 
                            Después de perderlo todo Isabela decide reconstruir su vida.
Entre lágrimas y aprendizajes, descubre que el destino puede sorprender con un nuevo amor y una nueva vida…
Uno capaz de sanar su corazón y enseñarle que siempre es posible volver a soñar y a vivir.
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Capitulo:24
ISABELA:
Al día siguiente me cambio con rapidez para ir a mi trabajo y sonrío al recordar como mi hermano me consintió como si fuera una niña.
La verdad me alegra que haya decidido salir de la casa de nuestros padres, muchas veces para nosotros poder progresar tenemos que salir adelante solos, por nosotros mismos y eso no está mal.
Salgo del edificio a pasos rápidos, pero una voz me detiene haciéndome fruncir el ceño.
—Isabela.
Me giro al escuchar la voz de John y solo miro como se acerca a mí con una sonrisa.
—¿Qué haces aquí? ¿Cómo sabes donde vivo?
Él vuelve a sonreír como si nada pasara y mira el edificio por algunos segundos.
—Tu madre me lo dijo, he conversado con ella durante toda esta semana.
Tomo una profunda respiración pidiendo paciencia mentalmente.
—Qué bien, adiós.
Me doy la vuelta para marcharme, pero él toma mi mano haciendo que unas náuseas horribles me invadan y me suelto de su agarre asqueada.
—No se te ocurra volver a tomarme, además debo irme, llego tarde a mi trabajo.
—Ya veo... Él solo quiere usarte Isabela, abre los ojos, ese hombre no es para ti.
—¿Así como lo hiciste tú? No eres nadie para decirme lo que debo hacer, lo dejaste muy claro en aquella habitación ese día.
—Por favor, solo fue el calor del momento, además Amelia me dijo que no abortaste y tienes a nuestro hijo, ya está bueno de jugar a la vida de soltera, vamos a casa.
Frunzo el ceño confundida.
—¿Te has vuelto loco? No iré a ningún lado contigo y no vuelvas a aparecer delante de mí.
Me doy la vuelta para irme nuevamente, pero vuelve a sostenerme con más fuerza.
—No me des la espalda cuándo estoy hablando contigo Isabela, estoy haciendo esto por las buenas, no me hagas hacerlo a las malas, sabes muy bien de lo que soy capaz.
Siento el agarre más fuerte en mi brazo y mi cuerpo tiembla ligeramente al recordar todo el calvario que viví junto a este hombre ¿Cómo pude ser tan ciega y estúpida?
—Tengo curiosidad por saber de lo que eres capaz.
Escucho la voz de Vladímir detrás de mí dejándome completamente sorprendida... ¿De dónde salió? El sonido de su voz es un trueno suave pero firme, un ancla inesperada en medio de mi tormenta de pánico.
John me suelta inmediatamente y automáticamente mis pies me llevan detrás de mi jefe ocultándome con su gigante cuerpo. La espalda ancha de Vladímir se siente como una muralla infranqueable.
Me aferro a la tela de su chaqueta con la mano libre, buscando refugio. Su sueve perfume me tranquiliza, un contraste calmante con la adrenalina que aún bombeaba en mis venas.
—No debería meterse en discusiones de parejas señor Romanov.
Dice John con algo de altanería Hay un temblor casi imperceptible en la voz de John, a pesar de su intento de sonar arrogante. Él sabe muy bien fa quién se enfrentaba, y eso me dio un pequeño respiro de satisfacción agridulce.
—Hasta dónde tengo entendido están divorciados, así que nada los une.
El maldito se ríe haciendo que mi piel se erice.
—¿Qué nada nos une? Lleva a mi hijo en su vientre, así que estamos más unidos que nunca.
Siento como el cuerpo de Vladímir se tensa y con algo de miedo tomo su mano y este automáticamente entrelaza nuestros dedos.
El agarre de Vladímir es protector, firme, pero no doloroso. Su mano grande y cálida me transmite una seguridad que no había sentido en mucho tiempo. ¿Cómo se atrevía John a usar el embarazo de esa manera, a convertir algo tan íntimo y sagrado en un arma de control?
—Vladímir vámonos.
Le susurro mientras observo como John sonríe con burla, sabe que lo está provocando, no es más que un maldito infeliz. No quiero que Vladímir se rebaje a su nivel, ni que se vea envuelto en mi pasado.
Lo último que necesito es que John se sienta validado por una confrontación violenta.
—Tendremos tiempo de vernos a solas, contaré los segundos para que eso pase.
Cuándo Vladímir dice eso, me mira y sin soltar mi mano me lleva junto a él hasta alejarnos del lugar. Su mirada fue breve, intensa, como si estuviera absorbiendo mi pánico y reemplazándolo con su propia calma. Me arrastra con una decisión inquebrantable, sin mirar atrás, sin dar a John el placer de una última palabra.
Ambos nos subimos a la parte trasera de su auto y este arranca sin más.
El interior de la Range Rover se siente como un búnker de lujo, insonorizado y seguro. Solo entonces solté un suspiro largo y tembloroso, dándome cuenta de que había estado conteniendo la respiración todo el tiempo.
—Buenos días, señorita Torres.
Saluda Alexander con una sonrisa y la verdad no le puedo devolver más que una mueca fingida. Alexander nos mira a través del retrovisor con una preocupación velada.
Su profesionalismo le impide preguntar, pero su ceño fruncido habla por sí mismo. Aprieto la mano de Vladímir que todavía sostenía la mía con la misma firmeza. Su presencia es lo único que me impide romper a llorar.
—Buenos días, joven Cortés.
Murmuro mientras mi mente se sumerge en los recuerdos de los años que estuve viviendo junto a John. Las imágenes eran rápidas y desagradables: gritos, objetos estrellándose contra la pared, la sensación de estar encogida, intentando hacerme invisible. El recuerdo más vívido era el de un dolor punzante, seguido de una disculpa vacía. Mi cuerpo se tensa con la memoria y mejor decido pensar en otra cosa.
Llegamos frente al lujoso edificio de la empresa y me bajo del auto sin más. Dejo que Vladímir y Alexander tomen la delantera mientras yo los sigo detrás sin decir nada.
Tomamos el ascensor y cuándo llegamos a nuestro piso, Alexander se marcha, por otro lado, y mi jefe toma mi mano arrastrándome tras él.
Me lleva a su oficina y cierra con seguro mientras yo permanezco en silencio.
—Ven siéntete aquí.
Me señala el sofá y yo como un robot le obedezco sin agregar más nada.
—¿Quieres algo de tomar o comer?
Niego y miro como se arrodilla frente a mí mirándome fijamente. Verlo de rodillas, con esa expresión de vulnerabilidad me desarma por completo. No era el frío y distante CEO que todos conocían, sino un hombre genuinamente preocupado, con ojos llenos de una mezcla de rabia contenida y lástima que me revuelve el estómago. No quiero su lástima.
—Isabela, dime la verdad.
Murmura fijando su hermosa mirada en mí.
—Él... ¿Te pegaba?
Las lágrimas nublan mi vista, pero no me permito derramar más lágrimas por ese imbécil. No lo miro y solo enfoco mi vista en el nudo de su corbata que parecía demasiado perfecta para el momento. La pregunta era un dardo que atravesaba la coraza que había intentado reconstruir. No puedo mentirle.
—Si.
Susurro sintiendo vergüenza de mi misma.
 
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                    