Sinopsis de Destrúyeme
Lucas Santori es un hombre marcado por el odio, moldeado por un pasado donde el dolor y la traición fueron sus únicos compañeros. Valeria Montalbán, una mujer igual de rota, encuentra en él un reflejo de su propia oscuridad. Unidos por una atracción enfermiza, su relación se convierte en un campo de batalla entre el amor y el deseo de destrucción. Juntos, navegan por un abismo de crímenes, secretos y obsesiones, donde la línea entre víctima y verdugo se desdibuja. En su mundo, amar significa destruir y ser destruido.
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CAPITULO 7
...Lucas....
El sonido del metal crujiendo contra el cabecero me taladra los oídos mientras tiro con fuerza, pero la maldita cadena aguanta.
Me pasó las esposas por los ojos, me enredó en su juego y me dejó clavado en mi propia cama como un imbécil.
Mi mandíbula se tensa con tanta rabia que me duele. No me importa lo que se haya llevado. No me importa que haya creído que ganó. Lo que me jode es que me desafió en mi propio terreno y cree que puede desaparecer sin pagar las consecuencias.
Suelto un resoplido, inhalo profundo y fuerzo mi muñeca otra vez. No es la primera vez que me atan, pero sí la primera vez que alguien cree que puede salirse con la suya después de hacerlo.
Voy a encontrarla.
Y cuando lo haga, la haré rogar para que la deje ir.
Tiro de nuevo con todas mis fuerzas hasta que, finalmente, el tubo de metal del cabecero cede con un crujido seco. Con un movimiento brusco, libero mi mano, aunque el grillete aún cuelga de mi muñeca. Me incorporo de inmediato, buscando la llave entre los cajones con los músculos tensos por la ira contenida. En cuanto la encuentro, me quito las esposas y las arrojo con desprecio al otro lado de la habitación. Mi mandíbula se aprieta. Esta mujer acaba de declararme la guerra.
-¡Hija de puta!- el cofre donde solía estar el pequeño zapato de oro yace abierto y vacío. Saber que ella se lo llevó solo aviva aún más la furia que me consume. Aprieto los puños con tanta fuerza que los nudillos crujen. Ese pequeño objeto no era solo una pieza de oro... era MÍO. Nunca antes había estado en manos de nadie más, nunca había permitido que alguien lo tocara. Y ahora, ella lo tiene.
Esa maldita mujer no solo me robó dinero y orgullo, sino algo que jamás debió pertenecerle.
Lo oculté de mi madre durante años. De los miserables malditos que llegaban a saquear nuestra casa. De manos codiciosas que no entendían su verdadero valor. Me pertenecía.Y ella se lo llevó con descaro, como si fuera cualquier baratija.
Mi mandíbula se tensa al imaginarla sosteniéndolo, pensando que solo es un objeto más para empeñar o vender. No tiene idea de lo que significa, de lo que costó mantenerlo a salvo. Pero lo entenderá… se lo haré entender.
Aprieto los puños mientras recorro mi casa, viendo cómo se llevó todo lo que encontró a su paso. Cada objeto desaparecido es un recordatorio de su osadía, de su descaro al tratar de jugar conmigo.
Mis sentidos se ponen en alerta cuando mi mirada se posa en la habitación del fondo. Camino hacia ella con paso firme y verifico que la puerta sigue cerrada. Respiro hondo, agradeciendo que su curiosidad no haya ido más allá. No tiene idea de lo que hay detrás de esa puerta.
Es mi salón de juegos. Mi santuario. El lugar donde guardo mis herramientas… y los recuerdos de mis víctimas. Tesoros que colecciono con meticulosidad, pequeños tributos a mi trabajo.
Cosas sutiles que los hacían resaltar en vida se han convertido en un museo para mí. Un anillo, un mechón de cabello, un diente arrancado con precisión quirúrgica, un reloj grabado con iniciales borrosas, un pendiente sin par, una corbata de seda con un diminuto rasguño apenas visible. Detalles insignificantes para cualquiera, pero que para mí cuentan historias.
Cada objeto tiene un peso, una historia, un último aliento atrapado en su materia. Eran personas con nombres, con vidas, con sueños… y ahora solo son fragmentos en mi colección. Pequeñas reliquias de existencias que dejaron de importar en el momento en que decidí que su tiempo había terminado.
Si Valeria hubiera entrado ahí, el juego habría terminado de una forma muy distinta.
Avanzo despacio hacia el sofá y me dejo caer con cansancio. Folla… y lo hace demasiado bien, la niñata. Mi labio late con el ardor de la mordida, mi pecho aún siente el eco de sus dientes clavándose con rabia. No es solo el placer lo que me tiene así. Es ella. Su descaro, su atrevimiento, la manera en que creyó que podía jugar conmigo y salir impune.
