Santiago Jr. y Maggie se casaron en una noche de copas en Las Vegas. Ella desapareció después de la noche de bodas y Santiago Jr. comenzó a buscarla para corregir su error y divorciarse. Pero Maggie después de esconderse por meses viene dispuesta a sacarle a Santiago Jr. hasta el último dólar a cambio de darle su libertad.
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CAPÍTULO 9
Santiago Jr. llegó hasta la habitación y se encontró con un médico que venía saliendo.
—Buenas tardes, doctor. Hay algún familiar de esa paciente con quien pueda hablar.
El doctor frunció el ceño. La familia Santibañez era muy conocida en el ámbito de salud por tener grandes clínicas y fundaciones. El doctor sabía perfectamente quién era el hombre y parecía una buena oportunidad para que Maggie recibiera alguna ayuda.
Entonces aclaró su garganta y fijó su mirada en Santiago Jr.
—Señor Santibáñez. ¿Tiene alguna relación con este paciente? —le preguntó y Santiago J. negó con la cabeza.
—No, pero mi esposa es amiga de su familia y me gustaría brindarle el apoyo a sus familiares en su nombre.
El doctor se sintió aliviado porque realmente esto era muy bueno para Maggie. Al parecer, por fin recibirá un poco de luz en su vida.
—Señor Santibáñez esto es un caso muy triste, esta mujer tiene más de tres años en coma. Sufrió un accidente y, aunque está recuperada de las lesiones físicas, Se niega a reaccionar. Hemos tratado de convencer a su hermana de dejarla ir. Pero la pobre Maggie aún guarda esperanzas.
—¿Maggie? ¿Maggie Silver? —le preguntó Santiago Jr. avergonzado.
El doctor asintió.
—Esa joven se ha dedicado estos tres años a cuidar de su hermana.
—¿Usted me está diciendo que esa mujer que está acostada ahí, es mi cuñada?
El doctor se sintió confundido. Al parecer habia hablado de más, pero se alegró de ver a la amiga de Maggie caminar hacia ellos.
—Mire, mire. Esa mujer es la enfermera de Marie, pero también es amiga de Maggie. Mejor hablé con ella. Yo me disculpo, tengo otros pacientes.
El médico salió casi corriendo y dejó a Santiago Jr. con más preguntas que respuestas. Entonces él levantó la mirada y se encontró con la mujer que venía caminando hacia él.
—Buenas tardes. —le dijo la mujer tratando de esquivar al hombre y entrar a la habitación.
Santiago Jr. se dio cuenta de que estaba estorbando y se apartó.
La mujer entró a la habitación, pero se sorprendió al ver al hombre detrás de ella.
—Disculpe, señora. No se asuste. Solo quiero saber si mi cuñada necesita algo.
La mujer retrocedió y negó con la cabeza.
—¿Su cuñada? ¿A qué se refiere? Esta paciente no está casada y su hermana tampoco.
—¿Maggie? —le preguntó el terminando de confirmar su teoría.
—Si, Maggie. Entonces dígame ¿A quién se refiere usted?
Santiago ignoró las palabras de la mujer. Era evidente que no sabía nada de su matrimonio con Maggie y el no estaba dispuesto a darle explicaciones a una extraña. Entonces se acercó a la paciente y trató de detallar su rostro, pero solo podía observar los aparatos cubriendo su rostro.
—¿De verdad, Es hermana de Maggie? —le preguntó tratando de encontrar algún parecido entre ellas.
La chica asintió con la cabeza, pero después confirmó con sus palabras.
—Sí, su hermana mayor.
Santiago Jr. no pudo evitar tocar la mano de la mujer en la cama y sintió un frio espeluznante.
La mujer apretó su mano y Santiago Jr. le correspondió.
Él se quedó paralizado y le hizo señas a la amiga de Maggie con sus labios para que ella fijara su mirada en sus manos entrelazadas.
—Ay, viste. Maggie tiene razón, ella está reaccionando. Mi amiga se va a poner feliz.
—¿Y no vas a llamar al médico? Debería venir, hay que realizarle estudios para ver qué cambios produjo esta reacción.
La mujer se quedó callada y negó con la cabeza.
—Ellos no le harán nada hasta que tengamos una reacción más contundente. No la sacaron de aquí porque Maggie pagó mucho dinero. Si no, ya la habrían desconectado.
Santiago Jr. frunció el ceño y entendió la situación de su esposa y su premura por el dinero. Eso lo hizo sentir el hombre más miserable del mundo.
Entonces, tomó su teléfono y llamó a su hermano mayor.
—Maxi. Necesito una ambulancia y una unidad de cuidados intensivos disponible. Tengo que trasladar a mi cuñada en este instante.
Máximo alejó su teléfono de su oído y lo acercó a sus ojos para confirmar que estaba hablando con su hermano. El mismo que viajó a buscar el divorcio y regresó aún casado y con una cuñada enferma.
Máximo negó con la cabeza y volvió a tomar el teléfono.
📱—¿En dónde estás?
📱—En el hospital Central.
📱—Ok, ya coordino todo con Celina. Te aviso cuando salgan para allá.
📱—Gracias, hermano.
Santiago Jr. colgó y observó a la amiga de Maggie nerviosa, marcando un número de teléfono desesperada.
—Tranquila. No voy a secuestrarla ni nada parecido. Maggie es mi esposa y no tiene necesidad de estar pasando por esto sola. Además, tú vienes con mi cuñada. Trata de llamar a Maggie mientras llega la ambulancia. En la clínica de mi cuñada están los mejores médicos de la ciudad. Ahí estará mucho mejor.
Santiago Jr. presionó el botón de emergencia para llamar al médico y se enfureció al saber que nadie respondió, nadie vino.
La mujer lo miró apenada.
—¿Qué necesitas? Yo soy su enfermera, ese botón lo desconectaron hace tiempo.
—Encuentra al inútil del médico y dile que prepare a mi cuñada para el traslado. Hoy mismo nos vamos.
La mujer asintió feliz. Y salió a buscar al médico. Mientras seguía intentando comunicarse con su amiga. Ya era hora de que Maggie encontrara en su vida un rayito de luz.
Maggie por su parte, estaba corriendo por el jardín con su pequeño, por eso no contestaba el celular.
—Derek, ¿Cuántos años tienes tú? —le preguntó ella al pequeño y el negaba con la cabeza.
—No sé, Titi. No sé.
—¡Ja, ja, ja! Claro que sabes. Tienes tres —le dijo Maggie, mostrándole los tres dedos de la mano. Ven, cuenta con tus deditos. Uno, dos y tres.
El pequeño sonrió y dijo
—Uno, dos, tres.
Maggie lo abrazó y lo besó en la frente.
Magdalena observaba con el corazón oprimido la tierna escena y deseaba que la paz reinara algún día en la vida de su pequeña.
Maggie sintió a su madre acercarse y giró hacia ella.
—Quita esa cara de preocupación. Quiero que te quede claro algo. Antes de que Pietro Galea ponga una mano sobre mi pequeño, se lo entregó a su padre para que él se entienda con ellos.
Magdalena abrió la boca por la sorpresa.
—¿Serías capaz de entregarlo?
Maggie asintió.
—Siempre que lo acepten con la mamá y la abuela. No hay problema. Pero nadie, escúchame bien, Male. Nadie va a separarme nunca de mi hijo.