Ella siempre supo que no encajaba en esa mansión. No era querida, no era esperada, y cada día se lo recordaban. Criada entre lujos que no le pertenecían, sobrevivió a las humillaciones de su madre y a la indiferencia de su hermanastra. Pero nada la preparó para el día en que su madre decidió venderla… como si fuera una propiedad más. Él no creía en el amor. Sólo en el control, el poder y los acuerdos. Hasta que la compró. Por capricho. Por venganza. O tal vez por algo que ni él mismo entendía. Ahora ella pertenece a él. Y él… jamás permitirá que escape.
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Una noche para fingir
Los días que siguieron al altercado fueron normales, silenciosos. En la mansión Muñoz solo se hablaba lo necesario.
Adrián había como siempre seguís su rutina con precisión. Trabajo, llamadas, compromisos. Thalía se enfocaba en sus estudios, en Amelia.
Un sábado en la tarde, mientras Amalia coloreaba en la sala, llegó la invitación.
—Mi padre organiza una gala en la hacienda familiar—informó Adrián, sin levantar la vista del móvil—. Quiere que vayamos los tres.
Thalía alzó la mirada desde el libro que leía.
—¿Los tres?
—Sí. Quiere vernos. Juntos. Como una familia. —La palabra “familia” la escupió como si no supiera qué significaba.
Thalía respiró hondo. No discutió. Amelia saltó de emoción.
—¿Puedo usar un vestido nuevo?
—Claro, princesa —le respondió Adrián, sonriendo solo para ella.
Amelia salió corriendo hacia su habitación.
—¿Y por qué querría eso? —Thalía preguntó volviendo a la conversación.
—Porque quiere que mostremos unidad —respondió Adrián con desgano—. Le interesa la imagen.
—Ah, claro. Imagen…
—No tenemos que fingir nada si no quieres —agregó él, bajando la voz—. Solo ir, sonreír un rato, cuidar a Amelia y volver.
—¿Tú sí vas a fingir? —preguntó Thalía, con la voz algo más temblorosa—. ¿O ya lo haces todos los días?
Adrián la miró, dolido, pero no respondió.
Ella se levantó con calma, recogiendo sus cosas.
—No tengo nada que ponerme para una fiesta, por si te importa.
—Yo me encargo —dijo él de inmediato, poniéndose de pie.
Thalía lo observó con incredulidad.
—¿Y eso? ¿Culpabilidad?
—No —respondió, demasiado rápido.
—Entonces… ¿por qué?
—Porque aunque no lo entiendas, eres mi esposa. —Su voz era baja, dura, como si le costara decirlo.
Ella lo miró con los ojos entrecerrados.
—A veces creo que sí. Pero luego me hablas como si fuera invisible.
—No empecemos, Thalía —soltó él, de golpe—Estoy tratando de que esto funcione y no sé qué hacer.
Ella respiró hondo, sin saber si eso era una confesión o una condena.
—Pues ojalá lo resuelvas pronto —susurró
Luego se dirigió hacia la cocina, dejando a Adrián con el ruido de su propio desconcierto.
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Había llegado la noche de la gala
La hacienda del señor Muñoz era una obra de arte: columnas de mármol, jardines iluminados, y un séquito de personas altivas.
Thalía lucía impecable en un vestido largo color vino. Sencilla, elegante. No necesitaba nada más.
Adrián iba a su lado, serio, con Amalia entre ambos. Los murmullos no tardaron en llegar.
—¿Quién es ella? —preguntó una mujer en voz baja a otra—. No puede ser la misma que se decía era… ¿la mucama?
Thalía lo escuchó. Fingió no hacerlo.
Dentro, había música Jazz suave. La gente reía, brindaba, fingía. El padre de Adrián se acercó a ellos con los brazos abiertos, como si fuera el anfitrión de una familia feliz.
—¡Qué hermosa familia! —exclamó, besando la frente de Amelia—. Thalía, te ves… presentable.
Ella solo sonrió por cortesía. Pero sintió la puñalada en el estómago.
La velada transcurrió entre saludos falsos y copas de vino que Thalía apenas rozaba. Hasta que una figura conocida apareció entre la multitud: Bianca.
Perfectamente vestida. Perfectamente fría.
—Vaya, esto sí que no me lo esperaba —dijo, acercándose a Thalía con una copa en mano—. ¿Te sientes cómoda entre candelabros de oro, hermanita?
Thalía tragó saliva.
— Soy una Muñoz, ¿recuerdas? —respondió sin caer en provocaciones.
Bianca rió.
—Claro… ¿Y Joshua? ¿No vino contigo esta vez?
