En mi vida pasada, mi nombre era sinónimo de vanidad y egoísmo. Fui un error para la corona, una arrogante que se ganó el odio de cada habitante de mi reino.
A los quince años, mi destino se selló con un compromiso político: la promesa de un matrimonio con el Príncipe Esteban del reino vecino, un pacto forzado para unir tierras y coronas. Él, sin embargo, ya había entregado su corazón a una joven del pueblo, una relación que sus padres se negaron a aceptar, condenándolo a un enlace conmigo.
Viví cinco años más bajo la sombra de ese odio. Cinco años hasta que mi vida llegó a su brutal final.
Fui sentenciada, y cuando me enviaron "al otro mundo", resultó ser una descripción terriblemente literal.
Ahora, mi alma ha sido transplantada. Desperté en el cuerpo de una tonta incapaz de defenderse de los maltratos de su propia familia. No tengo fácil este nuevo comienzo, pero hay una cosa que sí tengo clara: no importa el cuerpo ni la vida que me haya tocado, conseguiré que todos me odien.
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Confusión o locura
Punto de vista de Ketetine
La cara de Vance perdió todo el color. No era miedo al hotel; era terror a la pérdida de su libertad y a la traición simulada de su jefe.
—Pero... si es cierto... ¿por qué me lo dicen?
—Porque a mí no me interesa hundir a un peón, Vance. Me interesa el cazador —respondí, dándole el anzuelo final—. Dante Viteri puede asegurar su inmunidad total y eliminar estos cargos. Pero a cambio, usted nos dirá quién es el operador real del 'Nido del Halcón'. ¿El nombre, Vance? Su libertad por el nombre de su jefe.
El abogado colapsó. Se cubrió el rostro con las manos, respirando de forma desesperada.
—¡Es un monstruo! ¡Juro que no quería saber nada! ¡Me obligó! ¡Me dijo que no le pasaría nada a mi familia si hacía exactamente lo que me decía!
Dante, con la paciencia agotada, golpeó la mesa con los nudillos. —¡El nombre, Vance! ¡Ahora!
Vance bajó las manos, sus ojos inyectados en sangre. Nos miró a ambos con una mezcla de súplica y terror absoluto.
—Es... Es Esteban —sollozó, la palabra apenas un susurro que se rompió en el aire de la sala—. El Señor Esteban. Es el único nombre que usa. No es un código. No es un apodo. Él dirige todo. ¡Y me dijo que yo debía traerle a Katerine! Que usted era lo único que quería y me mandó a decirle que Katherina volverá a ser de su propiedad.
El mundo se detuvo.
Mi corazón, que había aprendido a latir con la sangre fría de la estrategia, se paralizó. El nombre, el hombre que me había visto morir, el hombre al que me habia traicionado en mi otra vida y quien fue el causante de mi muerte; estaba vivo. No era su método; era él.
—¿Qué dices? —preguntó Dante, quien notó mi palidez—. Katerine, ¿quién diablos es Esteban?
Yo no podía respirar. La estratega había desaparecido. Me levanté de golpe, apoyando las manos en la mesa para no caer. La guillotina, el veneno, la traición, todo se mezclaba en un único y aterrador rostro.
—Esteban... —logré decir, mi voz un hilo roto—. Esteban fue... él es... él fue el hombre que me mató... en mi vida anterior
Miré a Dante. Sus ojos se abrieron con una mezcla de incredulidad, peligro y la súbita. Estaba confundido, su rostro me lo decía.
El fantasma corporativo había adquirido una forma física. Y había vuelto por mí.
—¡Exijo una explicación de todo esto! —, exclamó Dante con sus ojos llenos de ira.
—Y te la voy a dar, pero no aquí. No delante de este hombre.
Tome mi bolso y salí rápidamente de aquella oficina, mi mente iba hecha un lío y no encontraba las palabras para decirle a mi esposo quien era realmente yo y como fue que termine en este cuerpo.
Dante ordenó que recogieran los documentos sobre la mesa y que le dieran protección a ese hombre y a su familia para luego ir tras de mí.
No esperé la respuesta de Dante. El aire en esa sala, saturado por el terror de Vance y el fantasma de Esteban, se había vuelto irrespirable. La mentira sobre "Esteban" como un simple enemigo corporativo había explotado en mi rostro. Dante no era un hombre al que se pudiera mentir fácilmente, y ver su furia me recordó que, a pesar de la pasión y la tregua, él seguía siendo el amo de este inframundo.
Salí a toda prisa de la sala de conferencias, ignorando las miradas silenciosas de los guardias de Dante en el pasillo. Llamé al ascensor con dedos temblorosos. No huía de él, huía de la verdad que se había vuelto ineludible.
¿Cómo le explicas a un hombre como Dante Viteri que eres una princesa del siglo XVIII que fue ejecutada y transmigró al cuerpo de su esposa? Sonaba a locura, a la misma demencia por la que Clarisa me había querido encerrar.
El ascensor descendió demasiado lento. Necesitaba aire, distancia y, sobre todo, tiempo para construir una estrategia que explicara lo inexplicable.
Apenas llegué al hall principal del edificio, lo sentí. La presencia oscura y controladora de Dante venía detrás de mí. Había dejado a Vance y los documentos bajo el cuidado de sus hombres—prioridad estratégica, siempre—, pero ahora su atención estaba fija en mí.
Salí a la acera, buscando frenéticamente un taxi, pero los coches de lujo de Dante ya esperaban en fila. No había escape.
Una mano fuerte me sujetó por el brazo, girándome con una fuerza que no era violenta, pero sí irrefutable.
—No te muevas —ordenó Dante, su voz baja y rasposa, la calma controlada que precede a la tormenta—. No vas a huir de mí, Katerine. Y no vas a mentirme.
Sus ojos, todavía ardientes de ira, me taladraron.
—¿El hombre que te mató? ¿"Vida anterior"? ¿Qué diablos es esto? ¿Estás enferma? ¿O has estado fingiendo lucidez todo este tiempo?
La acusación me dolió más que su ira.
—No estoy fingiendo, Dante —logré responder, recuperando una pizca de mi compostura—. Pero la verdad es compleja. Es algo que no puedo decirte en la calle. Es algo que afecta todo lo que has construido.
Me tomó con firmeza por el codo y me condujo hacia su vehículo blindado, el chófer abriendo la puerta inmediatamente.
—Iremos a casa. Y vas a empezar por el principio. Cada palabra. Y si me mientes —me advirtió, asegurándose de que la amenaza fuera entendida a nivel celular—, te arrepentirás de haber nacido.