Melisa Thompson, una joven enfermera de buen corazón, encuentra a un hombre herido en el camino y decide cuidarlo. Al despertar, él no recuerda nada, ni siquiera su propio nombre, por lo que Melisa lo llama Alexander Thompson. Con el tiempo, ambos desarrollan un amor profundo, pero justo cuando ella está lista para contarle que espera un hijo suyo, Alexander desaparece sin dejar rastro. ¿Quién es realmente aquel hombre? ¿Volverá por ella y su bebé? Entre recuerdos perdidos y sentimientos encontrados, Melisa deberá enfrentarse al misterio de su amado y a la verdad que cambiará sus vida.
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Un Lazo
Los días siguientes pasaron volando. Melisa y Alexander siguieron con el itinerario que ella había planeado, aprovechando cada momento para hacer actividades juntos. Pasearon por el parque, fueron al cine, disfrutaron de comidas en pequeños cafés y hasta jugaron con Michiru en casa. Poco a poco, se habían vuelto inseparables.
Melisa, con su carácter espontáneo y carismático, hacía que Alexander se sintiera cómodo, como si conociera a esa mujer desde siempre.
—Si no recuperas la memoria, no te preocupes le dijo un día con una sonrisa. Yo estaré a tu lado… claro, si me lo permites.
Alexander la miró fijamente, sintiendo un calor extraño en el pecho.
—Gracias, Melisa respondió con sinceridad. Pero, a veces, quiero poner un anuncio diciendo que busco a mi familia, contando la situación… aunque no sé, tengo esta sensación de que si hago eso… estaría en peligro.
Melisa frunció el ceño.
—¿Por qué dices eso?
Alexander suspiró, sin dejar de mirar el cielo estrellado.
—No lo sé… simplemente lo siento. Algo dentro de mí me dice que no debo apresurarme, que hay algo más detrás de esto.
Melisa asintió, entendiendo su dilema.
—Entonces, espera. No hagas nada hasta que estés seguro.
Él giró su rostro y la miró.
—Eres una mujer hermosa, ¿lo sabías?
Melisa sonrió con picardía.
—Lo sé, pero me encanta que me lo recuerden.
Ambos rieron, aunque dentro de Alexander había algo que lo inquietaba. Observó los labios de Melisa sin darse cuenta y pensó: qué ganas de besarla… pero sería muy rápido, muy atrevido.
Se sacudió esa idea y se concentró en disfrutar el momento con ella.
Como todo lo bueno, la semana de descanso llegó a su fin. Era momento de que Melisa volviera al hospital. Aunque le gustó el tiempo que pasó junto a Alexander, también se alegró de volver a su rutina.
—Hora de regresar a ayudar salvar vidas dijo con ánimo mientras se ponía el uniforme.
Pero en su mente, un pensamiento la inquietaba. Se había acostumbrado demasiado a la compañía de Alexander. Estar con él le había despertado sentimientos que no esperaba.
—Este corazón tonto murmuró mientras se miraba en el espejo. Se alegra cuando está con Alexander…
De repente, una idea traviesa cruzó su mente.
—¿Y si nunca recupera la memoria? Así se quedaría conmigo para siempre…
Se rió de sí misma al instante.
—¡Ay, no, Melisa! Qué loca estás.
Sacudió la cabeza y terminó de arreglarse. No podía negar que Alexander era un hombre atractivo, aunque torpe para la cocina.
—Si me casara con él, moriría de hambre bromeó en voz alta, riéndose de su propio chiste.
Michiru la miró desde su rincón, como si juzgara su locura.
—Tienes razón, Michiru. Estoy diciendo tonterías. Mejor me voy antes de que mi imaginación me juegue más bromas.
Melisa se despidió de Alexander y, con un gesto cariñoso, acarició a su fiel compañero, Michiru, antes de entregarlo a su cuidado. Con voz suave, le dijo:
—Alexander, por favor, cuida de mi gato hasta que regrese. Solo necesitas ponerle agua fresca y darle sus croquetas a su hora. Ah, y si quieres comer, dejé comida preparada en el refrigerador. Solo tienes que calentarla en el microondas… Pero, por favor, te lo ruego, no vayas a quemar mi casa.
Alexander la miró con una sonrisa entre divertida y resignada, levantando las manos en señal de rendirse.
—Veeeee, tranquila, mujer. Cuidaré de tu gato como si fuera mío. Y te prometo que no me meteré en tu cocina. No te preocupes, tu casa estará intacta cuando vuelvas.
Melisa lo miró con escepticismo, pero finalmente asintió, confiando en sus palabras. Salió de su casa con energía y llegó al hospital lista para su jornada. Al entrar, la doctora Alicia Cervantes la recibió con una sonrisa.
—¡Melisa! ¿Cómo te sientes?
—Genial, doctora. Ya recuperada y lista para volver.
Alicia la miró con picardía.
—¿Y qué tal con el misterioso hombre que rescataste?
Melisa suspiró y se apoyó en el mostrador de enfermería.
—Pues… la verdad es que nos hemos llevado bastante bien. Nos hemos hecho muy cercanos en estos días.
Alicia arqueó una ceja.
—Ajá… ¿Y eso es bueno o malo?
Melisa sonrió de lado.
—No lo sé. A veces me pregunto si me estoy acostumbrando demasiado a él.
La doctora la miró con una expresión seria y luego le lanzó un refrán:
—"No te acostumbres a lo que tiene fecha de caducidad, porque cuando se acabe, dolerá más."
Melisa parpadeó.
—Ay, doctora, no me asuste.
Alicia rió y le dio una palmadita en el hombro.
—Solo digo que tengas cuidado. A veces el destino juega con nosotros de formas inesperadas.
Melisa asintió, comprendiendo el consejo.
—Sí… pero por ahora, solo quiero disfrutar el momento.
Alicia sonrió.
—Entonces hazlo, pero mantén los pies en la tierra, Melisa.
Mientras volvían a sus labores, Melisa no podía dejar de pensar en esas palabras. Sabía que Alicia tenía razón. No podía aferrarse a algo que, en cualquier momento, podía desaparecer. Pero aún así… ¿qué podía hacer si su corazón ya había empezado a involucrarse?
Suspiró y decidió enfocarse en su trabajo, aunque en el fondo, no podía dejar de preguntarse…
¿Qué pasará cuando Alexander recupere su memoria?