Una profesora de campo muere tras un accidente en su escuela-casa. Reencarna en Arlette, la protagonista de una historia donde la verdadera villana es ella. pero ella no seguirá la trama y creará a su propio villano para protegerla
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capitulo 8: Apoyo.
El mercado estaba lleno de vida, un lugar bullicioso donde las voces de los comerciantes se entrelazaban con el murmullo de los compradores a pesar de ser de tarde. Era la hora donde más se unía las personas a comprar.
Arlette, estaba llegando a un acuerdo con el vendedor, él le explica que; mañana tendría que ir a buscar al esclavo con los documentos de propiedad. La joven sintió un revuelco en su estómago. Jamás le pareció la idea de comprar a una persona, pero no toleró la idea de que lo siguiera tratando inhumanamente.
— Arlette, ¿Qué haces aquí? —exclamó la duquesa, acercándose rápidamente a su hija— sabes que este lugar no es seguro para ti.
Arlette sintió una mezcla de frustración. A pesar de la reprimenda, había una emoción que ardía en su interior; había acordado con el vendedor que al día siguiente vendría por él, al esclavo que había decidido comprar.
Pensó en el hombre que había visto, en su mirada apagada. Para Arlette, la compra de aquel esclavo no era solo un capricho, sino una forma de cambiar el destino de alguien, aunque eso significara un peligro. Él era el futuro villano. Una persona que a causa de los azares del destino, terminó aquí.
— madre, estoy bien. —respondió Arlette, intentando mantener la calma— solo estaba mirando.
La tensión en el rostro de su madre se intensificó. Sin perder tiempo, tomó a Arlette de la mano y comenzó a guiarla hacia la salida del mercado, ignorando las miradas curiosas de los vendedores y los compradores.
— no quiero que vuelvas a este lugar —dijo la duquesa con firmeza— no es adecuado para ti, y no puedes seguir haciendo lo que quieras sin pensar en las consecuencias. No le diré a tu padre, luego me regaña a mí por descuidarte.
Antes de que se alejaran del bullicio, Arlette miró hacia atrás, observando como arrastraban al hombre con las cadenas. No podía esperar a mañana por él, pero tendría, ya que su padre se opondrían firmemente si se entera de este convenio que hizo.
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Al llegar a la mansión, el ambiente era diferente. La familia se reunió en el comedor, donde la cena estaba a punto de comenzar. El aire estaba impregnado de un olor delicioso, pero cada uno de ellos parecía estar perdido en sus propios pensamientos que en la comida.
El duque, con su porte imponente y su voz grave, rompió el silencio tras la cena. Con un tono serio, anunció que él y su esposa tendrían que viajar por unos meses, dejando a Arlette y a Alejandra bajo la supervisión de una tía. La noticia cayó como un ladrillo, y la expresión de sorpresa en las caras de ambas mujeres era evidente aunque fingida.
— partiremos mañana por la mañana —continuó el duque— quiero que sepas, Arlette, que he hablado con el príncipe sobre tu compromiso otra vez. Tendrás dos meses para prepararte.
Arlette sintió que esto se volvería fastidioso. La idea de un compromiso con alguien que no conocía le resultaba insoportable. Miró a su madre buscando apoyo, pero solo encontró una mirada que esperaba que ella hiciera lo que se esperaba de la Arlette original.
— no quiero casarme.—respondió Arlette, sin importar las miradas pesadas.
El duque frunció el ceño, su rostro enérgico se tornó grave.
— no hay más decisiones que tomar, al menos que sean mi palabra. Este es un paso importante para nuestra familia y he notado que te estás desviando. Ya está todo arreglado.
El ambiente se volvió pesado, y Arlette sintió que la habitación se cerraba a su alrededor. Sabía que su padre no estaba dispuesto a escuchar sus deseos, y esa realización le provocó un ardor en el pecho. La cena terminó en silencio, con el duque hablando sobre asuntos que no interesaban a nadie y el resto de la familia escuchando con resignación. De igual manera, Arlette nunca se casará con el príncipe, no quería que su futuro estuviera atado a la realeza.
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A la mañana siguiente, el sol brillaba intensamente, y el canto de los pájaros resonaba en el aire. Arlette y Alejandra se asomaron a la ventana de la mansión, observando cómo sus padres se preparaban para salir. El duque y su esposa se despidieron brevemente, mientras las hermanas se sentían aliviadas de que se fueran. Alejandra soltó un suspiro profundo.
— finalmente, tenemos un poco de libertad —comentó Alejandra, aliviada.
— si, pero no olvides lo que nos espera —respondió Arlette, su mente aún atrapada en el recuerdo del esclavo que había prometido llevarse.
— tienes razón. Ven, vamos a desayunar. Necesito preguntarte cosas que no entiendo de ser mujer.
Ambas se dirigieron al comedor, donde el desayuno las esperaba, pero la mente de Arlette estaba en otro lugar. Pensaba en el chico encadenado que había visto en el mercado, en el destino que le esperaba y en la posibilidad de cambiar su vida. Mientras comían, la conversación fluía entre ellas. Pero el tema que da Alejandra de imprevisto hace que Arlette se ahogue con un poco de comida.
— ¿Como que casarte? Pero...
— lo sé. Dejé en claro que no quería casarme como tú, con el príncipe. Aún así, veo más oportunidad teniendo otro títulos. Me darán un préstamo y para ello, debo estar casada o con la aprobación de nuestro padre. ¿Ya entiendes mi decisión?
— ¿Con quien?
— solo es un hombre de política. Fue el único hombre que me dejó estar con él en una reunión de negocios. Ahora entiendo como deben sentirse las mujeres en esta sociedad, desplazadas siempre a un lado. Pero tengo que buscar otras maneras para no estar debajo de un hombre. Debes ser fuerte Arlette.
— yo soy fuerte... A mí manera, claro está. Vivi mayormente en un lugar donde tenía que enseñar a los niños. Darle toda la herramienta necesitaría para su futuro; la inteligencia, compresión, y la tolerancia. Por eso, no soporto ver la discriminación que hay en esta época.
— Arlette. Te apoyaré en lo que necesites. Tal vez no sea un hombre físicamente, pero puedo buscar estrategias para que estés protegida en cualquier momento.
Arlette asintió sobre las palabras de Alejandra. Sí necesitaba su apoyo, ella se lo daría. Y este era el momento de hacerlo.
— ¿Podrías acompañarme a buscar a un esclavo que tomé ayer?
— ¿Que?