Alana Alvarado Blanco solía sentarse en un rincón de su pequeño cuarto en el orfanato y contar los huecos visibles en la pared, cada uno representando un día más sin la compañía de sus padres. En su mente infantil, imaginaba que cada uno de esos agujeros era un recuerdo de los buenos momentos que había compartido con ellos. Recordaba con cariño aquellos cinco años en los que su vida había sido casi perfecta, entre risas y promesas. La melodía de la risa de Ana Blanco, su madre, resonaba en su corazón, y la voz firme de Vicente Alvarado, su padre, aún ecoaba en su mente: “Volveremos por ti en cuanto tengamos el dinero, pequeña”. Sin embargo, ese consuelo se había transformado en una amarga mentira, la última vez que le repetían esas palabras había sido poco antes de que la pesada puerta de madera del Hogar de San Judas se cerrara tras ella, sellando a la fuerza su destino y dejando su vida marcada por la ausencia. En ese instante, la esperanza que una vez brilló en sus ojos comenzó a de
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capítulo 8
La Preparación
Primero, era fundamental que ella lo encontrara. Subió al pequeño Mercedes blanco que Fernando le había obsequiado, un coche que apenas utilizaba. Con determinación, se dirigió hacia el autolavado Royal, donde sabía que él la estaría esperando. Al llegar, sus ojos se posaron en Ricardo, quien se encontraba allí, impasible, al lado de un brillante Bentley negro que destacaba por su elegancia.
Alana salió del vehículo, acercándose a él con una actitud que intentaba parecer serena, aunque sus ojos estaban ligeramente enrojecidos, resultado de haberse frotado las lágrimas en el trayecto. Su rostro mostraba una mezcla de ansiedad y desesperación, como si un pánico contenido estuviera a punto de desbordarse en cualquier momento.
¡Ricardo, menos mal que te encuentro!, exclamó Alana, esforzándose por contener la temblorosa fragilidad de su voz.
El hombre la observó con su típica expresión seria y casi impasible. Señora Alana, ¿hay algo que le preocupe?
Sí, Ricardo, hay algo realmente grave. Se trata de Fernando, respondió Alana, bajando su voz hasta que se convirtió en un susurro insinuante. Se acercó a él, buscando generar una conexión cercana, como si compartieran un secreto importante. Sé que eres la persona de confianza de Fernando. Necesito tu ayuda para mantenerlo a salvo.
Ricardo entrecerró los ojos, visiblemente confundido. Lo siento, señora. No comprendo lo que está sucediendo.
Fernando está actuando de manera sumamente imprudente. Está almacenando unos documentos y unas agendas en el archivador que pertenece al señor Carlos, ubicado en el segundo piso de la empresa. Estas son cosas que podrían comprometerlo gravemente si las llegaran a encontrar la prensa o, aún peor, los señores Fuente.
Alana continuó su relato, entretejido con un aire de drama: Hoy, unos periodistas encubiertos estaban merodeando por el edificio de la empresa. Tuvieron la oportunidad de observar a su hermana, Sofía, comportándose de manera sospechosa. Tengo la sensación de que alguien está intentando sabotear a Fernando para perjudicar la reputación de toda la familia.
Alana se inclinó ligeramente hacia adelante, su mano temblorosa buscó apoyo en el brazo de Ricardo, como si ese gesto pudiese transmitir la urgencia de su mensaje. Fernando está tan abrumado con su trabajo que ha comenzado a cometer errores graves, susurró, con el rostro marcado por la preocupación. Si esos documentos llegan a manos de un periodista, será el fin para él. Yo solo soy su esposa, Ricardo, pero tú eres su amigo, y necesito que confíes en mí.
