅•⋅
—Había una vez, en un reino lejano que se extendía más allá de las montañas y los vastos bosques, una princesa valiente y decidida que vivía en un hermoso castillo. Ella era conocida en todo el reino no solo por su belleza, sino también por su gran corazón y su valentía.
Un día, de repente, un dragón gigantesco hizo su aparición en el reino. Sus alas enormes bloqueaban el sol y su poderoso rugido resonaba por cada rincón del territorio, llenando de temor a todos los habitantes. La gente corría despavorida y se escondía en sus casas, temiendo que el dragón les causara algún daño. Sin embargo, la princesa, que había escuchado todas las historias sobre dragones peligrosos, no se dejó llevar por el miedo.
Decidida a averiguar la razón de la furia del dragón, se armó de valor y, con un corazón lleno de determinación, decidió enfrentar al dragón. Se propuso descubrir por qué estaba tan enfadado y, quizás, encontrar una solución que pudiera traer la paz de nuevo al reino. Así comenzó su valiente aventura...
A medida que narraba el cuento, los ojos de los niños comenzaron a cerrarse lentamente.
—Y así, la princesa y el dragón se convirtieron en amigos, y el reino disfrutó de una paz eterna, —concluí, observando cómo se adentraban en el sueño.
Les di un beso en la frente a cada uno y salí de la habitación, cerrando la puerta con suavidad. Me dirigí a mi habitación, me di una ducha y permití que el agua caliente relajara mis músculos. Me sequé el cabello, me cambié a mi pijama y me acomodé en la cama.
Mientras yacía en la cama, mi mente empezó a divagar. Reflexioné sobre todo lo que había sucedido en los últimos años, sobre la pérdida de Daniel y cómo eso había transformado mi vida. De repente, me vino a la cabeza mi familia, mis hermanos. Una punzada de nostalgia me invadió, y me pregunté cómo estarán.
Tomé mi teléfono y vacilé por un instante, cuestionándome si debía llamarlos. Sentía temor por lo que pudieran decir, sobre cómo reaccionarían tras tanto tiempo. Al final, llegué a la conclusión de que era momento de retomar el contacto.
Llamé al número de uno de mis hermanos y aguardé con expectativa. Tras unos segundos, escuché una voz conocida.
—¿Hola? — preguntó de manera incierta.
—Hola, Tomás —respondí, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza.
—¿Elizabeth? ¿Eres tú? —inquirió, con una expresión de sorpresa en su voz.
—Sí, soy yo, —respondí, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a acumularse en mis ojos.
—¡No puedo creerlo! ¡Es Elizabeth! —exclamó, llamando a nuestro otro hermano. —¡Javier , ven rápido! ¡Elizabeth está al teléfono!
Pude escuchar a Javier acercarse y tomar el teléfono. —¿Elizabeth? ¿De verdad eres tú?— preguntó, su voz rebosante de emoción.
—Sí, soy yo. Los he extrañado tanto — respondí, tratando de controlar la oleada de emociones que me invadía, una combinación de alegría por volver a verlos y tristeza por el tiempo perdido.
—¿Por qué no llamaste antes? ¿Por qué te fuiste tan repentinamente? —preguntó Juan, su tono de voz revelando la preocupación que sentía. Era evidente que su inquietud era genuina, como si cada palabra estuviera cargada de la ansiedad que todos habíamos sentido en mi ausencia.
—Lo siento mucho. Prometo que les explicaré todo. Solo quiero que sepan que los he extrañado profundamente y que lamento no haber estado en contacto durante tanto tiempo—dije, mientras hacía un esfuerzo por contener las lágrimas que amenazaban con brotar. Cada palabra que pronunciaba estaba impregnada de sinceridad y un deseo ferviente de reencontrar el lazo que nos unía.
—También te hemos extrañado mucho, Elizabeth. Nos alegra tanto poder escucharte,— comentó Tomás, con una voz llena de emoción.
Pasamos la noche conversando, poniéndonos al tanto y rememorando viejos tiempos. Experimenté una profunda sensación de alivio y alegría al volver a conectar con mi familia. Era consciente de que el camino que tenía por delante no sería sencillo, pero con el apoyo de mis hermanos, me sentía preparada para afrontar cualquier reto.
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