Solo Un Deseo

Cuando llegué a mi habitación empapada por la lluvia, los nervios seguían recorriendo mi cuerpo tras lo ocurrido. Todavía no podía creerlo: había recuperado mi celular. Aún sentía el frío metal en mi mano, como si en cualquier momento pudiera desaparecer. Pensé que lo había perdido para siempre y, con él, la única forma de comunicarme con el hospital para saber sobre mamá. Además, comprar uno nuevo habría sido imposible con mi situación económica. Pero ese perro… Ese perro me salvó. ¿Cómo? No lo sé, pero gracias a él puedo respirar un poco más tranquila al tomar mi celular de las manos de aquel ladrón y salir corriendo.

Dos días después, salí de la Universidad aliviada por no tener que ir al trabajo; era mi día libre. Había planeado no hacer nada más que descansar en mi cuarto, tal vez escuchar algo de música y, si me animaba, trabajar un poco en mi escultura. Sin embargo, mientras caminaba hacia casa, un sonido extraño llamó mi atención.

Gruñidos. Provenían de un callejón cercano. Al principio dudé en acercarme. «No es seguro, Brooke, sigue tu camino…», me repetí. Pero entonces, el gruñido se convirtió en un quejido, uno lastimero, casi como un llanto. ¿Un animal? Sin pensarlo demasiado, me acerqué.

Lo primero que vi fue un montón de basura apilada y un par de tablas de madera. A simple vista, no había nada más, pero luego lo vi. Un husky. Estaba hecho un desastre. Su pelaje, si es que se le podía llamar así en ese estado, estaba cubierto de lodo y algo que olía horrible... ¿Pescado podrido? Estaba enredado en una red de pesca, y parecía que, en su intento de liberarse, había empeorado las cosas, pues la red se había ajustado aún más a su cuerpo.

Cuando lo miré más de cerca, me di cuenta de algo que me detuvo. Sus ojos. Aquellos ojos celestes parecían hablarme. ¿Será el perro que me ayudó aquella noche? En eso, él me miró y comenzó a aullar, pero no era un sonido agresivo. Era un aullido suave, casi como un llamado de auxilio. Algo dentro de mí me decía que no podía ignorarlo.

—Tranquilo, tranquilo... —murmuré, acercándome con cuidado— Voy a ayudarte, ¿sí?

El perro me miró con esos ojos intensos como si me juzgara y regañara, luego comenzó a quejarse y moverse aún más de un lado para otro, algo típico en su raza... eso creo.

«¡¿Dónde te habías metido?! ¡Esto es completamente inaceptable! ¿Sabes cuánto tiempo he pasado aquí oliendo a esta mierda?!», comencé a descargar mi enojo hacia Brooke. Si pudiera verme, estoy seguro de que ni me reconocería. Mi grandiosa figura, arruinada por esta inmundicia. «Solo espera a que encuentre a ese humano y le haré pagar. ¿Cómo se atreve a lanzarme porquería encima mientras estoy dormido? ¡Como si no fuera suficiente con este horrible charco de lodo! ¡Este hedor! ¡Esta red! ¡Si paso un segundo más aquí, juro que acabaré con todos ustedes!».

—Tranquilo, ¿sí? Deja de aullar, perrito. —dije al ver como continuaba con sus aullidos mientras que con una tijera cortaba la red.

«¿Pe-Perrito? ¡Pero qué está diciendo está mujer! ¡Apúrate y sácame de aquí! ¡Maldición, ya no aguanto esta mierda!», continúe con mis quejas internas sabiendo que ella no podía oírme.

Una vez que logré quitarle la red de pesca, noté que el pobre husky seguía olisqueando y mirando a su alrededor como si no pudiera creer que estuviera libre. Decidí llevarlo conmigo a casa, aunque sabía que me metería en problemas si alguien del edificio lo veía. Las mascotas no estaban permitidas, pero ¿qué iba a hacer? No podía dejarlo así.

Subirlo fue un gran reto. Tuve suerte de que nadie estuviera en los pasillos ni en las escaleras. Él, cooperó un poco, aunque me miraba con esos ojos como si cuestionara cada decisión que tomaba. Cuando llegamos al último piso, donde estaban los tendederos, me enfrenté al verdadero reto: bañarlo. Agarré una manguera que había cerca, coloqué un balde con agua y jabón, y me dispuse a limpiarlo. Pensé que sería algo sencillo hasta que… comenzó a correr por todas partes.

—¡Quédate quieto! —le decía, pero él no hacía más que gruñir y correr más rápido, esquivando la manguera— ¡Detente! ¡Alto!

«¿Detenerme? ¡Já! ¡En tus sueños! ¡Crees que te dejaré tomarte ciertas libertades...! ¿TOCARME? ¿A MÍ? ¿POR TODAS PARTES? ¡ESTÁS LOCA! ¡Esto es una falta de respeto absoluta! Si las mujeres demonio que suspiran por mí vieran esta escena, seguramente se desmayarían del horror… o los celos. Mi majestuosa presencia no está destinada a ser manoseada por una simple humana. ¡Y ni hablar de esa cosa que usaste! ¿Quién crees que soy, preciosa?».

