Ella siempre supo que no encajaba en esa mansión. No era querida, no era esperada, y cada día se lo recordaban. Criada entre lujos que no le pertenecían, sobrevivió a las humillaciones de su madre y a la indiferencia de su hermanastra. Pero nada la preparó para el día en que su madre decidió venderla… como si fuera una propiedad más. Él no creía en el amor. Sólo en el control, el poder y los acuerdos. Hasta que la compró. Por capricho. Por venganza. O tal vez por algo que ni él mismo entendía. Ahora ella pertenece a él. Y él… jamás permitirá que escape.
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La tormenta
Thalía intentó mantener la rutina: preparó el desayuno, vistió a Amelia para el Jardín, incluso se esforzó por sonreír cuando la niña la abrazó antes de salir. Pero dentro de ella, el conflicto con Adrián seguía ardiendo como una llama imposible de apagar.
No lo había visto en toda la mañana. Lo que no sabía era que Adrián la observaba desde la oficina de su estudio, vigilando cada uno de sus movimientos… esperando el más mínimo desliz.
Y entonces, sucedió.
Era mediodía cuando Thalía, regresando de la universidad, encontró a Joshua esperándola fuera de la mansión. Vestía casual, con una sonrisa relajada y una caja de donas en la mano.
—Hola —dijo con esa voz amable que a ella siempre le daba un respiro—. No sabía si era buena idea venir, pero… traje paz en forma de chocolate.
Thalía sonrió apenas.
—No deberías estar aquí…
—Entonces estoy justo donde debo estar —replicó, guiñándole un ojo—. ¿Tienes cinco minutos?
Thalía dudó. Miró hacia la entrada, temiendo que alguien los viera. Pero algo en su pecho —el cansancio, la tristeza, la necesidad de ser escuchada— la hizo asentir.
Salieron a caminar por el jardín trasero, alejados de la entrada principal. Joshua no insistió, solo caminó a su lado en silencio, como si supiera que ella necesitaba tiempo antes de hablar.
—Joshua… —murmuró, deteniéndose junto a una fuente—. Las cosas se están saliendo de control. Adrián me prohibió que te viera, que te hablara. Dijo que no quería que Amelia estuviera cerca de ti.
Joshua frunció el ceño, serio por primera vez.
—¿Y qué quiere entonces? ¿Que vivas aislada? ¿Que esa niña crezca en un ambiente donde ni siquiera se le permite tener cariño real?
—No lo sé… —respondió ella, con la voz quebrada—. Pero tengo miedo. Miedo de que todo se derrumbe si doy un paso en falso.
Joshua dio un paso hacia ella. Se notaba en sus ojos que estaba conteniéndose.
—Thalía, escucha… yo no voy a quedarme mirando mientras te destruyen por dentro. Si me necesitas, estaré aquí. Para ti. Para lo que sea. Solo estoy esperando que tomes la decisión.
Ella lo miró, con los ojos llenos de lágrimas contenidas. Y justo cuando iba a responder, una voz retumbó como un trueno:
—¡Qué escena tan conmovedora!
Ambos se giraron. Adrián estaba ahí. De pie, con el rostro frío como el mármol. Las manos en los bolsillos. Y esa mirada cargada de veneno que helaba la sangre.
—¿Qué haces aquí, Joshua? —preguntó con tono seco—. ¿No te quedó claro que tú no eres bienvenido?
Joshua se cuadró, sin miedo.
—Vine a ver cómo estaba tu esposa. Porque alguien tiene que hacerlo.
Adrián apretó la mandíbula, avanzando con pasos firmes.
—Ella no necesita tu lástima. Y mucho menos tu presencia. Así que lárgate antes de que olvide que aún tengo algo de respeto por tus modales.
—¿Y qué harás? —respondió Joshua—. ¿Encerrarla? ¿Callarla? ¿Romperla, como estás acostumbrado a hacer con todo lo que no puedes controlar?
Thalía se interpuso, con el corazón latiéndole con fuerza.
—¡Ya basta! ¡Los dos! Esto no se trata de ustedes.
Thalía trató de mediar entre los dos, pero la tensión entre Adrián y Joshua era un hilo a punto de romperse. Y cuando Adrián volvió a hablar, ya no hubo vuelta atrás.