Adrián, que había estado en una conversación cercana, se giró al escuchar ese nombre. Sus ojos se oscurecieron. Caminó hacia ellas.
—¿Pasa algo? —preguntó con tono gélido.
—Nada —respondió Bianca con malicia—. Solo le preguntaba a Thalía si ya le pidió a su amante que la lleve a una de estas galas también.
El vaso que Adrián tenía en la mano tembló, pero no dijo nada. Thalía la miró, con el rostro tenso.
—Te sugiero que te cuides, Bianca. Tú y yo compartimos sangre, pero yo no olvido.
Antes de que la situación estallara, el padre de Adrián se acercó a él y le susurró algo al oído.
—Llévatela antes de que arruine lo poco que nos queda.
Adrián tomó del brazo a Thalía, no con violencia, pero sí con firmeza.
—Vamos.
—Suéltame —dijo ella, clavando la mirada en él.
—¿Vas a hacer un escándalo aquí?
— ¿Me vas a callar como siempre? ¿Como en casa? ¿Seguirás siendo el lacayo de papi?
Los murmullos comenzaron. Amalia los miraba desde lejos, confundida. Adrián soltó a Thalía.
—Sal —le ordenó en voz baja—. Ahora.
Thalía salió al jardín trasero, respirando con dificultad. Las luces de la fiesta se desdibujaban a sus espaldas. Adrián la alcanzó minutos después.
—¿Qué demonios estás haciendo? —le soltó.
—¿Yo? ¿Qué hago yo? ¿Y tú, Adrián? Practicamente me trajiste a este lugar a ser humillada A jugar a la familia perfecta para que tu padre no te corte los hilos.
Él la miró con rabia.
—No sabes lo que es cargar con esto, Thalía. No sabes lo que implica… ser parte de esto.
—Tienes razón. No lo sé. Pero sí sé lo que es tener dignidad. Y tú la perdiste hace mucho.
Adrián dio un paso hacia ella.
—Estás cruzando una línea…
—¡Y tú me hiciste cruzarla!
Ambos respiraban agitadamente. Muy cerca. Muy al borde.
Los ojos de Adrián ardían. Los de Thalía temblaban. Y de pronto, sin pensarlo, sin medir las consecuencias, él la besó.
Un beso desesperado. Lleno de rabia, de frustración, de todo lo que ninguno de los dos había sido capaz de admitir. Las manos de Adrián sujetaron su rostro con torpeza y pasión, los labios de Thalía respondieron con furia, con la necesidad de tenerlo cerca, con todo lo que había callado.
Era un beso que quemaba, que dolía, que curaba y hería al mismo tiempo.
Pero fue ella quien se separó primero.
Jadeante, con los ojos húmedos, bajó la mirada y se apartó de él con un paso inseguro.
—No quiero… volver a ser un error para ti —susurró con voz quebrada.
Adrián no respondió. Solo la miró. Como si no supiera qué decir, qué sentir… qué hacer con todo lo que estaba empezando a pasar dentro de él.
Thalía se giró sin más y caminó con firmeza de regreso al salón. Entró con el rostro tenso, mientras la fiesta seguía su curso como si nada. Gente riendo, copas chocando, y en una mesa lateral, las brochetas de queso que tanto le gustaban.
Se acercó con la esperanza de distraerse, de olvidar ese beso, de aplacar el caos en su pecho con algo tan simple como comida.
Pero apenas tomó una y se la acercó a los labios…
El olor.
El sabor.
El mareo.
Las náuseas la golpearon como un relámpago. Llevó una mano a su estómago y la otra a la boca.
Todo empezó a girar.
Salió corriendo, esquivando a los camareros y a un par de invitados que intentaron saludarla.
Abrió la puerta del baño con torpeza y vomitó. Una. Dos veces.
Se sostuvo del lavamanos, pálida, temblando.
Se miró al espejo. La respiración agitada. Las mejillas encendidas. El corazón golpeando en su pecho como si quisiera escaparse.
Y entonces, un pensamiento, uno que se negó a aceptar…
Una idea que no podía ser.
Que no debía ser.
Pero su cuerpo…
Su cuerpo parecía gritarle que sí.
—No… no puede ser… —murmuró, llevándose una mano al vientre.
Tiago ya eres grande para dejarte envolver como niño creo q los padres q te dio la vida te han enseñado valores ojalá no te corrompas con esa persona q dice ser tu padre , Thalía y Joshua hicieron mal al no decirte la verdad por cuidar tu ntegidad , ahora quien sabe lo. Q te espera al lado de este demonio