Ava Becker nunca imaginó que cumplir su sueño de ser modelo la llevaría a un mundo de luces y sombras. Dulce, hermosa y con una figura curvy que desafía los cánones de la moda, logró convertirse en la musa de Aurora Lobo, la diseñadora más influyente de Italia. Sin embargo, detrás de las pasarelas y los reflectores, Ava sigue luchando contra sus inseguridades y el eco de las voces que siempre le dijeron que no era suficiente.
Massimo Di Matteo, miembro de la mafia italiana, jamás creyó en el amor a primera vista. Rodeado de mujeres perfectamente delgadas y dispuestas a todo por tenerlo, su vida parecía marcada por el poder, el control y el deseo superficial. Hasta que la ve a ella. Una mirada basta para romper todos sus estándares y derrumbar cada una de sus certezas: Ava no es como las demás… y justamente por eso, la quiere para sí.
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Expectativas.
Massimo Di Matteo ❤️🔥
Amanezco con el cuerpo pesado y la cabeza clara. La tensión de la reunión de anoche se disipó entre sudor, piel y gemidos. Dos mujeres me acompañan aún en la cama: una rubia de ojos verdes y una pelirroja de labios carnosos. No recuerdo sus nombres, no suelo hacerlo. Para mí solo fueron una distracción, un desahogo después de tantas horas lidiando con viejos socios que creen que pueden darme órdenes.
Me incorporo, paso una mano por mi rostro y camino hasta las cortinas de mi penthouse en el centro de Florencia. Vivo aquí desde hace tres años, lejos de la mansión de mis padres. Amo mi independencia. Corro las cortinas de golpe y dejo que el sol entre con fuerza.
—Mierda… —gruñe la rubia, tapándose con la sábana.
—¿Tan temprano? —se queja la pelirroja, con voz pastosa.
No me molesto en responder. Me encierro en el baño. El agua fría me despierta por completo. Me gusta mirarme al espejo después de una ducha: el traje gris a medida, los zapatos italianos brillando, el cabello negro peinado hacia atrás. Me gusta el orden, la perfección. Si algo me ha enseñado la mafia es que los detalles marcan la diferencia entre la vida y la muerte.
Al salir, ellas todavía están en mi cama. Sus cuerpos enredados entre las sábanas de seda color marfil, mirándome con ojos hambrientos.
—Vuelve, Massimo… —susurra la pelirroja, mordiéndose el labio.
—Podríamos repetirlo —agrega la rubia con una sonrisa insinuante.
Respiro hondo y me apoyo en el marco de la puerta.
—La noche fue buena, pero ya amaneció. Hora de que vuelvan a sus casas.
Ellas se miran entre sí, intentando seducirme otra vez, pero yo ya no siento nada. No me interesa. Solo quiero silencio, espacio y orden.
—¿Nos vas a llamar? —pregunta la rubia, mientras recoge su vestido del suelo.
—Claro… —respondo sin pensar, sabiendo que nunca lo haré.
Las veo vestirse con movimientos lentos, resignados. Cuando se marchan, marco a la encargada del aseo.
—Ven ya. Quiero todo impecable antes de la tarde —ordeno.
El penthouse queda en calma. Bajo por el ascensor, acompañado por cuatro de mis hombres de seguridad. Todos armados, todos leales. No me muevo sin ellos. En la calle, el sol de Florencia brilla sobre los edificios históricos, pero yo apenas lo noto. Para mí, esta ciudad no es arte ni romance, es territorio, rutas, contactos.
—¿Al puerto? —me pregunta Lorenzo, mi jefe de seguridad.
—Sí. Quiero ver con mis propios ojos cómo se mueve la mercancía.
Este año empecé a manejar una de las navieras de la familia. Antes mi responsabilidad era la seguridad, ahora también controlo barcos, rutas, contenedores. En la mafia, siempre hay que expandir, diversificar. Eso lo aprendí de mi padre, Stiven Di Matteo, la mano izquierda de Maximiliano Lobo, porque la derecha es su esposa. Mi madre, Nelly, es hermana del mismísimo líder de la organización. Yo soy el hijo mayor, el que carga con muchas expectativas, el que no puede fallar.
El convoy de autos negros avanza hasta el puerto. Apenas llegamos, el olor a sal y combustible me llena los pulmones. El mar siempre me transmite calma, aunque sé que bajo esas aguas tranquilas corren secretos, contrabando y cadáveres que nunca flotarán.
—Jefe, todo está en orden —me dice uno de los capitanes cuando lo recibo en el muelle.
—Quiero verlo —respondo con seriedad.
Reviso los contenedores, superviso los papeles, me fijo en los números de serie. Nada se me escapa. Me gusta mantener el control. La naviera es una de las puertas de entrada y salida más importantes para la organización. Si algo falla aquí, todo se viene abajo.
Uno de mis hombres me pasa un maletín. Lo abro. Dentro hay armas nuevas, pistolas con silenciador. Me brillan los ojos. Siempre me han fascinado las armas silenciosas, letales, las que pueden matar sin que nadie escuche.
—Hermosas —murmuro, acariciando una de ellas.
—Llegaron esta madrugada. Directo desde Bélgica —explica Marco.
—Quiero que todo el arsenal quede bajo llave. Y que nadie toque nada sin mi permiso.
Siento el peso de las expectativas sobre mis hombros. No soy solo uno de los herederos; soy parte del futuro de esta organización. Tengo apenas veinticuatro años, pero sé que cada decisión mía puede significar millones… o una guerra.
A veces me pregunto si tendré tiempo para algo más que esto. Relaciones serias tuve dos en mi vida, y ambas terminaron mal. Por eso me limito a conquistas de una sola noche, promesas vacías de volver a llamar. Es más fácil así. Menos compromiso, menos debilidad.
De regreso en la oficina del puerto, me sirvo un whisky aunque sea media mañana. Lo necesito. Lorenzo entra detrás de mí.
—La reunión de anoche fue dura, ¿eh? —comenta.
—Viejos idiotas —respondo, apretando la mandíbula—. Creen que por tener más años que yo pueden decirme cómo manejar mis negocios. No entienden que los tiempos cambiaron.
Lorenzo asiente, pero no dice nada más. Sabe cuándo callar.
Miro por la ventana el movimiento de los barcos. La mafia es un monstruo que nunca duerme, siempre hambriento, siempre exigente. Y yo soy parte de ese monstruo, lo quiera o no.
Tomo otro sorbo de whisky y sonrío con ironía.
—Un día de estos… voy a encontrar algo o alguien que me saque de esta rutina. Algo que no pueda controlar.
No sé por qué lo digo. Tal vez porque, en el fondo, aunque lo tengo todo —dinero, poder, respeto, mujeres—, me falta algo real. Algo que valga la pena más que la sangre, los negocios y las armas.
Pero en este mundo, las debilidades se pagan caro. Y yo no pienso dejar que nadie me vea vulnerable.
Por ahora, soy Massimo Di Matteo: el hijo mayor de una de las familias más poderosas de Italia, el hombre que controla barcos, seguridad y armas. El hombre que no se detiene.
El hombre que siempre cumple y obtiene lo que quiere.
Gracias 😊 querida escritora Rositha 🌹 por actualizar 😌 sigamos apoyando con me gusta publicidad comentarios y regalos ☺️❤️
el amor lo cambia todo 🥰