Sabina, una conocida mafiosa, se ve obligada a criar a los hijo de su hermana luego de que está muere en un trágico accidente. Busca hallar respuestas para sabre toda esa situación y saber quien se atrevió a matar a su gemela.
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capítulo 8
Luego de esa reunión, Sabina volvió a su trabajo, hasta que llegó la tarde y decidió volver con su familia.
La tarde caía dorada sobre los jardines de la mansión Capolá. Entre árboles podados con precisión casi militar y un pequeño campo de césped artificial, se escuchaban risas infantiles y la voz firme de Patrick dando instrucciones.
—¡Sebastián, Antonio! Si alguien les agarra por la espalda, ¿qué hacen?
—¡Le damos un codazo en la panza! —gritó Sebastián, de cinco años, lanzándose con todo entusiasmo hacia un cojín gigante que hacía de enemigo.
—¡Y luego lo pateamos en la espinilla! —añadió Antonio, su hermano gemelo, siguiendo con una patada que por poco derriba una maceta.
Patrick levantó las cejas.
—No sé si sus métodos son ortodoxos... pero sí efectivos —dijo entre risas—. Muy bien, soldados, vamos a la siguiente lección: “Cómo enfrentar a un niño imbécil sin que mamá termine en la oficina del director”.
—¡Eso no se puede! —respondió Sebastián con total seriedad—. Mamá va a la oficina de todas formas.
Antonio se rió a carcajadas.
—Sí, porque siempre ganamos las peleas y los demás lloran. ¡Mamá dice que no nos dejemos!
Patrick fingió estar horrorizado.
—Dios santo, ¿qué he creado?
—¡Dos máquinas de batalla! —gritaron al unísono, levantando ramas como si fueran espadas.
Sabina observaba todo desde la terraza, una copa de vino en la mano y una sonrisa involuntaria curvando sus labios. Era raro verla relajada, pero en momentos como ese, cuando sus hijos se reían sin miedo, se permitía bajar la guardia.
—Patrick los está convirtiendo en mercenarios —dijo la niñera que estaba junto a ella.
—No. Patrick les está enseñando a no arrodillarse ante nadie —respondió Sabina con serenidad—. A esta edad no se les enseña a obedecer ciegamente. Se les enseña a proteger lo que aman.
Abajo, los niños se lanzaban sobre Patrick al mismo tiempo, tumbándolo al suelo entre gritos de guerra.
—¡¡Te vencimos, general!! —exclamó Sebastián, sentado sobre su pecho.
—¡Ríndete o llamamos a mamá! —dijo Antonio, sosteniendo la rama como si fuera un cetro.
—¡No! ¡No llamen a Sabina! Ella sí da miedo —gimió Patrick, fingiendo terror.
Sabina soltó una carcajada breve y elegante que solo la niñera alcanzó a oír.
—No está fingiendo tanto —dijo la mujer.
—Lo sé.
***
Mientras tanto, en su oficina en la ciudad, Daniel Russo no podía dejar de mirar el monitor. Había abierto la ficha de Ámbar Capolá en la base de datos empresarial. Todo lo que encontraba era limpio, impoluto… y sospechosamente limitado.
—Es imposible —murmuró.
El primer registro que halló de ella databa de seis años atrás. Un registro empresarial, la fundación de su primera compañía en Canadá, Costa Azul. Luego, en rápida sucesión, se anexaron otras cinco empresas. Todas con sede legal en diferentes ciudades, todas con éxito evidente. Pero nada antes de eso. Ninguna mención a su formación, familia, entrevistas, vida pública, redes personales.
Era como si antes de sus 28 años... Ámbar no existiera.
—Una mujer así... no puede ser invisible tanto tiempo.
Golpeó el escritorio con los nudillos, frustrado. Lo más inquietante no era solo el hueco en su pasado, sino la forma calculada en que ese hueco parecía protegido. Lo que más lo inquietaba era esa mirada... los gestos del niño. El parecido no era una coincidencia. Su amigo Fabio tenía razón.
"Y si fueran míos..."
Negó con la cabeza. Era absurdo, ¿no? ¿Cómo iba a tener hijos sin saberlo? Pero si alguien sería capaz de esconder algo así, sin duda sería ella.
Suspiró y tomó el teléfono. Marcó el número de Patrick.
—¿Bernard?— dijo mirando la tarjeta qué le había entregado Patrick – Habla Daniela Russo.
—¿Russo? ¿Qué tal? — Dijo Patrick fingiendo sorpresa.
—Necesito que nos reunamos. Me interesa retomar el proyecto hotelero. Y... necesito saber más sobre la señora Capolá.
Hubo un silencio breve, tenso.
—¿Para qué exactamente?
—Llamémosle... curiosidad. Pero también precaución. Me estás pidiendo que entre en un negocio millonario con una mujer de la que no tengo ninguna información real. Me parece lógico querer conocerla más a fondo.
Patrick soltó un bufido.
—La señora Capolá no es un proyecto. Ni una inversión. Pero si quieres hablar del hotel, puedo agendarte una cita. Pasado mañana a las 9. ¿Le parece bien?
—Perfecto.
— Muy bien entonces, que tenga buenas noche.
Patrick sin mas colgó sin dejarlo responder. Estaba claro que ser secretario no era lo suyo. Luego hablaría con Sabina para que contratará a uno.
***
Esa noche, Sabina leía un cuento a los niños en la cama. Antonio ya había empezado a cabecear, pero Sebastián seguía despierto, con los ojos fijos en su madre.
—Mamá… ¿tú peleas como nosotros?
Sabina cerró el libro y lo miró.
—Yo peleo diferente, hijo.
—¿Cómo?
—Con palabras. Con leyes. Con dinero. Con poder. Pero cuando alguien quiere lastimar lo que es mío… también sé usar las manos.
Sebastián se acomodó bajo las sábanas.
—¿Y si un día no estás?
—Entonces tú y Antonio se tendrán el uno al otro. Y siempre tendrán lo que les estoy enseñando: dignidad.
El niño asintió lentamente. Luego murmuró:
—Patrick dice que tú puedes hacer llorar a los hombres malos con solo mirarlos.
Sabina sonrió, besó su frente y apagó la luz.
—Patrick es muy sabio.
Los niños se durmieron minutos después. Y mientras el silencio se adueñaba de la mansión, en algún rincón de la ciudad, Daniel Russo no podía dormir. Algo no cuadraba. Y pensaba descubrir qué era... cueste lo que cueste.
Daniel le hace falta agallas