Santiago es el director ejecutivo de su propia empresa. Un ceo frío y calculador.
Alva es una joven que siempre ha tenido todo en la vida, el amor de sus padre, estatus y riquezas es a lo que Santiago considera hija de papi.
Que ocurrirá cuando las circunstancias los llevan a casarse por un contrato de dos años,por azares del destino se ven en un enredo de odio, amor, y obsesión. Dos personas totalmente distintas unidos por un mismo fin.
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Familia.
—Señor, esperan su respuesta —le vuelve a hablar el camarero a mi padre.
—Gracias por la invitación, pero esta noche es para estar con la familia.
—Ya somos familia, por lo que nuestros hijos están casados —responde la mujer desde la otra mesa, cada vez más cerca.
—Mariana... Humberto —los saluda mi padre forzosamente, y yo estoy más confundida que nunca.
—¿Podemos acompañarlos? —pregunta ella con una sonrisa falsa.
—Adelante —les dice mi padre, y ellos se sientan sin dejar de mirarme.
—¿Y Santiago? ¿Vendrá luego?
—Es su hijo y no saben de él... imagínese nosotros —responde mi padre, con cierto sarcasmo.
—Alva, ¿ya tienes los preparativos para tu boda? Me refiero a la fiesta, ya sé que están casados —pregunta la madre de Santiago, con una voz cargada de intenciones.
—No —responde rápido mi padre—, simplemente porque no habrá.
—Voy al baño —les digo, levantándome para escapar de la incomodidad.
Me encierro en un cubículo. Respiro profundo. Cuando salgo, me encuentro a mi suegra esperándome con los brazos cruzados.
—Se ve que eres una buena jovencita.
—¿Qué se le ofrece?
—Quiero que me ayudes a acercarme a Santiago.
—Señora, con todo respeto… apenas y logra soportarme a mí. ¿Qué le hace pensar que puedo ayudarla? Además, si es su hijo, solo acérquese y ya.
—No es tan simple. Santiago es un hombre bastante resentido… no olvida. Y sobre todo, es rencoroso. Me odia.
—Quizás solo lo dice para herirla.
—Este no es el caso. Por más de treinta años he tratado de acercarme, y basta con ver su mirada llena de odio para saber que me odia.
—¿Qué ocurrió entre ustedes?
—Era una jovencita cuando lo tuve… tenía quince años. No sabía cómo ser madre. Cuando nació no lo toleraba. Lo abandoné con mi madre y le di a elegir a su padre entre nuestro bebé y yo. Me eligió a mí. Siempre estuvimos al pendiente de él, un médico me dijo que sufría de depresión posparto. Había días que odiaba todo: a mí misma, a mi esposo… incluso a Santiago. Tardé años así… hasta que volví a embarazarme. Tenía miedo de que ocurriera lo mismo, pero fue muy distinto con Jacobo. Busqué a Santiago… y solo recibí odio de su parte.
—¿Y qué quería? ¿Que la recibiera con globos?
—No… pero al menos que me diera la oportunidad de explicarle.
Suspiro, sin saber qué decir.
—Ayúdame —me pide con la voz más baja.
—Lo siento, pero no puedo —le digo antes de salir del baño.
Mi padre está de pie con mi madre, esperándome.
—Vámonos. Señor Humberto, despídanos de su esposa.
Con eso caminamos a la salida. Mi padre no dice nada; solo maneja en silencio.
—No puedo creer cómo una madre puede abandonar a su hijo. Hay mujeres que no debieron ser madres —dice mi madre, y por primera vez la escucho realmente molesta y seria.
—En parte es culpa de ella que su hijo sea así. Lo que no sabe es que tuvo a quien los destruirá —añade.
Llegamos a mi casa. Salgo del carro con mi padre y veo a la abuela y a Santiago afuera. Él está recostado en su auto, fumando.
—Fuera de mi propiedad —dice mi padre con firmeza.
—Beltrán, venimos a hablar, no a pelear. Mi nieto se comportará —responde la abuela.
Santiago sigue como si nada, recostado y fumando.
—Hola, querida —me dice la abuela, y yo la abrazo, todo bajo la mirada de Santiago, que no me pierde de vista.
—¿Podemos entrar?
—Sí, abuela —le respondo, y mi padre se hace a un lado para que pasemos.
Vamos al comedor.
—Hoy vimos a los padres de Santiago —comenta mi padre.
—No vine a hablar de ellos —responde la abuela, mirando hacia la puerta por donde entra Santiago.
—Que sea rápido, ya que mi hija y esposa tienen que empacar.
—¿Por qué? Ella está casada con mi nieto y no puedes llevártela —pregunta la abuela, sujetando mi mano.
—Iremos de vacaciones tres días. Además, no creo que a tu nieto le importe. Quizá hasta un favor le estoy haciendo, así puede meter a la que quiera en su casa. Y mi hija no será humillada esta vez.
—No tengo por qué meter a nadie en mi casa. Hay otros lugares para eso —responde Santiago, provocando a mi padre, a quien sujeto del brazo para evitar un escándalo.
—En las fotos de la revista solo aparece platicando con Paola. No estaba haciendo nada malo, Alva. No quiero que imagines cosas que no son —me dice la abuela.
—Esto fue un matrimonio bajo contrato. No creo que le importe si me voy unos días con mis padres.
—Por mí haz lo que se te venga en gana.
—Fíjate cómo le hablas a mi hija —advierte mi padre.
—Si no se acuerdan, se los recuerdo: en esa revista no solo se habló de mí.
—Ese muchacho es amigo de mi hija —aclara mi madre.
—Por lo que sabía, si no hubiera llegado antes, la habría casado con ese amigo. Así que no me hablen de humillaciones, ya que yo quedé como un imbécil ante todos —replica Santiago.
—Vamos a calmarnos, por favor —habla mi madre por primera vez, haciendo que mi padre respire profundo.
Santiago solo se cruza de brazos.
—Exacto, estamos aquí para llegar a un acuerdo —dice la abuela, suspirando al ver que no se avanza en nada.
—Si Alva se va, será para ya no regresar a mi casa. Así que Alva, elige… porque no quedaré como un idiota —dice Santiago, visiblemente molesto.
—Ya está decidido. Mi hija no vuelve a tu casa —responde mi padre.
El ambiente se vuelve tenso. Los dos me miran. No puedo sentirme más incómoda. Mi padre está furioso, y no le importan las consecuencias… pero a mí sí. No dejaré que vaya a la cárcel por una tontería.
—Mi hija se va tres días con nosotros, y eso ayudará a Santiago a pensar las cosas antes de hacerlas. Mi hija es de casa y la educamos para ser una buena mujer, así que de ella no anden dudando. Después, ella regresará a casa de su esposo, si así lo decide —dice mi madre, dejando en claro su postura.
Santiago sale molesto de la casa. La abuela se retira, no sin antes abrazarme con ternura.
Subo a mi habitación y suspiro cuando estoy por fin a solas. Pero el sonido de mi celular me hace reaccionar. Es Pato.
—Qué bueno que Santiago Rínaldi no le hace caso a hijos de papi.
—¿Qué pasó?
—Eligió otro restaurante para hacer sus negocios. Mucha gente lo siguió y ahora mi padre va en camino para hablar con él.
—¿Cuándo fue eso?
—Ahorita.
Mi corazón se acelera al imaginar el motivo....