¿Morir o vivir? Una pregunta extraña, sin duda, y una que no tuve la oportunidad de responder. El universo, caprichoso o sabio, decidió por mí. No sé cuál fue la razón de esta segunda oportunidad, de esta inesperada vuelta al ruedo. Lo que sí sé, con cada fibra de mi ser, es que la voy a aprovechar al máximo, que no volveré a cometer los mismos errores que me llevaron al final de mi primera vida. Esta vez, las cosas serán diferentes.
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Capitulo VII La noche en la que morí
Mi vida, una serie de mentiras y traiciones, se desmoronó en un solo día. Descubrí el desprecio abierto de mi familia, vi al hombre que juraba amarme casarse con mi hermana, y fui vendida como un objeto a un hombre que me encerró en las paredes de esta gran casa. Pensé que la sumisión me daría la libertad, pero diez años de pesadilla me enseñaron que mi jaula no tenía salida.
Una tarde, mientras miraba por la ventana, escuché la voz de una mujer que reconocí al instante. No podía ser. La puerta se abrió y Ángela entró, vestida con un traje de diseñador, su sonrisa falsa y maliciosa.
—¿Creíste que serías feliz, Alma? —sus ojos brillaban con una maldad que me heló la sangre—. Siempre te vi como un estorbo, una sombra que eclipsaba mi luz. Mamá y papá te vendieron porque yo lo pedí. Camilo se casó conmigo porque le ofrecimos algo mejor. Todo fue mi idea.
La verdad me golpeó más fuerte que el abandono de mis padres. Mi vida no fue una desgracia, fue una obra de arte retorcida, diseñada por mi propia hermana.
—Y ahora, he venido a terminar lo que empecé —dijo, sacando una navaja de su bolso.
El pánico se apoderó de mí. Intenté huir, pero su risa maniática llenaba la habitación mientras sus pasos se acercaban. Sentí un dolor agudo en mi espalda, un frío que se extendió por todo mi cuerpo. Caí al suelo. Ángela se inclinó sobre mí, su cara era la de un demonio.
—Nunca debiste haber nacido, Alma —susurró antes de que mi visión se volviera borrosa, y el mundo se desvaneciera en una oscuridad infinita.
Cuando la luz regresó, ya no estaba en la mansión. Me encontraba en un lugar sutil, una nebulosa de recuerdos y sensaciones.
De repente, vi escenas de mi pasado, pero esta vez con una perspectiva diferente. Vi a Lorenzo.
Vi el día en que me conoció. Ese momento en el que sus ojos se iluminaron por primera vez, no sé cómo supe eso, pero era algo que entendía. Cuando llegue a su casa la mirada de él no era la de un hombre que compraba algo, sino la de alguien que había encontrado un tesoro perdido. Vi su angustia al verme entrar a la mansión, el dolor en sus ojos que yo confundí con indiferencia. Vi las noches que pasaba en la sala, con un vaso de whisky en la mano, atormentado por su propia culpa.
Recordé su voz, su preocupación, sus pequeños gestos de bondad que yo siempre rechacé. Él nunca me trató como un objeto. Me trató como a una flor a punto de marchitarse, con la esperanza de poder revivirla.
Lorenzo me amaba. Me había amado todo este tiempo. Pero el dolor, el resentimiento y el miedo me cegaron. No podía perdonar la forma en que me trajo, y por eso, nunca le di la oportunidad de mostrarme el hombre que realmente era. Vi su amor en cada paso que di en esa casa, en cada acto de respeto que yo interpreté como un capricho.
Quería una nueva oportunidad para poder arreglar el desastre que había sido mi vida. Y ahora, era demasiado tarde. El arrepentimiento me consumió, pero ya no podía hacer nada.
Siempre creyendo que después de la muerte no había nada más; sin embargo, lo que había eran los recuerdos de una vida entera que se desmoronaba ante mis ojos, la muerte era más cruel de lo que pensaba.
De repente sentí como el aire me golpeaba la cara con una ráfaga helada. Abrí los ojos, el dolor en mi cuerpo se había ido. No estaba en el suelo de la mansión. Estaba en un auto. Al lado, vi el rostro del mismo hombre, el que me devolvió a casa de mis padres, pero con una expresión tan desesperada, tan llena de culpa, que reconocí de inmediato. Era Lorenzo.
Mis manos temblaban. Él estaba conduciendo. Afuera, la calle estaba mojada, las luces de la ciudad pasaban como una película borrosa. Era de noche. Mi corazón latía desbocado.
Estaba de regreso. En el mismo auto, el mismo día en que todo mi infierno comenzó. Ese día en el que escape de la mansión y él pensó de que me había ido para verme con Camilo, ese día en el que su trato hacia mi cambio y nunca más se volvió a acercar.
La segunda oportunidad era real. La vida me había dado un regalo que no merecía, un chance para borrar los últimos diez años de agonía. Y esta vez, no lo echaría a perder. No rechazaría la verdad que ya conocía. Miré a Lorenzo y mis ojos se llenaron de lágrimas, pero no de resentimiento, sino de la más pura esperanza.
No volvería a juzgarlo. No me dejaría consumir por la amargura.
Esta vez, viviría un amor bonito con él.
Lo primero que tenía que hacer era aclarar ese mal entendido, que ocurrió dos años después de que fuera a la mansión.
—Déjame explicarte por favor— susurré mi voz apenas audible.
—No quiero escucharte, no hay nada que explicar todo me quedó claro.
—Las cosas no son como piensas yo nunca pensé irme con Camilo...
—¡Cállate!— el grito de Lorenzo fue ensordecedor cuando escucho el nombre del esposo de mi hermana salir de mi boca. —Todo este tiempo me estuvieron viendo la cara, pero me pagarás caro está ofensa.
Los recuerdos de esa noche llegaron a mi cabeza como una ráfaga de viento helándome la piel.
—Por favor no hagas nada de lo que te puedas arrepentir, mejor escucha lo que tengo que decir.
El silencio se apoderó del auto, Lorenzo no dijo nada más y yo no sabía qué hacer. Tenía que jugármela para que está noche no acabará en desgracia. Aunque no tenía fuerzas para luchar, aún mi cabeza giraba entre lo ocurrido en mi otra vida yo que estaba pasando en esta.
—¿De qué tienes miedo? No te haré nada que ya no te hayan hecho.
Sus frías palabras fueron un fuerte golpe para mi alma, no quería que esto pasara, pero al parecer era inevitable.