Grei Villalobos, una atractiva colombiana de 19 años, destaca por su inteligencia y un espíritu rebelde que la impulsa a actuar según sus deseos, sin considerar las consecuencias. Decidida a mudarse a Italia para vivir de forma independiente, busca mantener un estilo de vida lleno de lujos y excesos. Para lograrlo, recurre a robar a hombres adinerados en las discotecas, cautivándolos con su belleza y sus sensual baile. Sin embargo, ignora que uno de estos hombres la guiará hacia un mundo de perdición y sumisión.
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Capítulo 10 ¡Estás en mis manos! 2/3
Grei Villalobos
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Aquel maniático estuvo a punto de acabar con mi vida y no me dejó más opción que aceptar su propuesta. De ninguna manera me convertiría en su sirvienta ni en su amante; mi único objetivo era ganar tiempo para planear mi escape y dirigirme a la policía. Regresar a Colombia ya no era una opción segura, y la situación en este país se tornaba cada vez más angustiante.
—Matteo, ya puedes soltarme, me duelen los brazos —le dije en un tono bajo.
Él acarició suavemente mi cabello y luego me tomó del mentón.
—No quiero que me llames Matteo; quiero que me digas amo o papi.
Su expresión era seria, y me pregunté si realmente hablaba en serio o si se burlaba de mí. Fruncí el ceño.
—¿Estás bromeando? No tengo la intención de llamarte así; es ridículo.
—Mi muñeca, si quieres regresar a tus clases, deberás cumplir todas mis órdenes. Yo seré tu amo y tú serás mi sumisa; tendrás que acatar mis instrucciones si deseas irte.
Lo que tenía de atractivo, lo tenía de perturbado. Llamarlo amo o papi me parecía totalmente absurdo. ¿Qué se creía? Suspiré, decidí que debía seguirle la corriente a este loco.
—Ajá —le respondí, mientras giraba los ojos y miraba hacia otro lado.
Sentí cómo él apretaba mi seno derecho y luego pellizcaba mi pezón, un pequeño gemido escapó de mis labios.
—¿Qué haces, maldito pervertido? —le grité, furiosa.
Él volvió a apretar, pero esta vez con más fuerza, aunque no sentí dolor real.
—Por cada grosería que me digas, te pellizcaré. Si no me llamas como te dije, te pellizcaré esos deliciosos y hermosos senos. Ahora, ¿cómo debes llamarme?
Lo miré con furia, sintiendo cómo mi rostro ardía de rabia. Odiaba a ese tipo con todas mis fuerzas, mientras él sonreía levemente.
—Sí, amo —respondí en un susurro.
—No te escuché, muñeca.
Apretando mis puños y suspirando, repetí con rabia:
—Sí, amo.
Él soltó mi seno, se acercó a mi rostro y me dio un beso, pasando su lengua por mis labios.
—Mi muñeca, irás a tu habitación, te darás una ducha y luego te pondrás la ropa que está en el clóset. Todo lo que encuentres allí lo usarás, y después quiero que me sorprendas con el desayuno.
—Matteo, digo, amo... Dado que me has investigado, sabes que vengo de una familia adinerada, así que no cocinaba ni realizaba tareas domésticas. Lamentablemente, no sé cocinar. Qué pena —le contesté con un tono que pretendía ser triste.
No estaba dispuesta a cocinar para nadie, y mucho menos para él.
—¿Vas a seguir con las mentiras? Sé muy bien que cocinas y que realizas tareas domésticas. Muñeca, quiero dejar esto claro: no quiero que me mientas, o te castigaré de una manera que te dejará días sin poder caminar. Aunque ustedes, las colombianas, son mentirosas por naturaleza y también unas... —se quedó en silencio unos segundos, se colocó detrás de mí y comenzó a desatar mis cuerdas, liberándome. Me tomó de la muñeca.
—¿Cómo sabes que cocino? ¿Acaso me estabas espiando? Eres un enfermo —le dije, asombrada y molesta.
—No es nada de enfermo, contempla a una belleza como tú, muñeca.
Empezó a jalarme mientras salíamos del despacho y subíamos las escaleras hacia la habitación donde había estado antes. Él caminó hacia el clóset y sacó algunas prendas. Yo solo miraba, sin creer lo que estaba sucediendo.
—Póntelo y te espero en la sala. No te demorés —me dijo antes de alejarse y cerrar la puerta.
Me dirigí hacia la cama y, al tomar el traje, me di cuenta de que era un disfraz de sirvienta. Arqueé una ceja; era demasiado corto. Al mirar, vi que había un conjunto de lencería negra, medias de malla y una cinta negra para el cuello. Ese maldito estaba completamente loco. Tiré el traje al suelo y comencé a saltar sobre él, tratando de desquitarme por toda la frustración y enojo que sentía. Debía pensar con claridad, y hacer que bajara la guardia para poder escapar. Ganar tiempo era mi única estrategia, así que volví a tomar el disfraz. Este bastardo lo había planeado todo. Dejé el disfraz en la cama y fui al baño; me quité la ropa, me di una buena ducha y luego me cepillé los dientes. Al salir de la habitación y secar mi cuerpo, me dirigí hacia el armario donde observé varios disfraces, ropa interior y ropa normal, maquillaje y accesorios, cremas costosas. Comencé a aplicarme productos en la piel. Regresé a la cama donde me puse la ropa interior, las medias y luego el disfraz. Al verme en el espejo, noté que era demasiado corto, dejando casi al descubierto mis glúteos. Dios, ayúdame a salir de esta situación, prometo que no volveré a robar, seré una buena chica, solo por favor, ayúdame. Respiré hondo antes de salir de la habitación y bajar al primer piso.
Al llegar a la cocina, me sentí extraña con aquella vestimenta. Si alguien de fuera me veía, moriría de vergüenza. De repente, sentí un golpe en mis glúteos y me giré con la intención de golpearlo, pero él sujetó mi mano.
—Mi muñeca, te ves muy linda con tu uniforme, pero no debes golpear a tu amo —me dijo, acercándome y dándome un beso apasionado mientras su mano ascendía por mis piernas hasta presionar mis nalgas.