"¿Qué harías por salvar la vida de tu hijo? Mar Montiel, una madre desesperada, se enfrenta a esta pregunta cuando su hijo necesita un tratamiento costoso. Sin opciones, Mar toma una decisión desesperada: se convierte en la acompañante de un magnate.
Atrapada en un mundo de lujo y mentiras, Mar se enfrenta a sus propios sentimientos y deseos. El padre de su hijo reaparece, y Mar debe luchar contra los prejuicios y la hipocresía de la sociedad para encontrar el amor y la verdad.
Únete a mí en este viaje de emociones intensas, donde la madre más desesperada se convertirá en la mujer más fuerte. Una historia de amor prohibido, intriga y superación que te hará reflexionar sobre la fuerza de la maternidad y el poder del amor."
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Más cerca...
La prensa aguardaba a las afueras de la compañía como una jauría hambrienta de lobos buscando un nuevo titular. Las luces de las cámaras cegaban a los empleados que salían apresurados, esquivando los micrófonos que buscaban declaraciones sobre el escándalo amoroso que sacudía al gran CEO de Lombardi Media Group .
Santiago Lombardi, cansado del bullicio, observaba todo desde la ventana de su oficina. Sus manos apretaban con fuerza el borde del escritorio, mientras su mandíbula se tensaba con rabia contenida.
No soportaba el acoso de los medios, pero más que eso, no soportaba el eco de un nombre que se repetía en su mente como un castigo: Fernanda Connors.
En contra de su voluntad, había decidido quedarse trabajando hasta tarde. Era mejor ahogarse entre documentos que enfrentarse a los recuerdos de ella.
Aun así, había tomado una decisión: esa noche iría a la agencia. No quería compañía… quería distracción. Quería silencio, aunque tuviera que pagar por él.
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La noche cayó sobre Austin con un aire pesado, casi opresivo. Las calles reflejaban las luces de los rascacielos en los charcos de lluvia reciente.
Pero Santiago cambió de planes. En lugar de ir a la agencia de acompañantes, tomó su teléfono y marcó el número del único que lo toleraba en sus manos días y además lo conocía muy bien.
—Theo —dijo con voz firme—, vamos al club. Necesito algo fuerte. Lo de la agencia lo dejaremos para después. Quiero perderme en el alcohol dejar de pensar en ella y en su maldita traición.
Al otro lado de la línea, Theodore su amigo y socio, suspiró aliviado. Conocía a Santiago desde hacía años y sabía que aquella decisión impulsiva no era más que una reacción al dolor.
Aun así, accedió. Era mejor tenerlo cerca que dejarlo solo con su rabia.
Minutos más tarde, el sonido inconfundible del motor de un Aston Martin negro rompió el silencio de la noche. Theo conducía, mirando de reojo a su amigo, que permanecía en silencio, con la mirada fija en el vacío.
—¿En qué tanto piensas? —preguntó finalmente, mientras giraba hacia la autopista que los llevaría al club.
Santiago soltó una risa amarga, sin apartar la vista del cristal. No aclarar que o quien ocupaba sus pensamientos lo hacía parecer aún más frustrado.
—¿Por qué de repente quieres contratar una chica de la agencia? —insistió Theo—. Tú no eres de los que paga por sexo… y mucho menos de los que busca compañía solo por diversión.
Santiago suspiró, cansado de esconder la verdad.
—Como sé que no me dejarás en paz, te lo diré. —Sus ojos se endurecieron—. Quiero que Fernanda Connors vea que no soy un idiota. Quiero que sepa que puedo tener a cualquier mujer que desee. Ella no volverá a ser una sombra en mi vida. Le demostraré que soy un hombre que no la necesita en su vida y que puedo reemplazarla fácilmente y que ella no es nadie.
Theo lo miró de reojo, sorprendido.
—¿Así que lo haces por darle venganza ?—murmuró—. Puedo entenderlo… pero ¿por qué con una chica de la agencia? Podrías tener a una mujer de buena familia, sin pasado turbio. Sin enredarte con una acompañante.
Santiago soltó una carcajada áspera, casi sin alegría.
—No me hagas reír, Theo. —Su voz se volvió cortante—. ¿De qué sirven las mujeres de nuestro círculo? Son lobas disfrazadas de damas, se esconden detrás de un apellido, pero al final… todas muerden igual. Solo nos buscan por interés, nos manipulan y cuando nos tienen en sus manos nos bajan de la nube de golpe. Prefiero saber a qué atenerme.
Theo negó con la cabeza, preocupado.
