Melanie Harper quiere disfrutar de unas merecidas vacaciones antes de enfrentar su dura realidad y tomar una decisión que afectará, sin duda, el resto de su vida, sin embargo, no contaba con que Conor Sullivan apareciera en su vida, y la hiciera vivir todas las aventuras que alguna vez soñó con experimentar.
Conor Sullivan guarda un secreto, es el Capo de la mafia Irlandesa, pero no dejará que Mel se aleje de él por su trabajo, antes peleará con la misma muerte de ser necesario.
Porque si encuentras a la persona que te hace feliz tienes el derecho a hacer lo que sea para conservarla a tu lado, incluso si aquello implica que sangres.
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La Abu
Conor
–Ahí estás, muchacho, ya empezaba a preocuparme –me regaña mi abuela en cuanto me ve entrar a la cocina–. Ya mi corazón comenzaba a angustiarse.
–No tienes corazón, mi vieja –devuelvo y ríe.
Miro su rostro redondo y bobalicón y me inclino para abrazarla.
–Tienes la misma falta de amor a la vida que mi viejo tenía, me preocupas.
–Mi tata era un hombre valiente.
–Y eso lo mató –termina la discusión dándome un pequeño golpe en el estómago–. ¡Oh, vienes con alguien! –exclama ilusionada–. No me habías dicho que tenías novia, muchacho tonto.
–No, abu, Mel es solo una amiga –le aclaro antes de que su imaginación comience a correr libremente–. Tuvo un problema cerca del sector de Los Sauces, el escarabajo de Tonny –digo a modo de explicación.
–Buenas noches. Soy Melanie Harper –saluda Mel a mi abuela y se acerca cojeando donde ella–. Me lastimé un pie y su nieto se ofreció a ayudarme.
–Por supuesto que lo hizo –dice mi abu mientras toma las manos de Mel–. Conor es un buen chico. Y muy guapo, ¿no lo crees?
Siento como la punta de mis orejas enrojecen cuando ambas mujeres me miran con detenimiento.
–Sí que lo es –dice Mel con diversión.
–Siéntate, niña –le ordena–. Te serviré un poco de sopa. Están empapados, les hará bien entrar en calor. La lluvia no nos ha dado tregua este verano.
–No fue tanto la lluvia, su nieto me lanzó a las aguas del lago.
Mi abu ríe. –Sí, eso suena a algo que haría mi muchacho.
Me apresuro a colocar otra silla cerca de Mel. Tomo su pie lastimado y lo coloco sobre la silla.
–En alto.
–Sí, señor –dice haciendo un gesto militar–. Oh, no –se lamenta.
–¿Qué pasa?
–Deje mi bolso en el maletero del auto maldito.
–¿Ese bolso? –pregunto apuntando a la cartera, que tiene a su lado.
–No, el bolso donde tenía toda mi ropa.
–Shh, shh –la calma mi abu–. Cuando era una jovencita tenía la cintura tan pequeña como tú, creo que tengo ropa guardada de ese tiempo todavía, y si no, le pedimos ropa a alguna de las empleadas. Que tiempos aquellos, todos los hombres babeaban a mi alrededor.
–Eres hermosa, abu –digo y acaricio su barriga–. Cada parte de ti.
–El matrimonio te engorda –le dice a Mel–. Pero vale la pena, cariño –se apresura en añadir–. Aquí tienes, sopa de tomate.
–¡Es mi favorita! –celebra Mel, aplaudiendo en su puesto.
–Siéntate, muchacho, ya te sirvo –me ordena mi abu.
Me siento al lado de Mel y sonrío al verla comer.
Mi abuela me sirve un tazón con sopa caliente y luego se apresura a cortar pan recién horneado y dejarlo sobre la mesa.
–Coman, coman. Yo iré a decirle a Betty que prepare una habitación extra esta noche –dice antes de salir muy contenta de la cocina.
–Te dije que se alegraría.
–Lo recuerdo –devuelve con una sonrisa–. Es muy linda tu casa. Y muy grande también. Todo lo tuyo es grande –dice y luego su rostro enrojece del mismo color de la sopa–. No quise decir…
–No te preocupes. En todo caso, tienes razón –devuelvo guiñando un ojo en su dirección.
–Fanfarrón –masculla con la boca llena de pan.
–Te podría demostrar ahora mismo que no fanfarroneo, pero mi abu me mataría si me descubre con los pantalones abajo –digo y disfruto ver como sus mejillas se tiñen aun más de rojo.
Comienza a jugar con la cuchara cuando se recompone.
–No creo que sea una bendición, ya sabes, ser tan bien dotado.
–No te sigo –digo confundido.
–Si es un tamaño normal, claro, está bien, pero si es excesivamente grande toda la sangre bajará a tu amigo y ya no tendrás ni una gota que irrigue tu cerebro. Y es ahí cuando una mujer se decepciona. La inteligencia es la parte más sexy de un hombre –termina muy contenta.
–Nunca he tenido quejas. Creo que estás sobreestimando los gustos de las mujeres. A la mayoría no le importa de cuánto es mi coeficiente intelectual, te lo aseguro.
–¿De qué hablan? –pregunta mi abu, que se materializa nuevamente en la cocina.
–De pollas grandes –responde Mel y ahora quien enrojece soy yo–. ¿Qué es más importante en un hombre, que esté bien dotado o que sea inteligente?