—Claro —escupió con sarcasmo—. El caballero. El salvador. ¿Qué quieres, Joshua? ¿Acostarte con mi esposa para terminar de robarte lo que es mío?
—¡¿Tú la llamas “tuya” después de todo lo que le has hecho?! —rugió Joshua, avanzando—. ¡Eres un enfermo, Adrián! ¡Un maldito cobarde que descarga su miseria en los demás!
—¡No sabes nada de mí!
—¡Sé suficiente! ¡Sé que ella ha llorado por tu culpa más de lo que ha sonreído! ¡Sé que esa niña a la que llamas tu hija necesita una figura que no dé miedo!
Thalía intentó interponerse, pero Adrián la empujó sin querer, y eso bastó para que Joshua perdiera el control.
—¡No la toques! —gritó, y le soltó un puñetazo directo al rostro.
Adrián tambaleó un paso hacia atrás, con sangre en el labio.
Se quedó quieto. Silencioso.
Hasta que se limpió la sangre con el dorso de la mano y sonrió de forma oscura.
—¿Eso es todo lo que tienes?
Y contra todo pronóstico, contra toda compostura… le devolvió el golpe. Con fuerza. Con rabia contenida desde quién sabe cuándo. Joshua cayó contra una silla de jardín, pero se levantó enseguida.
Fue ahí cuando estalló todo.
Puñetazos, gritos, insultos. Thalía gritaba que pararan, pero ya no escuchaban. Eran dos toros furiosos, cegados por la necesidad de herir al otro.
Hasta que varios empleados de la mansión salieron corriendo al jardín y lograron separarlos.
—¡Fuera de mi casa! —bramó Adrián, con la camisa rota, el rostro golpeado y los ojos llenos de furia—. ¡No quiero volver a verte aquí, idiota!
Joshua, sangrando por la ceja, lo miró con el pecho agitado.
—Te vas a arrepentir, Muñoz. De todo esto.
Thalía estaba temblando, en medio del caos, con lágrimas en los ojos y el corazón hecho pedazos. Miró a ambos, como si no reconociera a ninguno.
—Ustedes… están locos.
Y se fue.
Minutos después Thalia se encontraba en el baño.
El agua caía helada sobre la toalla, y Thalía la presionaba con fuerza contra la mejilla. dolía, y mucho. Dolía como si la rabia, el susto y la impotencia le hubieran dejado cicatrices invisibles.
Tiró la toalla al lavabo con violencia.
—¡Imbécil! —gritó, sola, contra el espejo empañado—. ¡Estúpido, maldito…!
Quiso contenerse, pero el nudo en su garganta se desató sin permiso. Golpeó el lavabo con ambas manos. Lloraba de furia, de vergüenza. Era una mezcla tóxica de emociones que la estaban devorando por dentro.
—¿Qué clase de vida es esta? —soltó en voz baja, mirándose al espejo. Sus ojos estaban inyectados de rabia, su boca temblaba—. ¿Qué estoy haciendo aquí?
Pensó en Amelia. En sus manitas inocentes dibujando. En cómo le había dicho “ojalá Thalía fuera mi mamá”.
Y pensó en Adrián.
En sus gritos, en cómo la había acusado de exhibirse, de mancillar su apellido. En el odio con el que lo había dicho. ¿Cómo podía un hombre besarla una noche y al día siguiente tratarla como si fuera una amenaza para su hija?
—¡No soy tu enemiga! —gritó al aire, como si él pudiera oírla tras las paredes de la mansión.
Volvió a tomar la toalla, esta vez con más calma, y limpió el pequeño rasguño que le había quedado tras el forcejeo. Su reflejo le devolvía una imagen rota, pero también una que ardía por dentro.
Se secó las lágrimas. Se irguió.
Tiago ya eres grande para dejarte envolver como niño creo q los padres q te dio la vida te han enseñado valores ojalá no te corrompas con esa persona q dice ser tu padre , Thalía y Joshua hicieron mal al no decirte la verdad por cuidar tu ntegidad , ahora quien sabe lo. Q te espera al lado de este demonio