Alejandro es un político cuya carrera va en ascenso, candidato a gobernador. Guapo, sexi, y también bastante recto y malhumorado.
Charlotte, la joven asistente de un afamado estilista, es auténtica, hermosa y sin pelos en la lengua.
Sus caminos se cruzaran por casualidad, y a partir de ese momento nada volverá a ser igual en sus vidas.
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Imagen de poder
Capítulo 8: Imagen de poder
Charlotte observaba el reflejo de Alejandro en el espejo de cuerpo entero del vestidor improvisado dentro de su oficina.
—Demasiado serio —murmuró, ladeando la cabeza con gesto crítico—. Si no estuviera a punto de hablar con empresarios, diría que va a un funeral.
Alejandro, que llevaba puesta una camisa blanca perfectamente planchada y un saco azul oscuro, arqueó una ceja.
—Es un evento político, no una pasarela.
—Justamente —replicó ella con una mueca, para luego quedarse pensativa—, la política también es una pasarela. Solo que los trajes pesan más y las sonrisas duran menos.
Él intentó disimular una sonrisa, pero la esquina de su boca lo traicionó. Charlotte aprovechó ese pequeño triunfo. Llevaba varios días observando su forma de vestir: sobria, práctica, casi militar. Correcta, pero sin alma. Era evidente que alguien lo había preparado para parecer intocable, y no para conectar con las personas.
—¿Puedo? —preguntó, acercándose a él mientras señalaba su corbata.
Alejandro asintió. Ella aflojó apenas el nudo de la corbata, aflojó un botón de la camisa y cambió el pañuelo del bolsillo por uno de otro color. Luego dio un paso atrás.
—Ahí está.—dijo tras un suspiro —Poder, sin parecer inaccesible.
—¿Y eso cómo se logra?
—Con detalles. Los hombres que imponen respeto sin levantar la voz no necesitan tanto negro —respondió, guiñándole un ojo.
Giulia apareció en ese momento con una carpeta bajo el brazo, observando la escena con una mezcla de curiosidad y recelo.
—¿Todo listo? La prensa estará en el salón principal en veinte minutos.
—Todo listo —respondió Charlotte antes que él.
La jefa de prensa la miró unos segundos, sin poder ocultar el fastidio, luego giró sobre sus tacones. Pero antes de salir se giró...
—Confío en que lo que has hecho sea... útil.
Charlotte sonrió sin inmutarse.
—No debería preocuparse. No hago milagros, pero a veces me salen cosas parecidas.
Charlie se despidió de Alejandro con un "Buena suerte" y este simplemente la observó, no estaba convencido de haber hecho bien en contratarla. Tenía la sensación de que la muchacha podía llegar a cambiar muchas cosas.
El salón del hotel resplandecía con luces doradas y murmullo de copas. Los empresarios más influyentes del sector energético y financiero conversaban en pequeños grupos, mientras los fotógrafos aguardaban la llegada de Alejandro, "El candidato".
Charlotte se mantenía a un costado, revisando cada detalle. Había elegido para él un traje azul noche, camisa blanca con textura ligera y una corbata color marfil, que hacía resaltar el tono de su piel. La muchacha había insistido en cambiarle el peinado, pero él le dio un no rotundo. Así que al ingresar al salón no se veía ostentoso, pero sí diferente al Alejandro Montalbán que todos conocían.
Cuando lo vio entrar, incluso ella contuvo el aire.
Tenía esa calma controlada que atraía miradas. Caminaba con paso firme, pero sin rigidez. Los flashes comenzaron a estallar.
—Buen trabajo —murmuró Santiago, el asesor legal, acercándose a Charlotte—. No pensé que lo fueras a convencer de cambiar su estilo.
—Yo tampoco —admitió ella—. Pero te diré que es solo el comienzo.
Durante la cena, Charlie se mantuvo entre bastidores, observando cómo Alejandro manejaba la conversación. Lo había peinado con un toque de desorden intencional, algo que suavizaba su expresión. En pantalla, el resultado era impecable: elegante, pero humano.
Entonces ocurrió el imprevisto. Una de las cámaras de televisión, colocada demasiado cerca del atril, se desajustó y cayó, casi golpeando a uno de los invitados. La atención se dispersó. Giulia corrió a hablar con los técnicos, pero el caos era evidente.
Charlotte reaccionó sin pensarlo. Se acercó a Alejandro y, en un gesto rápido, le desabrochó el último botón del saco.
—Respire. No te muevas hasta que todo vuelva a su eje. La cámara principal te está tomando.
Él la miró, sorprendido por la seguridad en su voz. Siguió su indicación.
En menos de un minuto, el personal del hotel recolocó el equipo. Alejandro aprovechó ese instante para soltar una broma ligera al micrófono, aludiendo al incidente con elegancia. La sala estalló en risas y aplausos. Charlotte sonrió desde el fondo. Había logrado que se mostrara natural, sin perder el control.
Cuando la velada terminó, Giulia se acercó a él con una sonrisa forzada.
—Excelente manejo, Alejandro. Los empresarios quedaron encantados.
—Fue una buena noche —respondió él, mirando a Charlie—. Todo gracias a que tengo un muy buen equipo.
Charlotte fingió revisar su bolso para evitar la mirada directa.
De regreso en el auto, el silencio era cómodo.
—Tiene buen ojo señorita Rossi —dijo él finalmente, sin mirarla—. Y reflejos rápidos.
—Solo hice mi trabajo —dijo, aunque sabía que había hecho más que eso.
—De igual manera debo felicitarla.