Hizo una pausa, su mirada suplicante se posó en los ojos de Ricardo, buscando en ellos la comprensión que tanto anhelaba. Solo te pido que me prestes la llave, por unos pocos minutos. Solo eso, continuó, con la voz entrecortada por la tensión. Voy a sacar esa agenda y la guardaré aquí en mi casa. Mañana misma te la devolveré sin que nadie se entere de lo que ha pasado. Esto es lo único que puede ayudarnos a mantener a Fernando a salvo, a mantenerlo en la línea. Alana apretó su mano, esperando que su súplica torcida por la desesperación suavizara el corazón de Ricardo.
El silencio se extendió en el ambiente, creando una atmósfera tensa. Ricardo era un hombre leal, pero su lealtad estaba principalmente dirigida hacia el apellido Fuente y la seguridad de su empleo. Si esa estabilidad estaba en riesgo debido a la imprudencia del joven, podría ser su responsabilidad actuar y tomar una decisión.
Con sus ojos fijos en ella, Ricardo la observó detenidamente, evaluándola profundamente, intentando encontrar alguna señal de deshonestidad en su mirada. Por su parte, Alana sostuvo la mirada de la esposa, que se percibía asustada y vulnerable.
Finalmente, tras un largo suspiro que parecía cargar el peso de sus pensamientos, Ricardo introdujo su mano en el bolsillo interno de su chaqueta, como si buscara algo que le diera claridad o determinación para enfrentar la situación.
El señor Fernando jamás me perdonaría si llevara a cabo esta acción, murmuró con voz apenas audible. Sin embargo, usted tiene toda la razón. Los escándalos son perjudiciales para el negocio.
Con un gesto decidido, sacó una pequeña llave de metal plateado, carente de cualquier tipo de distintivo o marca que la identificara, y se la entregó a Alana con cuidado.
Esto es solo por una hora, señora. Yo estaré aquí esperándolo, añadió con una seriedad que hacía eco de la importancia del momento.
Alana, en ese instante, sintió una mezcla de emociones que la invadieron. Una especie de triunfo frío y calculado la recorrió. Había logrado ganar la primera batalla en esta complicada situación. Gracias, Ricardo. Has salvado a mi esposo, le respondió con un tono de gratitud que enmascaraba la tensión del instante.
Regresó a su automóvil, sintiendo la adrenalina recorrer su cuerpo mientras se disponía a emprender el camino de regreso a la Fuente Corporation. Su corazón latía con fuerza, impulsado por una mezcla de anticipación y emoción que le erizaba la piel.
La llave que sostenía en su mano no era simplemente un pedazo de metal; era, en realidad, su boleto hacia la verdad, un objeto que prometía abrir las puertas del conocimiento que tanto anhelaba. Con cada giro de la llave en su mente, se llenaba de esperanza y determinación.
Alana estacionó su automóvil en el aparcamiento público cercano al edificio, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza mientras sostenía la llave plateada en su mano. Le quedaba menos de una hora.
Con determinación, volvió a la Fuente Corporation, pero esta vez había cambiado su apariencia. Lucía un atuendo de estudiante inocente, y la confianza que le otorgaba el nombre de Fernando la llenaba de seguridad. Nadie la detuvo en su camino.
Se dirigió al ascensor y, a diferencia de su visita anterior, esta vez no se limitó a la sala de sistemas. Su objetivo era mucho más audaz: quería llegar al piso de Fernando, el verdadero epicentro de la traición que había estado investigando.
Al salir del ascensor en el piso ejecutivo, Alana sintió una sensación de inquietud que le erizaba la piel, como si el aire a su alrededor se volviera más denso y cargado de peligro. Su instinto le decía que algo no estaba bien. Con paso decidido, se dirigió por el pasillo que la llevaría a la Sala de Sistemas, pasando junto a la oficina de su esposo, Fernando.
De repente, se detuvo con un sobresalto.
La puerta de la oficina de Fernando, que por lo general siempre permanecía cerrada, estaba entreabierta, dejando ver una rendija de luz en el interior. Desde allí, pudo distinguir claramente dos voces hablando en un tono bajo pero urgente, lo que despertó aún más su curiosidad y preocupación.