Mi abu ríe con la pregunta de Mel.
–Después de haber estado casada felizmente cuarenta años, puedo decirte que mi marido no era un hombre brillante, pero brillaba en otras cosas.
–¡Abu! –exclamo indignado y cubro mis oídos.
–¿Qué? Es la verdad. Tu tata no era una lumbrera, pero vaya que…
–¡Abu! –grito interrumpiéndola.
Mel ríe con tanta fuerza que un poco de sopa sale disparada de su boca hacia mi cara, logrando que mi abu se agarre su barriga de tanto reír.
–Esto es lo que necesitábamos en esta casa –dice cuando se calma un poco–. Risas, bromas y compañía femenina –agrega abrazando a Mel–. Al fin tendré con quien reír.
–Vaya, gracias, abu. Mel va a pensar que vivir conmigo apesta.
Mi abu pone los ojos en blanco y camina hasta el horno para revisar los panes.
–Mañana, si me facilitan un teléfono, saldré de sus vidas. Ya he abusado de su hospitalidad más que suficiente.
–¡No! –exclama mi abu–. No te irás de aquí.
–Claro que no –digo–. Tu pie tiene que sanar, además estás de vacaciones. Puedes tomarte el tiempo que quieras, a menos que hayas tomado una decisión respecto a Lenny –mascullo.
–¿Quién es Lenny?
–Su ex.
–Mi prometido.
Mi abu nos mira extrañada.
–Un hombre no puede ser tantas cosas –dice con cuidado.
Mel deja caer su cabeza contra la mesa, metiendo un poco de su largo cabello dentro del tazón con sopa.
–Tengo que pensar.
–Y este es el lugar indicado –le asegura mi abu–. Estás de vacaciones y Conor conoce estas tierras como la palma de su mano. No puedes pedir un mejor guía turístico, ¿no lo crees?
–Supongo –murmura todavía con su rostro sobre la mesa.
Me levanto cuando termino de comer y tomo a Mel en mis brazos, haciendo sonreír a mi abu.
–Ven, te llevaré a la habitación.
–Pedí que le arreglaran la habitación de Colin –dice mi abu.
–Abu –digo molesto.
–Es una habitación cómoda y tendrá su propio baño –insiste.
Suspiro resignado.
No me gusta que nadie entre en la habitación de mi hermano, pero viendo a la mujer tan agotada en mis brazos, decido acatar la orden de mi abu.
–Gracias –susurra–. Sé que he sido un problema desagradable.
–No lo eres –me apresuro en responderle antes de caminar hacia la habitación de Colin.
Abro la puerta y mi cabeza se llena de recuerdos de Colin tendido en el suelo leyendo un libro, o de él tocando la guitarra en el alfeizar de la ventana. Y sí, sé que mi hermano nunca usó esta habitación, porque ya estaba muerto cuando compré esta propiedad, pero de todas formas quise que tuviera una habitación en mi casa. Yo mismo la decoré y la dejé exactamente igual a la que tenía cuando vivíamos en ese infierno.
Trago el nudo que se forma en mi garganta.
–¿Puedes bañarte sola o necesitas ayuda?
Sonríe. –Tentador, pero creo que puedo hacerlo sola.
–Dejé mucha ropa en el closet –dice mi abu, quien entra a la habitación–. Y si necesitas algo más no dudes en llamar.
Dejo a Mel sobre la cama.
–No tengo cómo agradecerles –susurra compungida–. Pero crecí en una granja, puedo ser de ayuda.
–Una vez que tu pie esté sanado, hablaremos –dice mi abu y comienza a empujarme fuera de la habitación –Te daremos privacidad.
En cuánto estamos solos en el pasillo, me mira seriamente.
–No dejes ir a esa chica –dice antes de desaparecer por el pasillo.
Pienso en sus palabras y tomo una decisión.
*****
Dejo mi arma sobre el mesón con la fuerza necesaria para interrumpir su película.
–Conor –saluda asustado–. Sé que no he hecho nada malo, así que no entiendo por qué estás aquí. –Enarco mi ceja–. No quise decir que no puedes venir aquí, claro que puedes hacer lo que quieras –recula nervioso.
–Tu escarabajo murió.
–¿Qué?
–Le arrendaste una basura a una mujer hace dos días, y casi se mata por tu culpa.
–Yo… yo…
–Cállate –mascullo–. Quiero la argolla que te dejó.
–Pero…
–La argolla –digo con voz más alta.
Tonny se apresura a buscarla entremedio de docenas de envases de comida basura.
–Aquí está –dice entregándomela asustado.
Le entrego un cheque de cien mil euros a su nombre. Lo recibe y, cuando entiende lo que es, sus ojos se abren dos veces su tamaño.
–Dudo que esa porquería de auto haya costado más que eso –digo mientras tomo mi arma y lo apunto–. Si Mel viene por aquí le dices que el auto tenía seguro y que la argolla la vendiste o la cambiaste por pornografía barata, ¿estamos de acuerdo?
Asiente rápidamente.
–Eso es todo, vuelve a tu película –digo antes de salir.
Tomo la argolla y la miro cuidadosamente antes de meterla en mi billetera.
Dejaré que Mel decida qué es lo que quiere con su vida, y si decide volver con el idiota de su prometido yo mismo le entregaré la argolla.
Pero haré todo lo posible porque decida quedarse.