Abril Ganoza Arias, un torbellino de arrogancia y dulzura. Heredera que siempre vivió rodeada de lujos, nunca imaginó que la vida la pondría frente a su mayor desafío: Alfonso Brescia, el CEO más temido y respetado de la ciudad. Entre miradas que hieren y palabras que arden, descubrirán que el amor no entiende de orgullo ni de barreras sociales… porque cuando dos corazones se encuentran, ni el destino puede detenerlos.
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CAPITULO 21: Accidente
La llamada de Arturo retumbaba en los oídos de Dereck. Apenas escuchó lo que había sucedido, soltó con furia el portapapeles que tenía en la mano y corrió hacia el estacionamiento de la empresa familiar.
—¡Maldita sea, papá! —murmuró entre dientes, mientras encendía su coche—. ¡Siempre tan duro con ella!
El motor rugió y Dereck salió disparado, con el corazón latiendo a mil por hora. Tenía una sola misión: encontrar a su hermana antes de que algo terrible ocurriera.
Mientras tanto, Abril conducía sin rumbo fijo, las manos temblando sobre el volante. La visión borrosa por las lágrimas hacía que las luces de la ciudad se convirtieran en destellos confusos.
Apretaba el acelerador con cada sollozo, como si pudiera escapar de todo aquello que la desgarraba por dentro.
—Todos me odian… —susurró con la voz quebrada—. Alfonso, papá, todos piensan que soy lo peor…
La radio sonaba con una canción lenta que solo intensificaba su tristeza. Abril golpeó el volante con rabia, y por un instante, pensó en dejar que todo terminara en un giro del volante hacia la nada.
En otra parte de la ciudad, Dereck tomaba cada avenida como un cazador siguiendo el rastro de su presa. Preguntaba a guardias de seguridad, a conocidos, incluso bajaba las ventanillas para mirar desesperado en los semáforos. Su corazón le decía que no había tiempo que perder.
—Aguanta, lucecita… —susurraba, con las manos tensas sobre el volante—. No voy a dejar que te pierdas, no mientras yo viva.
El cielo comenzaba a nublarse, y con él, una llovizna ligera empezó a caer sobre las calles.
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Abril detuvo el coche en una esquina desolada, dejó caer su frente sobre el volante y rompió en llanto desgarrador.
—¿Por qué me odias, Alfonso…? ¿Por qué todos me odian…?
El celular en su bolso vibró una y otra vez: era Dereck. Pero Abril no quiso contestar, no quería escuchar ni consuelos ni regaños, solo silencio.
Dereck, al ver que ella no respondía, sintió el frío de la desesperación recorrerle la espalda. Cada minuto que pasaba era un cuchillo en su pecho. Sabía que si no llegaba a tiempo, algo irreparable podría suceder.
Con el alma en un hilo, siguió buscando, guiado por un presentimiento… y por ese vínculo indestructible entre hermanos que le decía que estaba cerca de encontrarla.
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El canal más exclusivo de la ciudad interrumpió su programación con una noticia de último minuto:
—“Terrible accidente automovilístico: un lujoso Rolls Royce Ghost se desvió de la pista y cayó a un barranco. Se presume que un miembro de una prestigiosa familia conducía el vehículo. La identidad del ocupante aún no ha sido confirmada. La policía ya se encuentra realizando las investigaciones correspondientes”.
En la mansión Ganoza, Arturo sintió que el suelo se abría bajo sus pies. Sus rodillas se doblaron, su rostro palideció y, llevándose ambas manos al pecho, dejó escapar un grito desgarrador.
—¡No! ¡Dios mío, no! —lloraba con un dolor indescriptible—. ¡Era el auto de mi niña, de mi princesa! ¡Por mi culpa… yo la maté!
El recuerdo del Rolls Royce en el que Abril había salido horas antes era inconfundible. Aunque en las noticias aún no dieran nombres, él sabía que era ella. La culpa lo aplastaba como una losa imposible de levantar.
Cori llegó a casa justo en ese instante y encontró a su esposo destrozado en el suelo. Corrió a abrazarlo con desesperación.
—Amor, ¿qué pasa? ¿Qué tienes? —preguntó aterrada, mientras trataba de sostenerlo.
Arturo la estrechó con fuerza, sus lágrimas empapando el hombro de su esposa.
—La maté, Cori… ¡Nuestra hija murió por mi culpa! ¡Mi niña… mi pequeña Abril! —confesó con un sollozo ahogado, incapaz de sostener la mirada.
Cori se quedó en shock, incapaz de procesar lo que escuchaba. Su llanto se unió al de Arturo, y pronto toda la casa se vio invadida por la noticia.
Los gritos de dolor, el lamento de los señores y el murmullo del personal que no sabía cómo consolar a sus patrones, llenaron cada rincón de la mansión.
El mayordomo, con manos temblorosas, tomó el teléfono y llamó a Dereck para contarle lo sucedido.
Dereck, que ya estaba cerca del lugar del accidente, sintió que la sangre se le helaba en las venas. Pisó el acelerador con todas sus fuerzas, rezando que todo fuera un error. Pero en su interior, un presentimiento oscuro lo estaba consumiendo.
Al llegar, se encontró con un escenario infernal: humo, llamas apagadas por los bomberos y policías acordonando la zona. Un oficial se le acercó con el semblante grave, confirmando lo que él más temía.
—Lo sentimos mucho, señor Ganoza. El vehículo pertenece a su hermana.
El cuerpo de Dereck tembló entero, sus piernas a punto de fallarle. Apenas pudo mantenerse en pie mientras su corazón se rompía en mil pedazos. Ni siquiera había un cuerpo para llorar, pues el auto había explotado al caer. Solo los documentos esparcidos entre los restos confirmaban que el vehículo era de Abril.
Su asistente, al verlo en ese estado, lo sostuvo de un brazo y se hizo cargo de las gestiones. Dereck apenas podía articular palabra, solo repetía entre sollozos:
—Era mi niña… mi luz… mi Abril…
La noticia se propagó como pólvora, mientras en la mansión Ganoza el dolor era insoportable. La casa, que siempre había sido símbolo de lujo y grandeza, se convirtió esa noche en un lugar lleno de luto y silencio.
Autora: Gracias por el apoyo mis querido lectores