Violeta Meil siempre tuvo todo: belleza, dinero y una vida perfecta.
Hija de una de las familias más ricas del país M, jamás imaginó que su destino cambiaría tan rápido.
Recién graduada, consigue un puesto en la poderosa empresa de los Sen, una dinastía de magnates tecnológicos. Allí conoce a Damien Sen, el frío y arrogante heredero que parece disfrutar haciéndole la vida imposible.
Pero cuando la familia Meil enfrenta una crisis económica, su padre decide sellar un compromiso arreglado con Damien.
Ella no lo ama.
Él tiene a otra.
Y sin embargo… el destino no entiende de contratos.
Entre lujo, secretos y corazones rotos, Violeta descubrirá que el verdadero poder no está en el dinero, sino en saber quién controla el juego del amor.
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Tres días para el final
Capítulo 17: Tres días para el final
(Desde la perspectiva de Violeta Sen)
El tiempo tiene una manera extraña de pasar.
Cuando quieres que se detenga, corre.
Y cuando quieres que avance, se arrastra.
En mi caso, se fue volando.
Un mes entero desapareció entre citas vacías, miradas ausentes y titulares de revistas.
Y ahora… faltaban solo tres días para la boda.
Los medios estaban completamente desquiciados.
Cada mañana, al abrir el teléfono, encontraba alguna nueva nota sobre “La princesa de la ciudad M y el príncipe de la ciudad N”.
Qué romántico, ¿no?
Excepto que esa historia de amor era tan real como un anuncio de perfume.
“La pareja más esperada del año: Damien Sen y Violeta Meil sellarán su unión en una ceremonia de ensueño.”
“El enlace que fortalecerá el poder de dos imperios empresariales.”
“Violeta Meil, la joya dorada de la sociedad, lista para ser la esposa perfecta.”
Cada titular era una farsa.
Una mentira cuidadosamente decorada con flores blancas y sonrisas de portada.
Cerré la aplicación con un suspiro.
En la televisión del fondo, mamá hablaba por teléfono con algún reportero, sonriendo como si realmente fuera feliz.
—Sí, la boda será privada, pero algunos medios tendrán acceso limitado… Sí, claro, Violeta está muy emocionada.
¿Emocionada?
La palabra ni siquiera sabía cómo se escribía ya.
Lo más curioso de todo era que, de las diez citas que la abuela Rosa Sen había organizado para que Damien y yo “nos conociéramos más”, él no asistió a ninguna.
Ni una sola.
Ni siquiera un mensaje, ni una excusa, nada.
Y aunque al principio me dolió un poco —porque en el fondo una parte de mí quería entenderlo, no odiarlo—, con el paso de los días el dolor se transformó en odio puro y seco.
Un odio tan silencioso que dolía menos que la indiferencia, pero quemaba más que el desprecio.
Y claro, como nunca tuve el valor de contarle a mamá que Damien no iba a las citas, ella me seguía obligando a asistir.
“Es importante que te muestres interesada, hija.”
“Damien solo necesita tiempo.”
“Sé paciente, todo esto es por el bien de la familia.”
Así pasé un mes entero, esperando a un hombre que no llegaba, en restaurantes vacíos, jardines románticos y cafés carísimos con dos tazas servidas y una sola persona sentada.
La mesera de uno de esos lugares ya hasta me conocía.
“¿Mesa para dos, señorita Meil?”
“Sí, pero… ya sabes cómo termina esto.”
Mi único consuelo era ese acuerdo silencioso, esa frase que se repetía en mi cabeza como un mantra:
“Solo un año.”
Doce meses.
Y después, libertad.
Por suerte, no todo en mi vida era un desastre.
Olivia ya estaba de regreso en el país M.
Mi mejor amiga, mi refugio, la única persona que podía hacerme reír incluso cuando todo parecía una tragedia de televisión.
Esa tarde, entró a mi habitación como un torbellino de energía, con una sonrisa de oreja a oreja y un vestido corto color vino que dejaba poco a la imaginación.
—Prepárate, princesa —dijo con voz teatral—. Esta noche vamos a celebrar tu última noche de “soltería”.
—¿Qué? No pienso salir, Olivia. —Cerré la revista que tenía en las manos y la miré con una ceja levantada—. No tengo nada que celebrar.
—Oh, claro que sí. Vamos a celebrar que aún no estás oficialmente atada al idiota más frío de la ciudad.
Me crucé de brazos, reprimiendo una sonrisa.
—¿Qué planeas?
—Una despedida de soltera exclusiva. Solo tú y yo. Nada de drama, nada de periodistas, nada de familia. —Sus ojos brillaron con picardía—. Vamos a un bar donde solo bailan hombres.
La miré horrorizada.
—¿Estás loca?
—Un poco —respondió encogiéndose de hombros—. Pero tú también necesitas un poco de locura, Violeta. Has pasado un mes viviendo como una viuda… y ni siquiera estás casada todavía.
Reí con ironía.
—No pienso ir.
—Sí vas a ir. —Tomó mi mano y me jaló del sillón—. Ya conseguí el lugar, las entradas y el transporte. Además, te traje algo que vas a amar.
