BRONCE

...ADRIAN:...

La música no me distraía de lo que sucedía a mi alrededor, sentía los murmullos, las miradas, a pesar de que la celebración en el salón intentaba distraer y calmar las cosas, los nobles se sentían inquietos.

Quedarme sentado no ayudaba, hacía que fuéramos un foco y las miradas se posaran, aunque Freya era la razón, yo me sentía juzgado.

Los nobles que se acercaban dejaban falsas felicitaciones y obsequios.

Tuve que contenerme para no ver a Freya, no quería verme igual que el resto de los invitados.

Ella se mantuvo en silencio, murmurando gracias, aunque al hacerlo desataba más desconcierto ante su acento.

Bebí de mi copa.

El vestido era demasiado pomposo, con mangas muy abultadas y sin escote, la tela le llegaba hasta el cuello, parecía sofocante, aunque favorecedor para el invierno, tenía poco atractivo.

Les indiqué a los costureros que quería algo recatado, que no fuera escandaloso, pero entendieron todo mal.

No quise molestar a Lord Leandro Mercier, la verdad mi proposición de la vez pasada me tenía un tanto incómodo.

Podía lidiar con el rechazo, pero la vergüenza de haber revelado mis apetencias a alguien que no compartía los mismos gustos era demasiada para soportar.

Observé de reojo a la ahora reina Freya.

El velo caía hacia atrás ocultando parte de su cabello, su rostro pálido y maquillado estaba un tanto nervioso e ido.

Podía ver su belleza, no era ajeno a ella.

— Su majestad — Dijo la duquesa Pepper, frente a nuestra mesa, la pelirroja de rostro pecoso, pequeña y delgada.

A pesar del escándalo de su padre, la mujer parecía estar bien.

Sir Roquer le acompañaba, con su traje parecía todo un aristócrata, dejando atrás al rufián encadenado en aquel juicio.

Freya observó a la la pareja.

— Su excelencia, duquesa Pepper — Saludé.

— Vine a brindarle una sincera felicitación por su matrimonio y por la coronación de su majestad la reina — Dijo ella, observando hacia la reina — Les deseo un reinado próspero y dichoso.

— Muchas gracias, son muy amables — Dijo Freya, un poco relajada.

— Gracias por sus deseos — Incliné mi cabeza en un gesto cortés.

— Sir Roquer también agradece su generosidad por el nombramiento — Dijo tomando el brazo del caballero.

Él se tensó — Ah, sí, muchas gracias, majestad y felicidades por su matrimonio, espero que tenga muchos hijos — Parecía forzado a actuar con cortesía.

Elevé una comisura— Gracias, sir Roquer y no se preocupe, no tiene que agradecer el nombramiento, usted demostró ser capaz en su formación, por eso se ganó su título, de otro modo, no estuviese aquí.

— Tiene razón, pero si no me hubiese dado esa oportunidad, tal vez yo estaría en una celda o con la garganta colgando de una soga — Bromeó Roquer, pero volvió a la seriedad.

— Disculpe, su majestad, quería preguntarle algo si no es mucha molestia — Dijo Pepper a Freya y ella la observó.

— Adelante, su excelencia.

— ¿De dónde es? — Preguntó Roquer, muy directo y la duquesa se tensó, era inevitable que esa pregunta no se hiciera, aunque ellos si tenían la valentía para soltarla ante mi presencia.

— Lamento lo de Roquer, él...

— Soy de Polemia — Dijo, sin molestarse por la pregunta y ellos se sorprendieron — Es un reino mucho más al norte que este, siempre hay nieve, no hay más estaciones.

— Oh, conocía una vez una historia de Polemia, sobre los caballeros que aventaban un pañuelo y que las damas lo recogían correspondían su amor — La duquesa se emocionó y el caballero lucía incómodo — Pero, pensé que no era un reino del norte, en el libro decía otra cosa.

— A de ser libros viejos, mi reino queda en el norte — Dijo ella y me llené de curiosidad, Freya no había visto demasiados libros — Y lo de los caballeros es solo historia del pasado, la tradición del pañuelo ya no se permite.

No sabía que había una tradición ¿Por qué no se permitía?

— ¿Por qué? — Pepper hizo la pregunta que jugaba en mis labios.

— A los caballeros se les castra.

Tal vez una forma de mantener la población baja, aún así era macabro.

— Su majestad, no agobie a la duquesa con esas cosas — Dije, no quería que sembrara pánico.

Ella solo me dió una corta mirada.

— Sir Roquer y yo tenemos planeado casarnos ¿Cómo va a quedar el título de duque que tendrá al contraer matrimonio conmigo? — Preguntó la duquesa.

No pensé en eso.