—Vicios del oficio —contestó Charlotte, mirando por la ventanilla—. Cuando trabajas con celebridades caprichosas, aprendés a resolver antes de que se note el desastre.
—¿Y yo soy uno de esos caprichosos?
—Todavía no —dijo ella con media sonrisa—. Pero puedo reconocer el potencial.
Él soltó una breve risa, y por un instante, ambos se relajaron.
La ciudad desfilaba por la ventanilla como una película sin sonido. Charlotte pensó que era extraño sentirse tan involucrada en algo que, en teoría, no le correspondía. La corrección política, las cenas formales, los discursos medidos... ella era el caos ordenado en medio de tanta estructura.
Al llegar al edificio de oficinas de Alejandro, donde la esperaba un taxi, él se detuvo antes de que ella abriera la puerta.
—Señorita Rossi. Una pregunta de logística, si me permite.
—Adelante.
—¿Qué hubiera pasado si la cámara hubiera caído y me hubiera golpeado? ¿Cuál hubiera sido el plan B de la estilista?
Charlotte se giró, su expresión de picardía se encendió bajo la luz de la farola.
—Depende. Si lo golpea en la cabeza, pedir un médico. Pero si solo lo roza... —Se inclinó ligeramente, con un brillo en los ojos que él no recordaba haber visto en una reunión de negocios—. Lo hubiera ayudado a quitarse el saco en el escenario, y hubiera dicho que fue un golpe de suerte que le recordó lo frágil que es el equipo de prensa cuando hay algo importante que decir. Un poco de vulnerabilidad bien manejada es oro. Hubiera convertido un desastre en un momento íntimo con el público.
Alejandro parpadeó, absorbiendo la audacia de la respuesta. Era irresponsable, pero fascinante.
—Eso es... peligroso.
—La política es un deporte de riesgo, señor. Buenas noches.
Salió del auto sin esperar respuesta, dejando tras de sí un rastro de jazmines mezclado con cítricos y la sensación de que acababa de recibir una lección.
Mientras Charlotte se alejaba, y Alejandro entraba Giulia irrumpió en el hall, cerrando la puerta con más fuerza de la necesaria.
—Alejandro, necesito hablar contigo sobre Charlotte Rossi.
Él se quitó el saco y desabrochó el botón que Charlotte había liberado en el momento del caos, casi por inercia.
—Fue excepcional esta noche, Giulia. El golpe de la cámara se manejó perfectamente. Los reportajes de la mañana no hablan del incidente, sino de lo "cálido" que estuviste.
—Y eso es precisamente mi preocupación. Su estilo es demasiado... casual. Te quitó el botón, te soltó el nudo. Esos son trucos de celebridad, no de un candidato serio. Queremos mostrar tu seriedad.
Giulia colocó la carpeta sobre el escritorio con un golpe seco.
—Su currículum es de modas, no de comunicación política. Sus ideas son peligrosas. ¿"Vulnerabilidad bien manejada"? Suena a guion de telenovela.
Alejandro la miró con calma, pero sus ojos denotaban un cambio.
—Me vendiste a mí, Giulia. Me vendiste como el candidato intocable, serio, predecible. Y la gente ya no compra eso. Compran personas. Charlotte no está quitando seriedad; está quitando rigidez. Esta noche, por primera vez, me sentí diferente.
Giulia frunció el ceño.
—Ese es el problema. No deberías cambiar.
—Tal vez, pero no puedes negar que ella lo supo manejar.
El silencio fue pesado. Giulia, que había sido su mano derecha por años, sospechó que habría un cambio de poder y no solo en la apariencia de Alejandro sino también en la dinámica del equipo. Pero se resignó a no decirlo.
—Solo te pido cautela. Si ella cruza la línea, si hace algo que arruine tu credibilidad... ¿Quién será el responsable?
Alejandro tomó el pañuelo que Charlotte había elegido —de un color que sutilmente combinaba con el azul noche del traje— y lo dobló con cuidado.
—Soy el candidato, Giulia. El responsable final siempre seré yo. Y por ahora, confío en el buen ojo y los reflejos de la señorita Rossi. Confío en que a veces, no hacer milagros puede ser lo más parecido.
En su casa, Charlotte, ya descalza y con la vela encendida, se releyó el mensaje de Alejandro.
“Gracias por hoy. Hizo que todo pareciera fácil.”
Sonrió con un dejo de autosuficiencia. Recordándole que los caprichosos saben cómo halagar.
“Solo fue cuestión de imagen.” Respondió.
El teléfono vibró casi al instante. No esperaba una respuesta tan rápida.
“No. Fue cuestión de confianza. Buen trabajo, Charllote. Duerma bien.”
El uso de su nombre y la familiaridad del mensaje la descolocaron. No se había dado cuenta de lo mucho que su pequeña victoria la había afectado hasta que leyó la palabra. Él no la estaba tratando como a una empleada eficiente; la estaba tratando como a alguien que había entendido algo fundamental de él.
Charlotte apagó la vela con un soplido, con una sonrisa que no pudo borrar. "Confianza", pensó. Un hombre tan controlado como Alejandro Montalbán, hablando de confianza con una estilista loca en medio de una campaña.
Se acostó en la cama, mirando el techo. Mañana tendría que enfrentarse a Giulia, que probablemente la estaría esperando con un pliego de condiciones.
La política es una pasarela, se recordó, y los trajes pesan.
Pero, curiosamente, ahora sentía que el peso estaba sobre Alejandro, y ella tenía la tijera. Y estaba lista para cortar.