—¡Alto! ¡Dije que dejarás de correr! —exclamé varias veces, pero él seguía sin obedecer. ¿Acaso pensará que estoy jugando?

Por un momento, incluso creí que nunca lograría atraparlo, pero al final, después de varios intentos y tras empaparme por completo, logré retenerlo. Entre risas y sus aullidos, que sonaban como quejas, empecé a frotar el jabón de nuevo en su pelaje.

Cuando por fin terminé, él se sacudió con tanta fuerza que casi me tira al suelo. Pero ahí estaba: limpio, esponjoso, y su pelaje brillaba bajo la luz del sol de la tarde. Era hermoso, sin duda, un bonito husky. Luego se dejó caer al suelo seco con un suspiro exagerado de indignación.

«Mátenme ahora… Prefiero enfrentarme a los monstruos de las cavernas antes que volver a pasar por esto…».

Comencé a limpiar el desastre que había quedado tras el baño. Él me observaba desde el suelo, con una mezcla de resignación y falsa dignidad.

—Al menos ahora luces impecable. —le aclaré, notando su disgusto.

Él se acomodó, cruzó sus patas, me miró amenazante y eso me hizo reír.

«Eso no cambia nada, humana... nada. Prometo que recuperaré mi dignidad… solo espera, Brooke».

Después de eso, supe que lo siguiente era buscar a su dueño. Aunque no tenía collar ni placa, estaba claro que este husky no era un perro callejero cualquiera. ¿Cómo podía serlo, con ese porte tan elegante? Así que me puse manos a la obra: tomé una foto, la imprimí en varias hojas y pegué carteles en los postes cercanos para encontrar a su dueño que debe estar muy preocupado por él.

Los días pasaron y nadie se presentó. Mientras tanto, él se había instalado cómodamente en mi habitación, y debo admitir que su presencia hacía que el lugar se sintiera menos solitario. Por las noches, se acurrucaba junto a mi cama, y su respiración pausada me transmitía una paz que hacía mucho no sentía.

Sin embargo, cuando llegaba la hora de alimentarlo. Decidí comprarle comida para perro, pensando que, como cualquier can, estaría emocionado de probarla. Para mi sorpresa, la ignoró por completo.

«¿Llamas a eso comida? ¿EN SERIO? ¿Cómo osas tratarme de forma tan vulgar al ofrecerme esa asquerosidad? ¡Cómetela tú! Juro que me va a dar algo… ¿A quién crees que estás alimentando? ¡Soy un demonio! ¡Un guardián formidable! Si voy a comer, al menos que sea algo digno de mi estatus…».

—¿No te gusta? —le dije, al escuchar sus aullidos mientras él me miraba fijamente, como si estuviera ofendido.

Intenté que comiera comprando varias marcas, diferentes sabores, pero nada funcionaba. Al final, simplemente dio un salto ágil, tomó mi sándwich de la mesa y comenzó a devorarlo frente a mí sin un atisbo de arrepentimiento.

—¡Hey! ¡Eso es mío!

No sirvió de nada reclamarle. Su actitud dejaba claro que no tenía ninguna intención de aceptar "comida para perro". Al principio me frustré, pero luego llegué a una conclusión: debe estar acostumbrado a comer comida casera.

«Prefiero comer algo que tú también comas. Menos mal que esta humana tiene algo de sentido y terminó ofreciéndome comida decente. Aunque… su cocina podría mejorar un poco. Pero claro, no todos pueden alcanzar el nivel de los banquetes demoníacos que estoy acostumbrado a disfrutar».

Así, al conocer más sus gustos comencé a compartir parte de lo que preparaba, siempre con cuidado de que no fueran cosas malas para su salud. Los días siguientes transcurrieron en una calma inusual. El husky permanecía conmigo mientras esperaba que alguna persona respondiera a los carteles que había pegado. Aunque no podía evitar preguntarme si realmente alguien lo estaba buscando, cada vez que miraba sus ojos pensaba que tal vez su dueño aparecería en cualquier momento.

Sin embargo, la única llamada que recibí no fue para él.

El hospital. Apenas escuché la voz al otro lado de la línea, mi pecho se apretó. Salí de mi habitación apresuradamente, tratando de no entrar en pánico. Antes de irme, me detuve frente al husky, que estaba cómodamente acostado sobre una alfombra junto a mi cama.

—Escucha, voy a salir. —le hablé rápidamente, como si pudiera entenderme—. Quédate aquí, ¿sí? Y por nada del mundo salgas, ¿de acuerdo?

Él no replicó como solía hacerlo. En otras ocasiones, cada vez que algo le molestaba o no estaba de acuerdo, soltaba esos aullidos característicos que casi parecían una discusión. Pero esta vez, simplemente agitó la cola, con una mirada tranquila que me hizo pensar que entendía perfectamente lo que le estaba diciendo.

Sin más, salí corriendo hacia el hospital.

«¿Que me quede aquí encerrado, en este lugar diminuto, mientras ella sale? Que tontería. Pero, bueno... podría ser peor. Al menos me lo pidió con cierta... delicadeza. Se lo permitiré por esta vez. Más le vale traerme algo cuando regrese o no la dejaré entrar», pensé antes de acomodarme y volverme a dormir.