Capté la atención de Freya.

— Dado que Roquer no puede abandonar su puesto de caballero ni su título, seguirá llamándose sir — Dije, observando hacia el caballero — En cuanto al título que corresponde por casarse con una duquesa, también lo llevará.

— ¿Quiere decir que no hay impedimento?

— La ley que prohibía a los caballeros casarse me parecía muy injusta, incluso cuando estaba en Hilaria, eso me inquietaba, dado que allí no pude hacer nada, aquí quise cambiar eso, no soy un tirano, soy el primer representante del poder real y mientras este en el trono, yo puedo hacer las cosas diferentes, no se puede negar a un hombre tener hijos, ni familia, eso no es libertad — Die, como explicación, lanzando una mirada a Freya.

No quería acusarla, solo mostrarle que en Floris había libertad, en su reino solo ataduras.

— Tiene razón, su excelencia — Comentó Roquer.

— Cuando se case, asumirá el título de duque, ya que no es el heredero directo del duque Jones, puede solo asumir su título, más no estar al frente de todo lo que conlleva ser duque, eso se lo puede dejar a su futura esposa — Giré mi rostro hacia él — Sir Roquer tiene asuntos que atender como caballero, así que no podrá estar al mando del título.

— ¿Cómo será llamado Roquer cuando nos casemos? — Preguntó la duquesa, para no quedar sin dudas.

— Sir Duque, el primero con el título.

La duquesa se emocionó, su compañero lucía más neutral, disimulaba muy bien con una expresión dura que podía derretir el hielo de Polemia.

— Oh, muchas gracias, majestad — Dijo, haciendo una reverencia.

— Gracias por todo, con su permiso, no le vamos a ser más inoportunos.

— Descuiden, que tengan un felíz matrimonio y no se preocupen por la licencia, le haré llegar una a sir Roquer cuando se le entregue el traje — Dije, sacudiendo la mano.

Casi nadie podía casarse por amor, así que no tenía ninguna objeción.

— Muchas gracias, su majestad, es muy generoso de su parte.

Se alejaron de la mesa después de hacer una reverencia.

— Ese hombre — Dijo Freya en voz baja y la observé — Tiene un tono de piel extraño.

— Puede que para usted lo sea, pero en Floris e Hilaria es común que hallan todo tipo de rasgos en los habitantes y ese no es la excepción, aunque hay personas que les parece molesto.

— Su piel es como los bombones que probé en la mañana, es un hombre muy hermoso, no debería causar molestias si no admiración — Dijo ella, con los ojos brillantes y fruncí el ceño, un ligero picor me recorrió.

— Sea prudente en su fijación.

Freya parpadeó y me observó con desconcierto.

¿Yo le parecía hermoso? Tal vez no, era demasiado mayor, Freya parecía estar comenzando los veinte o tal vez menos.

No pudimos seguir hablando, más nobles se aproximaron.

Recibí sus halagos.

Los bailes me salvaron de más encuentros con nobles, todos se entretenían mostrando sus danzas en pareja para mí.

Habría un acto de bufones y esos siempre me entretenían.

Me tensé al ver a Dorian Fodewor acercarse junto a su esposa. El duque lucía galante y pulcro, se molestó en recoger su cabello en una coleta.

— Majestad — Ambos saludaron.

— Sus excelencias, me alegra verlos.

— Queremos felicitarle — Dijo la duquesa, sonriente, una mujer hermosa, ambos eran tal para cual.

— He traído un presente — Comentó el duque, sacando un cofre pequeño, lo dejó sobre la mesa — Como símbolo de bendición a su matrimonio — El duque ocultaba muy bien que no le impresionaba Freya.

— Oh, es un gran detalle de su parte.

Asintió con la cabeza — Espero que su matrimonio sea provechoso, un consejo, no se distraiga con las espadas ajenas, majestad, ahora tiene una sola funda para la suya.

Maldito, sus palabras escondían una burla sutil, pero conocía al duque y sus mofas, no me importaba en lo más mínimo insultar al rey, si eso le entretenía lo hacía gustoso.

Su esposa comprendió y parecía querer perder disculpas.

— Gracias por el consejo.

Dorian aún me hacía sentir inquieto.

No demoraron mucho y se marcharon.

— ¿Ese hombre también le parece hermoso? — Pregunté a Freya, quien no pudo hablar por el rápido acercamiento.

— Lo es, es muy hermoso.

Me contuve de volver a fruncir el ceño.

Dorian y yo teníamos la misma edad.

— ¿Qué quiso decir con ese consejo? — Preguntó, confundida.

— Asuntos políticos — Corté y frunció el ceño.

O'Brian también se aproximó y me tensé.