—Estás dolido, Santiago. No puedes juzgar a todas por lo que hizo Fernanda. Mira a Loren… lleva años esperándote.
—Y seguirá esperando —respondió él con desdén—. Porque no es de mi interés.
El silencio volvió a apoderarse del auto. Solo el sonido del motor y la lluvia golpeando el parabrisas acompañaban el peso de sus palabras.
Aquella noche, Santiago ahogó su furia en varias botellas de whisky. El club estaba lleno, pero para él, el ruido era un simple murmullo lejano.
Cada trago le sabía a traición. Cada mirada femenina, a desconfianza.
Y mientras las luces de colores del lujoso club jugaban con los reflejos de su vaso, una idea comenzó a tomar forma: la venganza no siempre era ruidosa; a veces era elegante, silenciosa y cruel. Y él sería un vengador con estilo.
Al día siguiente, Santiago despertó con la cabeza a punto de estallar y un vacío insoportable en el pecho. La resaca no era del alcohol, sino del dolor.
Ordenó que investigaran a Fernanda. Ya no por celos, sino por necesidad de confirmar que su corazón no había mentido.
Y el resultado fue devastador: el investigador confirmó que Fernanda le era infiel con el actor francés Bastian Dubois y no era algo reciente era algo que llevaba tiempo.
Aquello lo consumió por dentro. No reclamo. No gritó. Solo se prometió a sí mismo que no volvería a permitir que una mujer jugara con él.
Su viaje de negocios a Brasil retrasó todo. Cuatro meses fuera de Austin, tiempo suficiente para endurecer su carácter y enterrar cualquier rastro de lo que alguna vez sintió. Por esa bella pero letal traidora.
Mientras tanto, Mar Montiel intentaba reconstruir su vida entre las sombras del pasado.
Habían pasado meses desde su despido injusto, y cada entrevista de trabajo terminaba igual: miradas de juicio, puertas cerradas, promesas vacías.
Así que, resignada, buscó empleos donde no le pidieran referencias, lugares donde nadie preguntara demasiado.
Con los pocos ahorros que tenía, apenas lograba cubrir la educación y alimentación de su pequeño hijo, Jhosuat.
Por suerte, contaba con Kayla, una amiga leal que la trataba como una hermana. Kayla trabajaba en “Lombardi Media Group”, la empresa de comunicación más prestigiosa de la ciudad. La misma que dirigía Santiago Lombardi.
Una tarde, mientras compartían un café en un pequeño local del centro, Kayla rompió el silencio.
—Mar, llevo cuatro meses trabajando en "Lombardi Media Group "—dijo, con tono esperanzado—. Podría hablar con el señor Theodore, quizá él te ayude con algo mejor.
Mar bajó la mirada, removiendo el azúcar en su taza sin probarla. Una sonrisa triste se dibujó en sus labios.
—No, Kayla. No quiero volver a ser señalada —respondió con voz cansada—. Ya me cerraron suficientes puertas. No quiero que tu trabajo se vea afectado por mi nombre. Y por favor, no insistas.
Kayla asintió, aunque sus ojos decían lo contrario.
Sabía que Mar estaba agotada, que su orgullo era su última defensa frente a un mundo que se había ensañado con ella.
Santiago regresó a Austin cuatro meses después, más frío, más calculador. Fernanda había intentado contactarlo, pero él no atendía sus llamadas.
Su silencio era su castigo.
El mismo hombre que alguna vez la amó con devoción ahora solo veía en ella un reflejo de su propio error.
Mientras tanto, Mar comenzaba a sentir que el tiempo se le escapaba entre los dedos. Sus ahorros se agotaban, su hijo crecía, y el miedo a no poder sostenerlo la perseguía cada noche.
Las paredes de su pequeño apartamento parecían encogerse con cada factura nueva.
A veces se quedaba despierta hasta tarde, observando a Jhosuat dormir, acariciándole el cabello y prometiéndose que haría lo que fuera necesario para protegerlo… incluso si eso significaba renunciar a su propia comodidad.
Su pequeño merecía lo mejor y ella haría lo que fuera con tal de darle la vida que su pequeño merecía.
La vida parecía haberla arrinconado.
Y aunque aún no lo sabía, el destino ya estaba trazando el camino que uniría su historia con la de aquel hombre herido, el mismo que juró no volver a confiar en ninguna mujer jamás.
En algún rincón de la ciudad, bajo la misma luna que los observaba en silencio, dos almas rotas se preparaban para enfrentarse…
Él, buscando venganza.
Ella, buscando sobrevivir.
Y cuando sus caminos finalmente se cruzaran, ninguno de los dos volvería a ser el mismo.