Sara García siempre fue la "oveja negra" de su familia, una joven callada y tímida que creció entre las humillaciones de sus padres y las burlas de sus compañeros. Mientras el resto de la prestigiosa familia García brillaba en los eventos sociales de España, Sara era relegada a las sombras, ridiculizada incluso por su propia madre, quien le repetía que jamás sería más que una chica "fea y torpe".
Pero todo cambió cuando conoció a Renata, una joven rebelde y brillante en la universidad, quien le enseñó a confiar en sí misma. Juntas, desarrollaron NeuroLink, una tecnología revolucionaria capaz de conectar mentes humanas para compartir pensamientos y emociones en tiempo real. Decididas a demostrar su valía, patentaron el proyecto en secreto y amasaron una fortuna que mantuvieron oculta para protegerse de quienes siempre las subestimaron.
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Las Cicatrices del Pasado
Sara estaba nerviosa. Rodrigo la había invitado a almorzar en su residencia, un lugar que, como todo lo relacionado con él, emanaba elegancia y sobriedad. Aunque él siempre se mostraba amable y cálido con ella, había algo en su mirada aquel día que parecía diferente, más introspectivo.
Mientras recorrían los amplios jardines después de comer, Rodrigo se detuvo junto a una fuente de mármol. El sonido del agua rompía el silencio entre ellos, y Sara lo observó con curiosidad. Había algo en su semblante que la intrigaba: una mezcla de melancolía y determinación.
—Sara, hay algo que quiero contarte dijo Rodrigo finalmente, con la voz más grave de lo habitual.
Ella lo miró, sorprendida.
—Claro, Rodrigo. Sabes que puedes confiar en mí.
Rodrigo asintió, como si esas palabras le dieran el empujón necesario para continuar.
—Hace años, perdí a la mujer que más he amado en mi vida: mi esposa, Claudia. Ella era mi pilar, mi fuerza, mi todo. Tuvimos una relación hermosa, pero la vida nos jugó una mala pasada.
Sara sintió un nudo en la garganta. Nunca había visto a Rodrigo tan vulnerable.
—¿Qué pasó? preguntó en voz baja, temiendo romper el momento.
Rodrigo suspiró profundamente, mirando el agua de la fuente como si ahí pudiera encontrar las palabras adecuadas.
—Fue un accidente. Íbamos en el auto, regresando de una cena, y un conductor ebrio se cruzó en nuestro camino. Claudia murió en el acto. Yo sobreviví, pero... nunca volví a ser el mismo.
Sara sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas.
—Lo siento mucho, Rodrigo. No puedo imaginar lo difícil que debe haber sido.
Rodrigo la miró con una leve sonrisa triste.
—Fue más difícil para Jorge. Él era solo un adolescente cuando ocurrió. La muerte de su madre lo cambió por completo. Antes éramos muy cercanos, pero después de su partida, algo se rompió entre nosotros.
Sara escuchaba atentamente, mientras Rodrigo continuaba.
—Jorge me culpó por lo sucedido. Creía que yo tenía que haber hecho algo, que debía haber evitado el accidente. Pero no se puede cambiar el pasado, Sara. Lo que pasó, pasó. A pesar de que hice todo lo posible para ser un buen padre, él construyó un muro entre nosotros.
Rodrigo apretó los puños, como si reviviera el dolor de aquellos años.
—Jorge comenzó a rebelarse. Se volvió frío, distante. Y aunque yo intentaba acercarme, siempre encontraba una pared. Durante años, nuestra relación se ha mantenido en un punto muerto. Apenas hablamos más allá de lo estrictamente necesario.
Sara no sabía qué decir. Sentía un profundo respeto por Rodrigo y por la fuerza que debía haber requerido abrirse de esa manera.
—Rodrigo, no puedo imaginar el dolor que has sentido, pero... sé que eres un hombre increíble. No todos podrían seguir adelante después de algo así.
Rodrigo le dedicó una sonrisa cálida, aunque sus ojos aún reflejaban tristeza.
—Gracias, Sara. Hablar de esto no es fácil para mí, pero contigo es diferente. Eres alguien especial.
El corazón de Sara dio un vuelco. Había algo en la manera en que Rodrigo la miraba que la hacía sentirse vista, comprendida. Pero antes de que pudiera decir algo, él continuó.
—A veces pienso que, si Claudia estuviera aquí, encontraría una forma de unirnos de nuevo. Ella siempre fue el puente entre Jorge y yo. Sin ella, todo se vino abajo.
Sara colocó una mano en el brazo de Rodrigo, buscando reconfortarlo.
—Todavía hay tiempo, Rodrigo. La vida siempre nos da oportunidades para sanar y reconstruir.
Él asintió, aunque parecía no estar del todo convencido.
—Tal vez tengas razón. Pero es difícil. Jorge y yo somos como dos extraños en la misma casa.
Sara sintió que su corazón se apretaba. Aunque no lo sabía, las palabras de Rodrigo le revelaban una verdad que más adelante cambiaría su vida: el vínculo entre él y Jorge era mucho más profundo de lo que ella podía imaginar.
