Por miedo, Ana Clara Ferreira acepta una propuesta para ir a trabajar a Italia junto a su mejor amiga, Viviane Matoso. Pero, por accidente, termina convirtiéndose en la niñera de la hija del mafioso más temido de Italia.
Mateo Castelazzo, el Don de la mafia italiana, se divide entre atender sus negocios, la organización y cuidar de su traviesa hija Isabela.
Pero todo cambia después de un accidente…
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Capítulo 7
Ana Clara:
Ana Clara
Tan pronto como salimos de la cafetería, la anfitriona caminó hacia nosotras con una sonrisa burlona.
—Vivi... ¿qué hiciste para conseguir el puesto de gerente? ¿Te estás acostando con el jefe? —pregunta con veneno en la voz.
Vivi pone los ojos en blanco.
—Y entonces desperté y vi que era un sueño. ¿Estás loca, chica? El señor Castelazzo me confió el puesto y yo acepté.
—¿Pero cómo? ¡Te vio casi tirar una bandeja ayer! Y hoy la volviste a tirar.
—Si no estás satisfecha con su decisión, toma el teléfono y llámalo directamente. Él me confió el puesto y yo lo voy a asumir. Quien no esté satisfecho, que hable directamente con el jefe. Es él quien decide.
Observo a la otra chica con una mezcla de pena e irritación; envidia pura, descarada. Ella quería estar en el lugar de Vivi, eso era evidente.
Vivi cierra la cafetería, toma las llaves y seguimos hacia el apartamento. Cuando llegamos, arreglo mis cosas y me despido de las chicas. Vivi todavía necesitaba esperar al señor Castelazzo para recibir la llave del apartamento, pero yo... mi destino ya estaba trazado.
Agradezco a Aline con todo el corazón. Si hablo italiano hoy, si tengo un empleo... fue por ella.
Tan pronto como bajo, un hombre todo de negro me aborda educadamente.
—¿Señorita Ana Clara? Soy el chofer. Voy a llevarla a la residencia de los Castelazzo.
Mi corazón se dispara.
Cuando el coche se detiene frente a la casa... me quedo sin aliento.
Aquello no era una casa. Era un castillo moderno. Inmenso. Amenazador. Hermoso.
El chofer saca mis maletas y su voz firme llama la atención de los guardias de seguridad.
—Nueva niñera de la señorita Isabela.
Una señora surge, delicada, sonriente, con aspecto de abuela de telenovela.
—Mucho gusto, querida. Soy Matilde, pero todos me llaman Tilde. El señor Castelazzo llamó diciendo que llegarías. Voy a mostrarte la casa y tu habitación.
Camino boquiabierta mientras ella presenta:
—Habitaciones... más habitaciones... sala de estudio de Bela, sala de juegos, biblioteca, cine, oficina, comedor, sala de estar, gimnasio... —Ya estaba perdida en el segundo pasillo—. Área de la piscina, parrilla, jardín con parque...
Era surrealista.
Cuando bajamos a la cocina:
—¿Puedo ayudarte, señora Matilde?
—¡Claro que no, querida! Tu trabajo es cuidar de Bela. ¿Ya comiste algo?
Mi estómago ruge de vergüenza.
—Para decir la verdad... no. El accidente lo arruinó todo.
—Entonces siéntate. —Ella abre una sonrisa y me sirve un plato de pasta humeante—. Las empleadas usan uniforme, pero tú... no sé. Eres niñera. Y Bela nunca permitió que una niñera se quedara más de dos días.
—Claro... hasta yo me irritaría si aparecieran mujeres interesadas en mi padre en vez de cuidarme.
Ella levanta las cejas.
—¿Ella te dijo algo en el hospital?
—Dijo que algunas niñeras amenazaban con mandarla a un internado para casarse con su padre.
Tilde cierra el semblante.
—Interesadas... Pero siento que la señora Antonela allá en el cielo te mandó. A Bela le gustaste. Pero ten cuidado, es traviesa, inquieta, y cuando se porta mal, el señor castiga.
—Una niña de cinco años sin conocer historias de princesa... —murmuro, sintiendo un nudo en el pecho.
—Él es severo, pero la ama.
—¿Aquel grosero... amar? —se escapa sin querer.
Tilde sonríe.
—Se volvió más frío después de la muerte de su esposa. La niña nació, y días después la madre... partió. Nunca se vieron.
—Yo solo vine a cuidar de Bela. Él puede estar tranquilo de que no voy a mirarlo.
