El nuevo Capo de la Camorra ha quedado viudo y no tiene intención de hacerse cargo de su hija, ya que su mayor ambición es conquistar el territorio de La Cosa Nostra. Por eso contrata una niñera para desligarse de la pequeña que solo estorba en sus planes. Lo que él no sabe es que la dulzura de su nueva niñera tiene el poder de derretir hasta el corazón más frío, el de sus enemigos e incluso el suyo.
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La llamada
Gabriele
Miro el vaso de brandy a medio beber frente a mí y luego mis ojos codiciosos vuelven al mapa.
–Filadelfia le pertenece a la Camorra, Capo.
Asiento. –¿Cómo va el progreso con Pensilvania? –pregunto a uno de mis capitanes.
–Progresando, mi señor.
–¿Progresando? Sé más específico –exijo con un gruñido.
Se acerca y me indica con una mano temblorosa. –El territorio desde Potter a Franklin ya es de la Camorra. No hay ni un solo hombre perteneciente a La Cosa Nostra, mi señor.
–Es solo la mitad –especifico–. Quiero a Pensilvania bajo el dominio de la Camorra lo antes posible.
–Tenemos algunos soldados heridos, señor.
Lo miro. –Me importa un carajo el tema del personal. Si no hay hombres busca otros. Cambia la fecha de iniciación a los trece años. Me parece que esperar a los quince es un absurdo. Muchos de nosotros ya éramos completamente letales a los doce años.
–Sí, señor.
Me dirijo a otro capitán. –¿Cómo vamos con el territorio del sur?
Infla su pecho. –Ya Maryland es prácticamente nuestra, Capo.
–¿Maryland? –pregunto con desprecio. –No es suficiente. Necesito que la Camorra conquiste las Virginias, para hacernos paso camino al sur. Todos aquí saben que necesitamos una salida hacia México lo antes posible. No quiero perder la oportunidad que tenemos de negociar con el Cártel de Sinaloa. –Golpeo la mesa y todos retroceden un paso–. Tenemos que avanzar rápidamente hacia el sur y hacia el oeste. Necesito a Texas rendida a mis pies, y tener una salida hacia México. Esto no es suficiente –agrego molesto lanzando el mapa fuera de mi escritorio. –A trabajar –ordeno y todos salen de mi oficina como si arrancaran del demonio, y quizá lo estén haciendo.
Hoy podría matar sin la menor provocación.
–¿Todo bien en el paraíso?
–¿Tú qué crees? –pregunto furioso por la incompetencia de algunos de mis capitanes.
–Mi amigo, vi algunos de tus capitanes orinarse encima.
Sonrío. –Son unos putos cobardes.
Se acerca y golpea mi hombro. –Hacen lo que pueden, mi amigo. Esta lucha por el territorio contra La Costa Nostra es muy ambicioso, no puede hacerse en un día.
–No quiero a ninguna rata de esas cerca, Dante, lo sabes. –Me siento en mi enorme sillón frente al único amigo que tengo. Amigo, pero no dudaría en matarlo si me traicionara, y sé que él haría lo mismo–. Y te recuerdo, que esta lucha es nuestra lucha, la ´Ndrangheta también se beneficiará.
Se encoge de hombros. –Lo sé, por eso mi gente está colaborando. Ya luego nos cobraremos los favores, mi amigo.
Sonrío, sé que los favores que pedirá la ´Ndrangheta no son para cobardes. Y mi amigo y su familia, Los Messina, son los que la gobiernan.
–¿Cómo está tu nona?
–Ya sabes, con lo mismo de siempre, peleando con papa y rezando porque encuentre a una buena chica italiana y me case.
–Yo por suerte soy viudo y ahora tengo a la Camorra bajo mi mando.
–Si mi nona te escuchara te golpearía con su cuchara de madera.
Mi teléfono interrumpe nuestra conversación y frunzo el ceño al leer el exagerado mensaje de Anna.
Todo es una emergencia para ella.
–¿Todo bien?
–Sí, es solo Anna, pidiendo que la llame por algo relacionado con la hija de Kate.
–Tu hija querrás decir.
–Sabes que no diría eso.
–Ay, mi amigo, algún día entenderás que la familia es lo más importante.
Sonrío. –Y tú algún día entenderás que no debes pasar tanto tiempo con tu nona, te está lavando el cerebro.
Mi amigo ríe a mandíbula batiente. –Ya es muy tarde para mí, nona vive en mi cabeza. –Sus ojos grises me miran fijamente–. Llama a la pobre Anna, no te molestaría si no fuera algo importante.
Suspiro fastidiado y le escribo a Anna que puede llamarme.
–Me llamará, la pondré en altavoz para que veas que yo tengo razón.
Mi teléfono suena y contesto con el altavoz.
–¿Qué es tan urgente para que te atrevas a molestarme? –pregunto con voz acerada.
–Mi Capo, no lo molestaría si no fuera algo de vida o muerte. La nena no quiere comer y ha bajado de peso.
–Eso no es una emergencia, Anna. Denle la comida a la fuerza, es una bebé no tiene decisión en esto.
–¡Claro que la tiene, maldito imbécil! –escucho una voz gritando.
–¡Sofía! –se escandaliza Anna.
–La bebé morirá si no come, y además esa fórmula sabe a agua sucia, yo tampoco la tomaría –responde la voz.
–¿Anna? –pregunto.
–Señor, disculpe, la nueva niñera está un poco nerviosa.
–¡No estoy nerviosa! –interrumpe nuevamente–. Lo que estoy es furiosa, esto que están haciendo con esta preciosura es un pecado.
–¿Sabes con quién estás hablando?
–Me importa un carajo –responde con vehemencia, haciendo reír a mi amigo–. Necesito una tarjeta para comprarle cosas a la bebé y una nueva leche.
–¿Disculpa? –pregunto aun desconcertado con la insolente voz.
–Lo que escuchaste –responde con furia destilando de cada una de sus palabras–. Y ya ponle un maldito nombre –ordena lo que me hace rechinar los dientes.
–Anna, explícale a la servidumbre su lugar –ordeno–. Pensé que contratarías a alguien que supiera respetar a su Capo.
–¡El respeto se gana, grandísimo idiota!
–¡Sofía, ya basta! –ordena Anna–. Señor, lo siento mucho. Discúlpela, es una niña.
–No lo soy –interrumpe la voz que me ha provocado dolor de cabeza.
–Señor si quiere la despido ahora mismo.
–No. Yo la despediré en persona –digo saboreando el momento en que tenga a esa malcriada frente a mí–. Por ahora solucionen el problema con la hija de Kate. Para eso les pago. No quiero más llamadas como estas.
–Sí, señor –dice Anna.
–Compren lo que quiera, no podría importarme menos.
–Si serás idiota... –comienza a replicar la voz insolente, pero cuelgo antes de escuchar otra palabra.
–Vaya –dice Dante con una enorme sonrisa–. Me gustan las mujeres así, con carácter.
–Si la quieres, llévatela. Te lo agradecería –devuelvo mientras acaricio mis sienes–. Es una atrevida que no sabe su lugar aún, pero ya aprenderá.
Dante ríe. –Quisiera ver eso.
–Y lo verás, mi amigo, claro que lo verás.