Alex Borisov es un Don de la mafia rusa. Tenía un acuerdo de matrimonio cerrado con la italiana Caterina Colombo, cuando él alcanzaba la mayoría de edad y ella era apenas una adolescente. Una de las cláusulas de ese acuerdo era esperar a que Caterina cumpliera dieciocho años, y que ella solo supiera que tenía un prometido el día de la boda.
Los años pasaron, y Alex fue víctima de una trampa, obligándolo a casarse con la joven, con quien tuvo una hija. Fueron meses viviendo amargados, recordando que no deseaba ese matrimonio. Él, que siempre había sido serio, se cerró a todo, como una piedra inaccesible. Hasta que, misteriosamente, su esposa es asesinada.
Cuando queda viudo, decide ir en busca de su verdadera prometida en Italia. Caterina llega a la vida de Alex con toda su intensidad y persuasión, dispuesta a sacudir su mundo y, con su insistencia, promete romper la piedra que él puso en lugar de su corazón.
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Capítulo 23
Caterina
Me revolví toda la noche en la cama. La fiebre ya estaba mejor, gracias a los medicamentos, mi garganta y los dolores en el cuerpo también habían disminuido. Tal vez la gripe no dure muchos días.
La noche pasó, y como había dicho, Alex no entró más en el cuarto. Yo no sabía si él había cumplido su palabra diciendo que no volvería a casa, o durmió en otro cuarto. Una vez más duermo sola, desde que nos casamos.
Las paranoias en mi cabeza rodaron sueltas.
Ah Alex, tú no me conoces, si por casualidad piensas en buscar otra mujer. Si tienes el coraje de traicionarme, yo convoco a todas las mafias que yo conseguí para exponer tu infidelidad y pido tu cabeza en una bandeja de oro. Tú no sabes de lo que yo soy capaz.
Cuando ya estaba amaneciendo, conseguí dormir un poco, desperté con mi celular sonando. Lo cogí y era mi padre llamándome, y ya eran casi las nueve de la mañana.
—Hola, papá. — atendí la llamada.
—Hija, ¿cómo estás? Tu marido me llamó... — sentí mi corazón acelerar, Alex no estaba bromeando, él llamó a mi padre sobre la cancelación del casamiento.
—Yo estoy bien, papá. No tengo culpa de la decisión de él, ¿el señor aceptó bien?
—¿Sobre qué estás hablando, Caterina? — mi padre preguntó y me quedé confundida.
Espera.
—¿Sobre qué él habló cuando llamó al señor?
—Él me llamó para hablar que tú te enfermaste, pero que estabas tomando remedio, ya te habías hecho test de COVID y si no mejorabas él te llevaría al hospital.
—¿Alex te llamó solo para hablar eso?
—¿Qué más él tendría para hablar? Fue atento de su parte llamar y contar sobre tu salud. Muestra que él está cuidando bien de ti.
—Estoy bien, papá. Fue apenas un resfriado, ya me siento mejor.
—Está bien, cualquier cosa me llames.
Descolgamos la llamada y me quedé pensativa. Él no pidió la cancelación, pero aún podía hacer eso.
Alguien golpea la puerta, y cuando yo mando entrar, una de las cocineras entra, con una máscara de hospital en el rostro y una bandeja en las manos.
—Con permiso, señora. El Don pidió traer sus comidas durante el día aquí en el cuarto, y pidió recordarle de tomar los remedios que están en la gaveta.
Ella colocó la bandeja en la mesita, yo sonreí y agradecí.
—¿El Don está en casa?
—No, señora. Él no durmió en casa, pero mandó el recado sobre sus comidas y también dijo para la señora no salir del cuarto por causa de Alice.
—Está bien, yo ya sé. Gracias por los recados.
Ella salió cerrando la puerta. Alex podría haber dicho todo eso directamente para mí, pero recordé que ni el número de teléfono de mi propio marido yo tengo.
Tomé mi desayuno, con las cosas que la funcionaria había traído. La parte mala de enfermarse, era tener que quedarse parada, aislada... hasta da tristeza.