El verdugo de Vanessa si provocó un gesto de sorpresa en Freya, quien rápidamente disimuló.

— Majestad — Dijo, su esposa estaba colgada de su brazo, una hermosa mujer de cabello negro, piel semi blanca y los ojos azules — Felicidades — O'Brian parecía tenso ante Freya — Bendiciones para su matrimonio.

— Espero que su unión sea próspera — Dijo su esposa, sonriente.

— Muchas gracias.

O'Brian inclinó su cabeza y decidió marcharse sin comentar nada.

— Ese hombre es...

— Déjeme adivinar, también es hermoso — Suspiré fastidiado.

— Sí, pero su apariencia...

— No es normal, sus rasgos son extraños, su cabello es blanco desde que nació — No creí prudente nombrar que era hermano de Vanessa y menos en plena celebración, todos tenían ese nombre entre ceja y ceja en ese momento.

— Sorprendente.

Tomé el pequeño obsequio de Dorian y lo abrí, me sorprendió hallar un diamante sin pulir, una pequeña piedra de su mina.

Debí suponerlo, aunque me esperaba una serpiente o algún insecto venenoso.

Lo dejé junto al resto de los obsequios en la mesa.

Freya y yo no bailamos, estuve presente unas dos horas y luego me retiré, dejando órdenes de que llevaran a mi esposa a su habitación.

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Entré a mis aposentos al anochecer, después de muchas horas metido en mi estudio. No quería tratar con el consejo y su disgusto por mis decisiones, así que me reporté ocupado.

Llevaba la capa colgando del brazo y mi corona aún seguía sobre mi cabeza.

Fui al armario y la dejé en la bóveda de cristal. La corona que Freya usó estaba junto a la mía, ordené a las sirvientas traerla después de la celebración.

La capa la colgué en uno de mis maniquí.

Salí del armario mientras me desnudaba por completo e iba a la tina.

Las sirvientas siempre la dejaban lista.

Me sumergí en las aguas y volví a salir después de secarme con la toalla.

Estaba listo para dormir.

Me estremecí al hallar a Vanessa cerca de la cama, no, no era Vanessa, era Freya.

— ¿Qué hace aquí? — Pregunté, completamente desnudo ante su presencia.

Ella se estremeció al verme, a pesar de la poca luz, pude notar el sonrojo en sus mejillas, debido a la piel blanca se le notaba más.

Tenía el cabello completamente suelto, llevaba un camisón blanco y corto, le llegaba hasta los muslos, mostrando dos piernas largas delgadas y pálidas.

— Majestad... — Desvió su mirada — Perdone... Las sirvientas insistieron en traerme aquí... Creen que nosotros...

— Ah, olvidé ese detalle — Corté y ella mantuvo su mirada lejos de mí, con una postura dócil — Ordenaré que la lleven devuelta — Hice ademán de buscar una bata para cubrirme.

— Espere... Majestad... Si hace eso... Notarán que nosotros no... Que usted...

— Cierto, notarán que no hemos consumado, pero lo harán de todos modos.

— Sería escandaloso... Más de lo que ya es... Que no pasemos la noche aquí... — Su voz de atoraba cuando estaba nerviosa, sumado a su acento, era un desastre, un desastre que me parecía tierno.

— Tendremos que fingir la consumación, el consejo podría invalidar el matrimonio si las sirvientas les cuentan que no hallaron sangre en las mantas — Dije, recordando las normas de la realeza, tal vez otros nobles podían vivir toda una vida sin tocarse, pero los reyes no tenía el privilegio de saltarse el proceso.

— ¿Cómo planea fingir algo así?

Volví al armario.

Freya se tensó cuando salí con una daga en la mano.

— Un arma...

Me aproximé hacia la cama, ella se alejó, como si creyera que iba a atacarla.

Aparté las mantas y corté mi dedo.

Freya volvió a estremecerse.

Dejé que las gotas fueran lo suficientemente abundantes para manchar las sábanas.

— Ya está solucionado.

Me alejé con la daga, la limpié en el baño, al igual que mi herida.

Volví a la habitación.

— Sigue sangrando — Observó mi dedo índice, envuelto con una venda improvisar.

— Dejará de hacerlo.

Ella se abrazó — Si me saca de su habitación no será creíble, no ha pasado de un minuto.

— Los hombres tenemos malos momentos, así que no lo verán así, solo creerán que es mi cansancio.

— Es mejor que me quede a dormir...

Me aproximé a ella y se tensó, seguía estando desnudo.

— Duermo solo, sin excepciones.

Se obligó a observarme a los ojos para evitar ver mi cuerpo.

— Al menos la primera noche, debería cambiar su regla.