Acaricio con los dedos la marca que dejó en mi piel y sonrío de lado. Es un animal salvaje, sin pulir, sin control… con errores de principiante, sí, pero con un instinto que la hace peligrosa. Y lo peor de todo es que lo sabe. Lo usa. Se cree lista, pero yo soy el cazador en este juego. Ella solo es una presa que todavía no se ha dado cuenta de que la jaula ya está cerrada.
Esa maldita mujer… no entiende que fue ella quien cayó en mi juego. Porque ahora la quiero otra vez. Su cuerpo, su actitud desafiante, la forma en que se movía sobre mí… No es común encontrar a alguien que se atreva a desafiarme de esa manera. Me cabrea admitirlo, pero me fascinó. Su boca mordiendo la mía, su dominio fingido… Creyó que tenía el control, pero la realidad es que yo le permití pensar eso. Me encadenó, sí, pero yo la encadené a algo peor: a mí. Y cuando la tenga de nuevo, porque la tendré, no la dejaré ir tan fácilmente. Esta vez, las reglas las pondré yo.
Voy hasta mi caja fuerte escondida en la pared, digito la clave y saco mi laptop junto con un fajo de billetes. No pienso dejar que esta maldita jugada me saque de control.
Me dejo caer en el sofá, abro la pantalla y vuelvo a escribir su nombre con urgencia. Pero esta vez, no me conformo con lo superficial. Me sumerjo en cada dato, cada pista, cada rastro que haya dejado. Examino con atención sus movimientos, su historial, sus vínculos.
Lo que hizo no fue un golpe de suerte ni un simple atrevimiento. Fue estrategia. Talento. Y eso me enferma tanto como me fascina. Porque yo reconozco a los depredadores cuando los veo. Y ella lo es. Lo sentí en cada movimiento, en cada provocación medida, en cada sonrisa maliciosa mientras creía que tenía el control. Maldición… Me vi en ella. En la forma en que me engañó, en cómo calculó el momento exacto para atraparme. Como si hubiera estado en mi piel. Como si hubiera leído mi mente. Y ahora, esa perra cree que puede irse con mi dinero, con mi placer, con mi atención… No.
Nadie juega así conmigo y se va sin pagar el precio. Si cree que esto ha terminado, no tiene idea de con quién se ha metido. Me encargué de destruir a gente más fuerte que ella. Pero a diferencia de los demás… esta vez, no sé si quiero destruirla o poseerla por completo.
Ciencias Forenses dice su historial… interesante elección. ¿Qué esperaba? ¿Atrapar a tipos como yo? ¿Descifrar la escena del crimen y sentirse poderosa con su conocimiento? Ingenua. La teoría no sirve de nada cuando estás dentro del juego real. Cuando el crimen no es un caso de estudio, sino algo que respiras, que se convierte en tu sombra.
Ella cree que entiende a los monstruos porque estudió sus rastros. Pero yo soy el monstruo. Yo soy la escena del crimen antes de que ocurra. Y ahora, ella no es la investigadora… es la evidencia misma. La huella que dejó su error. Su primer caso real… y yo voy a asegurarme de que no lo olvide.
Tomo mi teléfono y marco sin dudar. No necesito muchas palabras, solo resultados.
El tono apenas suena dos veces antes de que me contesten.
—Necesito que ubiques a unas personas por mí. Te envié la información al mail.
—Enseguida, señor.
Cuelgo sin despedirme, apoyando la cabeza en el respaldo del sofá. Mi pecho aún se siente agitado, pero no es por el esfuerzo físico. Es la maldita adrenalina recorriéndome las venas, ese deseo insaciable de cazar.
Una sonrisa siniestra se forma en mi rostro. Este es el comienzo del fin para la pequeña Valeria.
Por el momento, dejo descansar el rastro de Valeria y centro mi mente en lo realmente importante: mi próxima víctima.
Mi cuerpo anhela sangre, y mis dedos tiemblan con ansias, aguardando el momento en que pueda destrozar a Nicolas Delacroix.
El magnate arrogante que tuvo la osadía de ignorarme en la ceremonia de premiación. Un hombre que cree estar por encima de todos… pero que pronto aprenderá lo que significa caer.
Y qué interesante coincidencia. Su hijo, un pequeño maniático, según dicen, fue apuñalado por Valeria.
Tal vez el destino tiene sentido del humor.
Sin quererlo mi mente vuelve a ella. Es astuta no lo niego. Jamás pensé que tuviera las agallas para hacer algo asi. Pero lo hizo. Aunque un tanto impulsiva. Demasiado emocional. Apuñalar a alguien sin pensar en las consecuencias no la hace peligrosa, la hace estúpida. No midió la fuerza, no calculó la profundidad, no pensó en qué pasaría después. Un error de principiante… pero uno que podría corregirse con el tiempo. Si aprende a controlar ese fuego en lugar de dejar que la consuma, tal vez—solo tal vez—podría volverse alguien digna de mi atención.
Cierro el expediente de Nicolas Delacroix, dejando que mi mente dibuje un patio de juegos diseñado solo para él.
Lo que le espera hará que desee el infierno antes que mi presencia.