—Aunque parezca duro, es una buena persona. Y no... no es solo empresario.
—¿Qué hace, al final?
—Ya me di cuenta de que no eres italiana... es mejor dejar eso quieto.
La conversación termina cuando oímos el sonido de coches. Cuando llegamos a la sala, la puerta se abre.
Y él entra.
Mateo Castelazzo.
Al lado de él, Paola.
Y atrás... Bela.
Tan pronto como me ve, la niña corre y se lanza a mis brazos, con una sonrisa que derrite cualquier hielo.
Mateo:
Mateo
Llego a la cafetería decidido a arrancarle la verdad al maldito Dante. Él miente. Siempre mintió. Pero, por causa de mi hija, estoy obligado a mantener a la incompetente como gerente. No tengo otra función que la mantenga legalmente en el país.
Lo que no hago por Bela...
Mando a mis guardias de seguridad que lleven a Dante a la casita. Hoy mismo arreglo cuentas con él.
Llamo a Gael y mando que venga mañana temprano a entrenar a la desastrada. Si él consigue enseñarle, óptimo. Si no... paciencia.
Voy al hospital. No quiero estar lejos de Bela.
Ella duerme cuando llego. Paola surge a mi lado.
—A pesar del accidente, me alegré de que Bela finalmente aceptara a una niñera.
—Tú me obligaste a aceptar a esa maldita. No me gustó que levantaras la voz para mí delante de la niña.
Paola cruza los brazos.
—¿Cuántas niñeras fueron probadas, Mateo? Bela a todas las expulsaba. Esta niña... ella la admiró. Es suficiente por ahora.
—A Bela no tiene que gustarle. Tiene que comportarse como una niña normal. Su madre murió y nadie va a tomar su lugar...
—¡Basta, Mateo! ¡Te volviste insoportable con esa historia! Solo deseo que te enamores locamente de una mujer, más de lo que te gustó Antonela, para que aprendas a arrastrarte.
—Prefiero la tortura de mis enemigos.
El médico llega para dar el alta. Paola corre al centro comercial a comprar ropa nueva para Bela. Al pisar la casa, Bela baja de mi regazo y sale disparada hacia la niñera.
—¡Tía Ana! ¡Sabía que ibas a vivir con nosotros!
Ella susurra algo en el oído de la mujer, que se pone roja.
Tilde informa que Bela ya había comido y dormido en el hospital.
—Vamos a dormir, mocosa —dice la niñera—. La tía va a quedarse contigo hasta que te duermas.
—¿El papá puede ir también?
Ella me mira. La niñera baja la cabeza.
—Claro, hija. Ya subo. Voy a despedirme de tu tía.
Después de que Paola y Tilde se retiran, subo.
La escena me desarma completamente.
Las dos están acostadas en la cama. Bela cubierta, Ana sentada detrás de ella, con un libro en la mano, leyendo con la voz más dulce que jamás oí.
—"Y fueron felices para siempre..."
—¿Y el muñeco nunca más volvió a ser muñeco? —pregunta Bela.
—Nunca más. Pero recuerda: todo solo sucedió porque él escuchó lo que el padre decía.
—¿Quiere decir que si yo no escucho a mi papá... me convierto en burro?
—No burro... pero puedes sufrir. Papá y mamá solo quieren nuestro bien. Tu papá te ama mucho.
Las dos tienen lágrimas en los ojos.
Mi pecho se aprieta.
Paola tenía razón. Bela necesita una madre. Y rápido.
—Tía Ana... ¿puedo pedirte una cosa? —susurra Bela.
—Lo que quieras, mi amor.
—No quiero que seas mi tía. Quiero que seas mi mamá. Las mamás solo se van si se convierten en estrellitas... como la mía se convirtió. Yo quiero una nueva mamá.
La niñera llora.
Yo me quedo congelado.
Entonces ella responde:
—Es un honor que te guste así. Pero para que yo sea tu mamá... tiene que ser la mujer que se case con tu padre. Y yo sé que un día él va a elegir una buena madre para ti. Yo prometo... nunca voy a dejarte. Seré tu niñera, después empleada... y cuando crezcas, seré niñera de tus hijos.
Entro antes de que esta historia evolucione.
—Como prometí, vine a darte tu beso de buenas noches.
Pero mi hija, lista como siempre, me encara seria:
—Papá... ¿por qué no se casa con la tía Ana? Así ella se convierte en mi mamá... y nunca más se va.