Tras su muerte, Martina despierta en un cuerpo que no era el suyo y en un mundo antiguo regido por la nobleza. Ella ahora es la emperatriz, Iris Dorni, una joven desdichada de una novela trágica, en la que Iris fue obligada por sus padres a casarse con el emperador y que en su noche de bodas fue obligada a consumar la unión, esto ocasiono que ella sintiera un profundo odio por el hijo que dio a luz y finalmente, Iris murió sola sin poder olvidar su desdicha.
Pero ahora, Martina conociendo la historia está dispuesta a cambiar todo, ella conoce la verdad tras los hechos, por lo que demostrara que todo lo sucedido es por culpa de sus padres y se esforzara en ser una buena madre para su hijo y así evitar que los tres tengan una vida llena de soledad, ¿podrá esta nueva Iris cambiar su destino?
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Capítulo 8
Capítulo 8
Uno de los guardias me toma de la cintura para poder sacarme de encima de ella, mientras el otro sostiene a la doncella, quien al verse liberada de mí trata de tomarme los cabellos para darme mi samariada, pero una fuerte voz nos detiene de inmediato.
-¡Es suficiente! Deténganse de una buena vez.
Gritó el emperador. Se lo veía un poco sorprendido. Tal vez, nunca se imaginó llegar a ver a su esposa en una pelea tan de mercado. Con tiradera de pelo y toda la cosa. Pero bueno, ahora se tendría que acostumbrar a que yo me defienda de quienes me molesten.
-Esto no es el mercado, estamos en el palacio, mantengan un poco el decoro.
Nuevamente, antes de siquiera poder decir alguna palabra, la doncella empezó a hablar. Esta mujer no sabía cuando cerrar la maldita boca.
-Usted lo vio su majestad. Esta mujer es capaz de cualquier cosa con tal de salirse con la suya. Debe mandarla a ejecutar, antes de que lastime a la emperatriz y al pequeño príncipe.
El emperador, al ver que la mujer seguía con su cantaleta absurda, decidió callarla de una buena vez por todas.
-¡Cierra la boca ya! Tus estupideces no tienen límites. Me has hecho enojar tanto como nadie más lo ha logrado. Jamás he querido matar a alguien con tantas ganas, como las que tengo hoy contigo. Lo que dices no tiene sentido. ¿No sabes quién es ella?
Antes de que la doncella pudiera contestar, las puertas del salón se abrieron. De ellas surgió la doncella que me había llevado hasta el condenado jardín prohibido que causo tanto problema. Cuando me vio suspiro como si estuviera muy aliviada.
-¿Qué sucede hoy? ¿Todo el mundo hace lo que quiere? ¿No saben lo que son los modales?
La doncella, al llegar a mi lado, hace una reverencia y luego mira al emperador para hablarle.
-Majestad, siento mucho el venir, y más aún el pasar sin avisar. Pero no encontraba por ningún lado a la emperatriz. La dejé en los jardines y cuando llegue con el desayuno para ella, no había un solo rastro de ella. Me preocupé y vine a pedir su ayuda para buscarla. Me alivia saber que estaba aquí.
Mientras ella hablaba, la doncella mentirosa ponía cada vez la cara más rara. Al parecer no entendía qué estaba pasando en este momento y eso lo confirme en cuanto la escuche decir.
-¡Aquí no está la emperatriz!
Al escuchar sus palabras, mi doncella la miró y le dijo con tono de reproche.
-Como puedes decir eso y con ese tono desagradable, más estando la emperatriz a tu lado.
Dijo señalándome. La otra doncella quedó muda de una buena vez. Me miró y sus ojos se agrandaron de manera sobrenatural. Parecía que en cualquier momento, los ojos, se le saldrían de sus cuencas.
-No, no, no, ella no puede ser la emperatriz.
Dijo dando pequeños pasos hacia atrás por la impresión de lo que acavaba de escuchar.
-Sí, ella es la emperatriz, Iris Dorni. Es por ese motivo que serás castigada. Me mentiste deliberadamente acerca de lo que pasó en los jardines. Eso es un crimen y tendrás que ser castigada por eso. Eso lo sabes muy bien.
Habló el emperador muy enojado. La mujer no paraba de temblar como una hoja en el viento. Se arrodilló en el suelo a pedir clemencia cuando vio que el emperador hablaba en serio.
-Perdón su majestad, yo no sabía quién era ella. No fue adrede. Por favor perdóneme.
Mientras lloraba, una mujer anciana se acercó hasta el emperador y se arrodilló a sus pies, donde empezó a suplicar.