Por El Corazón De Un Capo

Por El Corazón De Un Capo

Fluir libremente

Valentina Jones

–Cáncer al Colon. Estadio cuatro –dice el doctor Yang–. Lo siento mucho –agrega mirando a Ming, y a Mei, quien asiente con una calma aterradora.

–¿Lo siente? –pregunta Ming con una risa aún más aterradora que la calma de Mei–. ¡¿Lo siente?! –grita mientras lanza el escritorio del doctor Yang al suelo, rompiendo el computador de última generación.

–Hijo –lo llama Mei, pero por supuesto nada puede cruzar la barrera invisible que hay entre Ming y nosotras. Esa barrera que aparece en esos extraños brotes de ira.

Mi mejor amigo toma al doctor Yang, quien es una eminencia de la medicina moderna de este país y del mundo, de su cuello y lo levanta sobre el nivel de sus ojos.

Los pies de Yang cuelgan y su rostro comienza a teñirse de tonos rojos y violetas.

Ming saca una enorme daga y la clava contra el estómago de Yang.

–Quizá podría sacarte tu Colon y entregárselo a mi madre, ¿no lo cree, doctor? –pregunta en un siseo. Un siseo que eriza todos los vellos de mi cuerpo.

Mei toma mi mano, llamando mi atención.

–A ti te escuchará, cariño –susurra con voz débil.

Me levanto torpemente y me acerco con miedo a mi amigo, quien en este momento me parece un extraño.

Un asesino dispuesto a todo.

Quiero golpearme cuando esa imagen logra acelerar mi pulso, y no precisamente por temor.

–Ming –lo llamo, pero no voltea en mi dirección. Coloco mi palma sobre su hombro y puedo sentir como se relaja con mi tacto.

Me encantaría que su tacto tuviera ese efecto tranquilizante en mí, pero no. Su tacto me produce caos.

–¿Podemos colocarle su colon a mi mamá? –pregunta esperanzado.

–No, Ming –respondo mientras tomo la daga de su mano–. Un trasplante no la salvará.

–Pero…

–El cáncer ya está en su pulmón y huesos –digo mientras muerdo mi mejilla con fuerza. Prefiero el dolor físico al emocional en cualquier momento. Y sé que cuando esté sola en mi casa me romperé en cientos de pedazos, pero ahora debo ser fuerte por Ming y por Mei–. Es tarde.

Sus ojos oscuros descansan en los míos, aterrados y tan tristes, que sujeto la cuchilla de la daga contra mi palma.

No puedo romperme ahora. Me necesitan.

Ming mira a su madre, quien yace sobre la silla, débil y cansada.

–Hijo, por favor –le ruega.

Ming suelta al doctor, quien cae al suelo, haciendo un estruendo.

Me arrodillo a su lado y lo ayudo a incorporarse mientras trata de insuflar oxígeno a sus pulmones, que deben estar ardiendo en este momento.

–No puedo salvarla –dice y comienza a toser, luchando por respirar–. Tú puedes verlo –agrega apuntando a los exámenes que están sobre el suelo, decorando su oficina con resultados desesperanzadores.

–Lo sé –digo mientras lucho por contener las lágrimas.

Miro a Mei, quien está tratando de calmar a su hijo, y mi corazón se encoge dentro de mi pecho.

No es justo.

La medicina ha avanzado a pasos agigantados en las últimas dos décadas, yo he sido responsable de varios adelantos, pero aún no podemos curar un cáncer tan agresivo como el que tiene Mei.

Le juré a mi madre que cuidaría de su mejor amiga, y le estoy fallando.

Busco alternativas en mi cabeza, mientras Yang sigue farfullando, pero cada una de estas ideas caen como un castillo de naipes frente a mis ojos.

Es demasiado tarde.

Debí haber visto las señales. Debí visitarla más a menudo. Debí haber abondado todo cuando le escuché a Ming decir que Mei tenía una gripe que no se iba con nada.

Esto es mi culpa.

–No.

Levanto la mirada y encuentro los ojos oscuros de Ming, pendientes de mí.

–No –repite.

–Lo es.

–No, Val –declara–. No dejaré que cargues con ese peso.

Mei mira a su hijo y luego a mí, sin entender. No sabe que Ming, como siempre lo hace, acaba de leer mis pensamientos.

