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Entre Cicatrices Y Flores

Entre Cicatrices Y Flores

Status: Terminada
Genre:Romance / Matrimonio contratado / Mujer poderosa / Madre soltera / Embarazo no planeado / Completas
Popularitas:0
Nilai: 5
nombre de autor: Uliane Andrade

Júlia es madre soltera y, tras muchas pérdidas, encuentra en su hija Lua la razón para seguir adelante. Al trabajar como empleada doméstica en la mansión de João Pedro Fontes, descubre que su destino ya había sido trazado años atrás por sus familias.
Entre jornadas extenuantes, la facultad de medicina y la crianza de su hija, Júlia construye con João Pedro una amistad inesperada. Pero cuando sus suegros intentan reclamar la custodia de Lua, ambos deben unirse en un matrimonio de conveniencia para protegerla.
Lo que comienza como un plan de supervivencia se transforma en un viaje de descubrimientos, valentía y sentimientos que desafían cualquier acuerdo.
Ella luchó para proteger a su hija. Él hará todo lo posible para mantenerlas seguras.
Entre secretos del pasado y juegos de poder, el amor surge donde menos se espera.

NovelToon tiene autorización de Uliane Andrade para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 7

Luna y yo ya estábamos despiertas, ella suele despertarse muy temprano, eso ya formaba parte de nuestra rutina. Oí dos ligeros golpes en la puerta.

—¡Cariño, ya te has despertado?!

—Sí, Márcia, puedes entrar.

—Creo que voy a poder ayudarte a conseguir un empleo. No es nada en tu área, pero ya será una ayuda para mantenerte y establecerte aquí.

Mi corazón se alegró, Márcia solo podía ser un ángel enviado por Dios para ayudarme.

No sabía muy bien qué esperar cuando Márcia dijo que tenía una oportunidad para mí. Después de tantas puertas cerradas, de tantos "no" seguidos de miradas de pena, no conseguí contener la ansiedad mientras caminábamos lado a lado por las calles de Salvador hasta llegar a una mansión enorme, con muros altos y un portón de hierro imponente.

—Es aquí —dijo ella, ajustándose el pañuelo en la cabeza. El tono era firme, como de quien ya conocía cada rincón de aquel lugar—. Trabajo para esta familia hace más de quince años. Voy a presentarte al mayordomo, el señor Sobral. Es exigente, pero justo.

Respiré hondo. No era solo un empleo, era la oportunidad de dar un paso adelante en la vida que Lua y yo necesitábamos construir.

Así que entramos, fuimos conducidas hasta el vestíbulo por una funcionaria. Luego, un hombre alto, de cabello canoso bien peinado, surgió. Tenía postura impecable, como si cargase el peso de la casa entera sobre los hombros.

—Doña Márcia, siempre puntual —dijo él, con una leve sonrisa contenida. Sus ojos, sin embargo, se volvieron luego hacia mí—. ¿Y quién sería la señorita?

—Esta es Júlia, una muchacha muy trabajadora, que está necesitando una oportunidad —Márcia respondió con la confianza de quien me había adoptado como hija.

Él me analizó de la cabeza a los pies. Yo sentí mis manos sudar.

—¿Tiene experiencia? —preguntó directo.

Tragué en seco. No podía mentir.

—No, señor... nunca trabajé como empleada, pero siempre fui una buena ama de casa. Sé cocinar, limpiar, cuidar de todo... —dudé un poco antes de continuar—. Necesito criar a mi hija pequeña, y no tengo a nadie además de mí misma.

La mirada de él se endureció por un instante, como si me midiese en una balanza invisible. Después, suspiró.

—La sinceridad es un buen comienzo. —Cruzó las manos en la espalda y caminó algunos pasos—. Haremos lo siguiente: voy a darle a la señorita tres meses de experiencia. Si muestra disciplina, podrá continuar.

Mi corazón dio un salto. Yo quería abrazar a Márcia allí mismo, pero me contuve.

