Un soldado de un antiguo reino fue sometido a un experimento para transformarlo en un arma de destrucción masiva mediante alteración genética. Algo salió mal y despertó mil años después, en un mundo mágico lleno de bestias de fantasía. Desorientado, encuentra las ruinas de su reino y un nuevo campo de batalla entre civilizaciones desconocidas. Con habilidades sobrehumanas, debe descubrir su propósito en este nuevo y peligroso mundo.
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Capítulo 7: Masacre Indiscriminada
La oscuridad envolvía la aldea, apenas rota por el tenue resplandor de las antorchas dispersas. Zen se movía como una sombra entre los árboles, su forma bestial apenas perceptible en la penumbra. Cada paso resonaba en el suelo húmedo, y sus sentidos agudizados captaban cada susurro del viento, cada crujido de ramas a su alrededor. Sentía la adrenalina corriendo por sus venas, el instinto depredador tomando el control mientras se preparaba para la cacería.
Desde su posición en la linde del bosque, observó la aldea de los orcos. Estos seres, con su piel verde y robusta, se movían torpemente por el asentamiento y contó alrededor de 30 orcos en la aldea. Zen los miraba con una mezcla de desprecio y curiosidad. En su vida como humano, se habría enfrentado a estos orcos con cautela y planificación. Eran enemigos formidables, con una resistencia y fuerza que requerían una estrategia bien pensada para ser derrotados.
—Antes, esto habría sido una misión muy peligrosa por la cantidad de enemigos—pensó Zen, recordando las veces que había oído historias de orcos devastando pueblos y masacrando a quienes se atrevían a enfrentarlos. Pero ahora, en su nueva forma, sentía una confianza abrumadora.
Dio un salto poderoso desde los árboles y aterrizó en el centro de la aldea con un estruendo que hizo temblar el suelo. Los orcos, sorprendidos y asustados, se volvieron hacia él con los ojos muy abiertos. Zen se alzó, su imponente figura eclipsando la luz de las antorchas, y lanzó un rugido que resonó como un trueno en la noche.
La onda expansiva del rugido fue devastadora. El aire vibró con una fuerza tan intensa que varios orcos cayeron muertos al instante, sus cuerpos destrozados por el puro impacto de la energía. Los que sobrevivieron quedaron aturdidos, tambaleándose y cubriéndose los oídos en un intento desesperado por bloquear el ensordecedor sonido.
*Este poder... es asombroso,* pensó Zen, mirando con frialdad a los orcos que intentaban recuperar el equilibrio. *Antes habría necesitado armas y hechizos de alto calibre y una buena estrategia, ahora solo un rugido es suficiente para sembrar el caos.*
Los orcos, a pesar de su miedo, intentaron organizarse y atacar. Zen los observó acercarse, sus ojos brillando con una luz amarilla de depredador. Las armas de los orcos eran toscas pero letales: hachas enormes, lanzas y espadas forjadas para aplastar y cortar carne y hueso. En su vida pasada, estos ataques habrían sido mortales. Pero ahora...
Los orcos se lanzaron sobre él, sus gritos de guerra resonando en la noche. Zen no se molestó en esquivar. Dejó que sus armas golpearan su cuerpo, las hojas y puntas rebotando inofensivamente contra sus escamas metálicas. Los orcos gritaban en frustración y miedo, incapaces de comprender cómo una criatura tan grande y poderosa podía ser invulnerable a sus ataques.
*Esto es casi decepcionante,* pensó Zen, sintiendo una mezcla de furia y sorpresa. *Los científicos... hicieron un buen trabajo. Aunque me duele admitirlo, transformaron mi cuerpo en algo que ni siquiera estos brutos pueden lastimar.*
Con un movimiento fluido, Zen extendió su brazo y golpeó a varios orcos con una sola barrida de su garra. Los cuerpos de los orcos fueron lanzados por el aire, estrellándose contra las cabañas y el suelo con una fuerza que rompía huesos y aplastaba órganos. Miró a su alrededor, viendo a los pocos sobrevivientes huir aterrorizados, sus gritos de pánico llenando el aire.
*Antes habría sido yo el que corria y planeaba cada movimiento,* reflexionó Zen, observando cómo los orcos caían ante él con una facilidad que casi le resultaba aburrida. *Pero ahora, soy la tormenta que devasta todo a su paso.*
En medio del caos, vio al jefe de los orcos, Grugor, avanzando hacia él. Grugor era una figura imponente, incluso para un orco. Su piel verde era gruesa y resistente, y sus músculos se hinchaban bajo el efecto de la habilidad Sed de Sangre. Con un rugido de furia, Grugor levantó su hacha y se lanzó hacia Zen, su fuerza y velocidad incrementadas por la rabia y la adrenalina.
*En mi forma humana, Grugor habría sido un enemigo formidable,* pensó Zen, mientras observaba al jefe orco acercarse. *Habría requerido toda mi habilidad y astucia para vencerlo. Pero ahora...*
Grugor lanzó su hacha con todas sus fuerzas, un golpe que habría destrozado a cualquier enemigo normal. La hoja de metal impactó contra el cráneo de Zen con un estruendo metálico y cientos de chispas, pero solo se deslizó sin causar daño alguno. Zen miró a Grugor con una mezcla de lástima y desprecio, consciente de que la diferencia de poder era insuperable.
*Antes, esto habría sido una lucha épica,* pensó Zen mientras su poderosa cola golpeaba el suelo generando pequeño temblores, observando la desesperación en los ojos de Grugor mientras lanzaba golpe tras golpe, cada uno más desesperado que el anterior. *Pero ahora, no es más que una farsa.*
Grugor continuó atacando, cada golpe más frenético y lleno de rabia. Zen, inmóvil, dejaba que el jefe orco descargara su furia, su mente evaluando cada movimiento, cada gesto de su oponente. Con un último rugido de frustración, Grugor levantó su hacha una vez más, solo para ser detenido por un golpe de Zen.
El impacto fue devastador. La garra de Zen se estrelló contra el cuerpo de Grugor con una fuerza que aplastó sus costillas y rompió su espina dorsal. El jefe orco fue lanzado hacia atrás, estrellándose contra el suelo en un montón de carne y huesos rotos. Mientras la vida se desvanecía de sus ojos, Grugor miró a Zen con una mezcla de miedo y asombro, incapaz de comprender cómo una criatura tan poderosa podía existir.
*Este es el resultado de su trabajo,* pensó Zen con furia, recordando a los científicos que lo habían transformado en esta bestia imparable. *Me han dado un poder que ni siquiera ellos comprenden. Y ahora, lo usaré para encontrar respuestas y reclamar mi destino.*
La aldea quedó en un silencio sepulcral, solo interrumpido por el crujido de las llamas consumiendo las cabañas derrumbadas y el suave murmullo del viento a través de los árboles.
Zen observó el desolador escenario con una mezcla de satisfacción y frustración. He ocasionado un gran desastre aquí. ¿Cómo se supone que limpiaré todo esto?, pensó, notando los escombros y los restos de la batalla esparcidos por doquier.
Esa noche, se dispuso a limpiar el lugar con una determinación inquebrantable. La tarea se extendió hasta altas horas, y mientras trabajaba, reflexionaba. Nota mental: la próxima vez, sacar al enemigo del lugar que voy a ocupar para evitar una limpieza tan exhaustiva.