Muchas veces, como ahora, siento que es la persona que más me conoce en este mundo, incluso más que yo misma.

–Estaremos bien –susurra Mei con optimismo. Un optimismo del cual hoy no puedo contagiarme.

Ming se obliga a sonreír. Deja un beso sobre la cima de la cabeza de Mei antes de lanzarle una mirada asesina a Yang.

–No he terminado contigo –amenaza antes de salir de la sala junto a su madre.

Yang palidece. –¿Qué quiso decir con eso? –pregunta aterrado–. No puede matarme. He sido un fiel sirviente a la Tríada. Atendí a su padre y a su abuelo.

Sonrío sin humor. –Yo no diría eso delante de Ming, señor Yang. No si quiere sobrevivir –digo–. Hablaré con él –me apresuro en agregar cuando comienza a hiperventilar.

Ming es el jefe de la Tríada, la mafia que gobierna China y otras partes del mundo. Siempre ha sido un líder fuerte y justo. Pero imagino que en este momento no está pensando en justicia, sino en venganza. Querrá matar a todos los médicos que trataron a Mei y no pudieron descubrir lo que estaba pasando cuando aún estábamos a tiempo de poder proporcionarle un tratamiento.

Salgo de la sala y me apresuro a seguirlos, pero me detengo cuando los veo sentados mirando el enorme estanque con cascada y peces Koi de distintos colores y tamaños.

Mei toma mi mano en cuanto estoy a su lado.

–A Li y a mí nos encantaba este estanque –susurra con dulzura–. Tu madre podía estar horas sentadas frente a este estanque. Fue aquí donde conoció a tu padre.

–Lo sé –susurro y me obligo a no dejar caer ninguna lágrima.

–El famoso neurólogo británico –dice con una sonrisa–. Era guapísimo y tu madre se enamoró con la primera mirada.

–A papá le pasó lo mismo.

–Por supuesto que sí, cielo –concuerda–. Mi amiga era preciosa. Tu papá no tuvo ninguna oportunidad.

Llevo la mano a mi pecho y sostengo el relicario que cuelga en mi cuello con fuerza. En él hay una foto de mis padres en su boda.

Es mi foto favorita de ellos porque sus ojos están llenos de amor, anhelo y emoción por el devenir.

–Debe ser hermoso ser amada de la manera en que tu papá amó a mi amiga –susurra y no puedo evitar que mis ojos naveguen por su muñeca y dedos torcidos, evidencia de la violencia que vivió junto al padre de Ming–. Es lo que quiero para ustedes. Quiero que encuentren a una persona que los ame con esa fuerza y ese respeto. Quiero que sean felices. Quiero que cuando tengan mi edad no se arrepientan de nada. –Mei toma mi mano con más fuerza–. Nunca te conformes con nada menos, cariño. Eso le rompería el corazón a tu madre y a mí. Mereces ser amada como tu papá amó a tu madre. No mereces menos que eso.

Me inclino y dejo un beso sobre su mejilla. –No me conformaré con menos –juro.

Mei sonríe mientras sus ojos miran la cascada.

–El amor tiene que fluir libremente, no lo contengan –dice mirando a Ming–. No luchen contra él.

–Te amo, mamá –dice Ming mientras la abraza contra su costado.

–Lo sé, mi bebé, y yo te amo a ti –devuelve–. Más que a mi propia vida.

Los ojos se Ming se nublan con recuerdos que ninguna persona debería tener, recuerdos que envenenan el alma poco a poco.

–Lo sé –susurra.

Me aferro al relicario de mis padres para no romperme en este momento.

Hoy mi deber no es sanar. Mi deber es acompañar y consolar, aunque me esté rompiendo por dentro.

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Comments

Muriel 💟

Muriel 💟

Hola autora aquí estoy comenzando a leer una nueva obra tuya, me gustan mucho tus novelas me le las leí todas eres una gran escritora éxitos /Good/

2024-12-04

2

Guadalupe Avisos cedillo

Guadalupe Avisos cedillo

que duro es tener a alguien tan mal y no poder hacer nada por el la importancia que se siente es inimaginable gracias 💖🤗👍

2024-12-05

1

Johana Roldan

Johana Roldan

actualizar por favor o terminarla es muy buena

2024-11-16

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