Sofía y Erick se conocieron cuando ella tenía seis años y él veinte. Ese mismo día la niña declaró que sería la novia de Erick en el futuro.
La confesión de la niña fue algo inocente, pero nadie imaginó que con el paso de los años aquella inocente declaración de la pequeña se volvería una realidad.
¿Podrá Erick aceptar los sentimientos de Sofia? ¿O se verá atrapado en el dilema de sus propios sentimientos?
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El desconcierto de Erick
Después de la llamada en que Sofia le confesó sus sentimientos a Erick...
El eco de la voz de Sofia aún resonaba en la mente de Erick. La llamada había sido breve, directa, y llena de una sinceridad que lo había dejado sin palabras. Nunca imaginó que el juego de ser el "príncipe" de Sofía, como ella siempre lo llamaba en su niñez, se hubiera convertido en algo tan real y tan doloroso de enfrentar. En su mente, ella había sido siempre la pequeña niña traviesa que se aferraba a sueños de fantasía, y él, un amigo de la familia, un hombre que, a pesar de los años, mantenía una distancia emocional para no comprometer lo que ya era un lazo delicado y complicado.
Erick cerró los ojos, sintiéndose aturdido. Un sentimiento de inquietud y confusión lo invadía, como si una tormenta se hubiera desatado en su pecho. La llamada de Sofía le había dejado claro que ella había crecido, que esa niña soñadora se había convertido en una mujer con deseos, expectativas y sentimientos sinceros. Y él, él se había convertido en algo más que una simple figura en sus cuentos, algo que nunca había contemplado como posible.
—¿Cómo pudo pasar esto...? —murmuró para sí mismo, frustrado. No era solo el hecho de que Sofía le dijera lo que sentía, sino también el hecho de pensar cómo él había sido capaz de darle vida a esa ilusión, una ilusión que nunca había considerado real, hasta ahora.
La rabia comenzó a crecer en su interior. ¿Cómo podía haber sido tan ingenuo? Él, un hombre adulto, involucrado en una relación profesional y personal con la familia de Sofia, no podía permitirse ese tipo de sentimientos ni permitir que ella los cultivara. La imagen de ella, tan pura y llena de esperanza, se mezclaba con el remordimiento y la angustia.
El aire se volvió denso, y sin poder contenerse más, Erick lanzó su móvil sobre la mesa, aún con el impacto resonando en la habitación. Se levantó de un salto y comenzó a caminar de un lado a otro, con su mente girando en círculos. No podía dejar que Sofi siguiera alimentando ese amor, aunque tuviera que pagar el precio de ser visto como un traidor, o incluso de ser odiado por ella.
Sabía lo que debía hacer. Era un acto que requería valentía y egoísmo al mismo tiempo, pero no podía permitir que sus propios deseos, aunque no fueran más que incertidumbres en su mente, fueran el combustible de una historia que no podía tener un buen desenlace. Se detuvo de repente, la decisión estaba clara en su mente.
Tomó su móvil y, sin dudar, marcó el número de Helena, una joven con la que había compartido algunos momentos en el pasado, específicamente cuando regresaba al país por unos días, momentos que le habían dado compañía y distracción, pero nada más. La voz de Helena, cálida y despreocupada, lo saludó con el tono familiar que siempre le había resultado cómodo.
—Helena, ¿qué estás haciendo esta noche? —preguntó, tratando de sonar natural, como si no hubiera nada en juego.
—¡Erick! Nada, ¿por qué?
—¿Te gustaría venir conmigo a una fiesta de cumpleaños? Es de la hija de Leonardo, mi socio— la invitación salió casi sin pensar, un acto de desesperación y necesidad de hacer algo que desanimara a Sofia. Aunque su corazón se retorcía ante la idea de verla herida, sabía que era la única forma de que ella entendiera, de que ella se alejara.
La respuesta de Helena, llena de entusiasmo, se perdió en la confusión de su mente. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para protegerla, aunque fuera de una manera demasiado dolorosa para todos, él incluido.
Así que, Erick, en ese momento, aceptó su destino.
Por esa razón, cuando entró a la casa de Leonardo con Helena, no dudó en hacer notar su cercanía con la muchacha.
Horas después de la fiesta...
Cuando Erick llegó a su casa, la noche ya se había instalado con su manto de silencio y soledad. Las luces de la ciudad parpadeaban en la distancia, como si intentaran iluminar el vacío que sentía en su pecho. Se dejó caer en el sofá, exhausto y con la mente hecha un torbellino. Su primera reacción fue cerrar los ojos, intentar dejar de lado el peso de la culpa, de la decisión que había tomado esa noche.
La imagen de Sofia lo golpeó de inmediato, su expresión al verlo llegar con Helena, la forma en que la sonrisa se dibujó en su rostro con esfuerzo, como si su corazón le pidiera perdón. La imagen se le quedó grabada, y fue un recuerdo que se repitió en su mente sin cesar.
Suspiró y, por impulso, encendió la pantalla de su móvil. Las notificaciones parpadearon y se acumulaban como pequeños recordatorios de un mundo que seguía girando, pero lo que realmente buscaba eran las fotos de la noche. Lo que iba a ser un simple vistazo para pasar el tiempo se convirtió en un repaso doloroso de cada momento, de cada mirada furtiva de Sofia, de cada gesto sutil que él había ignorado mientras cumplía su misión de quitarle a la muchacha cualquier ilusión respecto a él.
En las imágenes, ella aparecía rodeada de amigos, sonriendo a medias, con los ojos desviándose en direcciones opuestas, buscando algo o alguien que no estaba. Y ahí estaba él, en algunas fotos, posando con Helena, sonriendo como si la tranquilidad fuera algo que pudiera simular. Pero las imágenes más dolorosas eran las que captaban a Sofía en un rincón, apartada, siempre acompañada por Ian, pero claramente con la mirada perdida. Las imágenes se convertían en un espejo de su propio dolor, reflejando la confusión, la traición y la impotencia que sentía por haber sido él quien la había lastimado.
El teléfono vibró con un mensaje de Helena, un mensaje que decía:
“¿Te gustó la fiesta? Espero que todo salga bien…” Erick se quedó mirándolo, el dedo rozando la pantalla pero sin atreverse a contestar. La mentira que había planeado, el plan para hacer que Sofi se alejara de él, le pesaba ahora más que nunca.
Se recostó en el sofá, el peso de la soledad calándole los huesos. La imagen de la muchacha seguía en su mente, y aunque intentaba convencerse de que había hecho lo correcto, de que era un mal necesario, una parte de él temía que la joven no lo perdonara nunca, y aún más, que nunca llegara a entender el porqué. No se sentía un héroe, ni siquiera un villano; solo se sentía perdido, atrapado en una telaraña de decisiones tal vez erradas, que no ameritaban otra salida.
El sonido de una notificación lo sacó de sus pensamientos. Era otra foto de la fiesta que algun amigo en común había subido a las redes. Allí, en un rincón de la imagen, aparecía Sofia, siendo envuelta en un cálido abrazo por Ian, mientras él, con Helena, se alejaba por el pasillo. Esa imagen lo hizo cerrar los ojos y apretar los dientes. Ahora entendía: había elegido una forma de protegerla, pero en realidad, solo había perdido una parte de sí mismo.
Erick dejó el móvil a un lado, apagó las luces y se tumbó en la cama, intentando hacer que el dolor fuera un poco más llevadero, aunque sabía que la herida de esa noche sería profunda y que, al final, posiblemente él también tendría que vivir con las consecuencias de sus actos.