Aproveché la televisión en el cuarto y coloqué una película, pero el tedio era grande y la añoranza de pasar un tiempo con mi pequeña también. Cuando estaba llegando la hora de almuerzo, yo fui a tomar un baño.
Salí en bata y fui para el closet, mientras buscaba una ropa, oí la puerta abriéndose y después los pasos aproximándose.
Alex paró en la entrada del closet y me miró. Lo miré también y su expresión parecía cansada. Él se aproximó de su parte de las ropas, quitó el reloj, guardó el arma, quitó la corbata, y comenzó a abrir los botones de la camisa. Yo observaba todo de reojo, cogí una ropa e iba para el baño a vestir, pero cuando pasé cerca de él, él sujetó firme en mi brazo impidiéndome. Su otra mano vino para mi frente midiendo mi temperatura.
—¿Tuviste fiebre en la madrugada?
—Yo ya me siento mejor, no precisa preocuparse, nosotros no somos más nada mismo. Inclusive, ya voy a arreglar mis cosas. —intenté soltarme, pero él sujetó aún más firme, me jaló y me recostó en el closet, prendiéndome en una de las puertas y quedando en mi frente.
—¿De qué estás hablando? — él preguntó con las cejas fruncidas.
—Tú me dijiste ayer, que ibas a pedir la anulación del casamiento.
Él me encaró y después una cosa rara de aparecer, surgió en su rostro.
Una sonrisa.
—¿Tú creíste mismo en eso? — él preguntó, la sonrisa danzando en su cara.
—Tú dijiste que ibas a devolverme, Alex, obvio que yo creí. — hablé y él balanceó la cabeza.
—Yo no hablé en serio.
Pucha, parecía que él gustaba de quedarse bromeando conmigo. Si yo hubiese cogido mis cosas y me hubiese ido, él iba a ver solo. La suerte de él es que yo estoy aquí molida en el cuarto.
Su mano vino para mi nuca y en un abrir y cerrar de ojos, él pegó su boca en la mía, me quedé sin entender nada, pero no lo alejé. Las ropas cayeron en el suelo, y yo coloqué la mano en el pectoral de él. Todas las veces que nos besamos, yo siento una euforia, una cosa extraña, una voluntad de nunca más parar. ¿Y quieres saber? Yo no quiero que pare, pues es bueno de más.
Él pasaba la mano por mi cuerpo, por el tejido de la bata. Sentía mi cuerpo caliente, prendiendo fuego y yo ni estaba con fiebre más. Una mano de él vino para mi cintura, después fue descendiendo lentamente por mi muslo, pero cuando su mano estaba yendo en dirección al medio de mis piernas, yo trabé, una vez más. Me alejé del beso, y sujeté su mano.
—Alex, espera... — mi voz salió como una alerta, yo había desahogado con él y ahora él ya sabía.
—Yo no voy a lastimarte, confía en mí.
Cuando él dijo, yo solté su brazo, dando la libertad para él tocarme. Su mano fue descendiendo, yo estaba sin nada por debajo de la bata, me forcé a no recordar de lo que había acontecido conmigo. Él me miró intensamente, y cuando sus dedos alcanzaron mi clítoris sentí como una descarga eléctrica por mi cuerpo.
—¡Ay, Dios mío! — me sujeté en él.
—Relaja y siente... — su voz salió baja, sensual y él comenzó a masajear mi intimidad.
Cada vez que él hacía los movimientos, yo sentía quedándome húmeda, hasta que él aumentó los movimientos con los dedos, los gemidos salieron de mi boca sin yo querer, mi cuerpo hormigueaba, erizaba. Él tapó mi boca con la suya, me besó con tanta intensidad y continuó, yo comencé a quedarme tan mojada que sentía mis muslos melados con mi excitación. Esas sensaciones nunca sentidas me viciaría fácil, el calor comenzó a aumentar, mi corazón palpitó fuerte, mis piernas temblaron y yo pensé que iba a desmayar. Me agarré al hombro de Alex, sintiendo una tembladera en las piernas. Él no paró y yo sentí como si estuviese explotando por dentro.
¿Yo acabo de tener un orgasmo?