—¡Gracias, señor! Prometo no decepcionar.

Él alzó una de las manos, pidiendo calma.

—Hay una condición importante. No podrá traer a la niña para acá. Esta es una casa de trabajo, y necesitamos discreción. —Hizo una pausa y, por primera vez, suavizó el tono—. Hay una guardería pública a dos calles de aquí. Muchas funcionarias matriculan a los hijos allí. Voy a proveer una carta de indicación para que consiga una vacante.

Las lágrimas me ardieron en los ojos. No era apenas un empleo; era la chance de garantizar el futuro de Lua.

Asentí con firmeza.

—Entendido, señor Sobral. Yo acepto.

Márcia me lanzó una sonrisa discreta, de aquellas que solo quien cree en nosotros es capaz de dar. Y, en aquel instante, por primera vez desde que perdí a Marcelo, sentí que una puerta realmente se abría delante de mí.

Nunca pensé que un mes pudiese cambiar tanto la vida de alguien. A veces aún me pillo recordando a la Júlia de antes, aquella niña mimada, rodeada de lujos, que nunca necesitó pensar en cuentas, en comida en la mesa, en sobrevivir. Esa Júlia ya no existe más. La que resta hoy es una mujer que se despierta temprano todos los días, deja a la hija en la guardería y toma el autobús con olor a mar y sudor para llegar a una mansión que exige de ella más de lo que cualquier cosa que ya vivió. Y, a pesar del cansancio, yo me siento viva.

Lua se adaptó sorprendentemente bien a la guardería. Al comienzo, lloraba mucho cuando yo la dejaba, y yo volvía a casa con el corazón destrozado. Pero, con el tiempo, fue acostumbrándose a las músicas, a los juguetes, a las otras niñas. Ahora, cuando llegamos, ella ya extiende los bracitos para la profesora, sonriente. Aún duele dejarla, pero duele menos al percibir que ella está feliz.

Mi trabajo en la mansión no es fácil. El señor Sobral es exigente, como Márcia me había avisado. Quiere todo en el lugar, cada detalle impecable. Ya he recibido broncas por dejar una toalla mal doblada, o una estantería sin brillo suficiente. Al comienzo, volví a casa llorando en silencio, sin que Lua lo percibiese. Pero aprendí rápido: la disciplina que él cobra se tornó una especie de guía, y poco a poco comencé a ganar su confianza.

Márcia ha sido mi puerto seguro. Entre una comida y otra, me llama en la cocina y me enseña trucos que solo la experiencia trae.

—Nunca friegues el suelo con fuerza de más, niña. El secreto es el movimiento leve, de vaivén. —decía, con aquel jeito maternal que calienta el alma.

Por la noche, cuando volvemos a casa, conversamos mucho. Ella habla de sus hijos ya crecidos, que viven en otras ciudades, y me escucha cuando desahogo sobre mis inseguridades. Se volvió más que una amiga; es como si yo hubiese ganado una segunda madre.

También comenzamos a explorar la ciudad los fines de semana. Salvador es viva, colorida, llena de sonidos y olores que me encantan. Llevo a Lua para la playa en las mañanas de domingo —a ella le encanta llenar las manitas de arena y reír cuando las olas mojan sus pies. En esas horas, siento que, a pesar de todo, estoy consiguiendo darle a ella una infancia feliz.

El dinero no sobra, pero da para lo básico. Pago el alquiler, contribuyo con los gastos de la casa de Márcia y aún sobra lo suficiente para comprar un vestidito nuevo para Lua o un mimo barato en la feria. Y, por primera vez en mucho tiempo, consigo respirar sin el peso de la incertidumbre aplastando mi pecho.

Es claro que aún siento falta de Marcelo todos los días. Pero, cuando me acuesto al lado de mi hija y oigo su respiración tranquila, sé que necesito continuar. Por ella, y por mí.

Un mes se pasó, y yo ya no me siento tan perdida. Tal vez, finalmente, esté aprendiendo a vivir de nuevo.

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