Ming ha amado a Valentina Jones, su mejor amiga, toda la vida, pero nunca se ha atrevido a decirle lo que siente. Cuando su madre, que está muriendo por un cáncer, le pide como último deseo que despose a Valentina, Ming pierde la cabeza. Esa locura temporal lo arroja a los brazos de Valentina, pero el miedo a decirle la verdad arruina todo.
Ahora su mejor amiga cree que la está usando y se niega a escuchar la verdad.
¿Podrá el destino unirlos o las dudas terminarán separándolos aún más?
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Náuseas
Val
Doy la cadena del baño y me recuesto contra el inodoro. Limpio mi boca con una toalla de papel mientras enloquezco y repaso mis síntomas.
Hace tres días que no he podido mantener nada en mi estómago.
Mi período se ha atrasado por primera vez en mi vida.
Cuando muevo mi cabeza muy bruscamente todo gira y tengo que afirmarme en lo que sea para no caer.
Mi vientre está duro e inflamado. Lo mismo con mis pechos.
–Mierda –gruño y miro hacia el techo del baño–. Esto no puede estar pasando. No ahora.
Coloco la mano sobre mi vientre inestable y niego con mi cabeza. No es que no quiera ser madre, pero esto no estaba en mis planes.
Tendré que hacerme una prueba para estar segura, aunque no tengo dudas. Y luego tendré que hacer una prueba de paternidad, porque sé que Ming dudará con justa razón. El día anterior a la noche que estuve con él tuve sexo con Milton.
Me dolerá su duda, pero tiene todo el puto derecho a exigir una prueba de paternidad.
Es verdad, con Milton nunca practiqué sexo sin preservativo, pero no hay método infalible.
–Maldita sea, Valentina Jones –siseo molesta conmigo misma.
Todo esto no estaría pasando si no me hubiese comportado como una…
–¿Está todo bien? –pregunta Lina, la enfermera que me ayuda a cuidar a Mei y a Ming.
–Sí, salgo enseguida.
–Llegó la nueva medicación de Mei.
–¡Voy enseguida!
Me levanto rápidamente, pero tengo que sostenerme del mueble del baño cuando todo da vuelta.
–Por favor, bebé –le pido a mi vientre–. Mami necesita trabajar.
Me rio cuando escucho lo que acaba de salir de mi boca.
Estoy completamente loca.
Mojo mi rostro y salgo del baño antes de dirigirme a la habitación de Mei.
Los ojos sabios de Mei recorren mi rostro y cuerpo con detenimiento.
–Lina, ¿podrías darnos unos minutos a solas?
Mierda. No ahora.
–Claro. Vuelvo enseguida –dice Lina antes de salir de la habitación.
–Ming ya despertó –le digo para distraerla–. Sus heridas están cada día mejor. Pronto podrá salir de la cama y no tendremos como sacarlo de tu habitación.
–Val –me llama, pero la ignoro.
–Al fin llegaron las nuevas drogas –digo mientras leo las etiquetas cuidadosamente.
Hice un estudio completo de Mei y le mandé hacer nuevas recetas. No detendrá su cáncer, pero al menos ralentizará su avance y aliviará el dolor que siente.
–Cariño –insiste.
–En pocos días notarás la diferencia, Mei.
–Cielo.
–Podrás levantarte e incluso podemos salir al parque.
Mei niega con su cabeza mientras lucha con su cuerpo adolorido para poder sentarse.
Toma mi mano y me obliga a mirarla a los ojos.
–¿Es del médico con el que sales? –pregunta triste.
–No sé de qué hablas.
Sonríe y golpea su cama para que me siente frente a ella.
Suspiro resignada y lo hago.
–¿Ya lo sabe?
–Milton y yo terminamos.
Golpea mi mano. –Cuando sepa que estás esperando un hijo de él querrá volver a tu lado, cariño.
Comienzo a llorar, sin tener una clara causa. Mis hormonas están enloquecidas últimamente. Cualquier vídeo o anuncio triste en la televisión o internet me hace llorar.
Mei seca mis lágrimas con una sonrisa. –No llores, cariño. Todo saldrá bien –dice y luego hace un gesto de dolor–. Solo… ten mucho cuidado cuando se lo digas a Ming, por favor –ruega.
Me tenso de inmediato.
–Hice todo mal –digo antes de comenzar a sollozar–. No sé si estoy embarazada…
–Lo estás –responde–. Me basta con mirarte.
–Y no sé si el bebé es de Milton –continúo.
Mei abre sus ojos y luego me mira esperanzada.
–¿Hay alguna posibilidad que ese bebé sea de Ming? –pregunta tomando mis manos entre las suyas mientras todo su cuerpo tiembla con anticipación.
Asiento, incapaz de articular la palabra que quiero decir.
–Oh, cariño –susurra y me empuja hasta que caigo sobre su cuerpo.
Me abraza por varios minutos y luego siento mi cuello mojarse con sus lágrimas.
Me incorporo y mi corazón se resiente al verla llorar.
–No llores, Mei –le pido–. Quizá no sea de Ming, y aunque lo sea, no arruinaré su vida.
–Oh, cielo –susurra con una sonrisa–. Es de mi hijo, lo sé. Y eso me hace la mujer más feliz de este planeta –dice y coloca la mano sobre mi vientre–. Me iré de este mundo sabiendo que seré abuela.
–Mei, no estoy segura –digo–. Ni siquiera estoy segura de estar embarazada.
–Una mujer lo sabe, cielo –replica–. Tú sabes que estás embarazada y sabes que el hijo es de Ming.
Mi mentón comienza a temblar y niego con mi cabeza. –Pero Ming no me creerá.
–¿Qué no creeré?
Ambas miramos hacia la puerta. Palidezco cuando veo a Ming de pie, sosteniendo su costado.
Saco la mano de Mei de mi vientre y me levanto de inmediato.
Continúo revisando las nuevas medicinas y me tenso cuando escucho a Ming a mi espalda.
Toma mi brazo y me obliga a enfrentarlo.
–¿Por qué lloras? –pregunta mientras toma mi mentón que sigue temblando–. Val, por favor, dime qué está mal.
Miro a Mei por ayuda y le ruego con la mirada que no diga nada, no todavía, no cuando no estoy segura de nada.
–Cosa de chicas –le responde–. Y tú, jovencito, deberías estar en tu habitación –lo regaña.
Ming se gira hacia su madre y puedo respirar más tranquila.
–No puedo soportar estar otro día sobre esa cama –le dice a su madre antes de inclinarse y dejar un beso sobre la cima de su cabeza–. ¿Qué pasa?
–Nada –le responde Mei sin dejar de sonreír.
–¿Qué está pasando aquí? –insiste mirándonos con desconfianza–. Val –exige mirándome seriamente–. Dime qué está pasando.
–Llegaron las nuevas drogas –digo y eso lo distrae.
Se acerca de inmediato a mi lado y comienza a leer las etiquetas.
–¿Esto la ayudará?
–Claro que lo hará. Confía en mí.
Sonríe y toma mi mano. –Tú sabes que eres la persona en la que más confío. Siempre ha sido así.
Me obligo a tragar el nudo que se forma en mi garganta. Quiero gritar de frustración cuando tragar mi propia saliva me revuelve el estómago.
No ahora. No delante de él.
Llevo la mano a mi boca y corro al baño de Mei. Trato de cerrar la puerta, pero Ming me lo prohíbe.
Levanto la tapa del inodoro y vomito mientras Ming sostiene mi cabello.
Maldita sea, ¿qué haré ahora?
Espero que esto no cambie nada los resultados🥺😬