De su bolso sacó un vestido negro corto, ajustado, con un escote discreto y una espalda abierta.
Lo sostuve entre mis manos.
—¿Esto se supone que me convenza?
—Sí, y también traje esto. —Sacó una botella de vino.
Suspiré, sabiendo que ya había perdido.
Era imposible ganarle a Olivia cuando tenía esa mirada.
—Solo una copa —dije, y ella sonrió triunfante.
Una hora después, estábamos en el auto camino al centro de la ciudad.
El conductor nos dejaba cerca de un lugar discreto, con luces neón y música que se filtraba hasta la calle.
El letrero decía: “Eclipse Bar – Ladies Only”.
—Olivia, si alguien nos ve aquí…
—Nadie nos va a ver —dijo, colocándose unas gafas de sol enormes aunque era de noche—. Además, tú te lo mereces.
—Sí, claro. Nada dice “princesa de la ciudad” como entrar a un bar donde medio metro de distancia hay hombres bailando sin camisa.
—¡Exacto! —exclamó divertida—. Vamos, Vio. Hoy no eres la princesa de nadie.
Reí. Y esa risa me supo a libertad.
Entramos, y el ambiente era una mezcla de luces, música y gritos alegres.
El lugar estaba lleno de mujeres riendo, disfrutando, soltando todo lo que el mundo les exigía callar.
Olivia me tomó de la mano y me arrastró hacia una mesa cerca del escenario.
—¿Ves? ¿No te dije que sería divertido? —gritó sobre la música.
—No puedo creer que esté aquí —respondí riendo, mientras un grupo de bailarines comenzaba su show.
Era absurdo, sí.
Pero por primera vez en mucho tiempo, no pensaba en Damien, ni en la boda, ni en los titulares.
Solo estaba yo, riendo, disfrutando, respirando sin culpa.
Entre risas, brindamos con copas de vino.
—Por nosotras —dijo Olivia levantando la suya—. Por sobrevivir a los hombres y seguir brillando.
—Por sobrevivir —repetí, brindando con ella.
Durante un momento, todo fue perfecto.
Los bailarines siguieron su show, Olivia gritaba de emoción, y yo… simplemente reía.
Hasta que recordé algo: los medios.
Mi sonrisa se congeló.
¿Y si alguien nos veía entrar aquí?
Aunque el lugar era exclusivo, los paparazzi podían estar en cualquier parte.
—Relájate —dijo Olivia, notando mi expresión—. Nadie se atrevería a seguirte hasta aquí.
Pero el destino tenía un extraño sentido del humor.
A la mañana siguiente, mientras desayunaba, mamá entró a la sala con el rostro blanco como el mármol.
En la mano tenía su teléfono, temblando ligeramente.
—¿Qué hiciste anoche, Violeta?
Me quedé helada.
—¿Qué?
—¡Las redes están llenas de fotos tuyas entrando a un bar de… de ese tipo!
Tomé el teléfono y lo vi.
Las imágenes no eran claras, pero sí evidentes: yo y Olivia entrando al “Eclipse Bar”.
Los titulares ya estaban por todas partes.
“La futura esposa de Damien Sen, captada entrando a un club masculino.”
“¿Despedida de soltera o escándalo? Violeta Meil en el centro de la polémica.”
“¿La princesa rebelde de la ciudad M?”
Me tapé el rostro con las manos.
—No puede ser…
Olivia, que acababa de bajar las escaleras, lo vio y soltó una carcajada.
—Bueno, al menos salieron bien las fotos.
Mamá no compartía el humor.
—¡Esto es un escándalo! Los Sen podrían cancelar la boda.
Por dentro, quise gritar “¡ojalá la cancelen!”, pero me contuve.
En lugar de eso, respiré hondo.
—Fue una salida privada, mamá. Nadie puede probar nada.
Ella me miró con una mezcla de furia y desesperación.
—Violeta, ¡en tres días te casas! Necesitas comportarte como una Meil, no como una adolescente.
“Una Meil.”
Otra etiqueta más, otra jaula con un nombre elegante.
Asentí sin decir nada, mientras por dentro me ahogaba en frustración.
Olivia me miró en silencio, con una sonrisa culpable.
Y aunque quería enojarme con ella, no pude.
Porque por una noche… fui libre.
Esa noche, mientras me acostaba, abrí Instagram otra vez.
Las fotos seguían allí, las noticias también.
Los comentarios se dividían entre los que me defendían y los que me criticaban.
Pero entre todos ellos, uno me llamó la atención.
De nuevo, Uriel Shao.
“Incluso las princesas merecen una noche para ser humanas.”
Sonreí sin querer.
No sabía qué buscaba Uriel con esos comentarios, pero en ese momento, me importó poco.
Solo supe que alguien entendía lo que sentía.
Apagué el teléfono, mirando el techo.
Tres días.
Solo tres.
Y después… empezaría el año más largo —y más falso— de mi vida.
Pero mientras el sueño me vencía, una idea cruzó por mi mente, suave y peligrosa como un susurro:
¿Y si Olivia tenía razón?
¿Y si simplemente… no iba?
“Solo faltaban tres días para casarme con Damien Sen… y lo único que podía pensar era en cómo escapar de mi propio cuento de hadas.”