Jasmim y Jade son gemelas idénticas, pero separadas desde su nacimiento por un oscuro acuerdo entre sus padres: cada una crecería con uno de ellos en mundos opuestos. Mientras Jasmim fue criada con sencillez en un barrio modesto de Belo Horizonte, Jade creció rodeada de lujo en Italia, mimada por su padre, Alessandro Moretti, un hombre poderoso y temido.
A pesar de la distancia, Jasmim siempre supo quiénes eran su hermana y su padre, pero el contacto limitado a videollamadas frías y esporádicas dejó claro que nunca sería realmente aceptada. Jade, por su parte, siente vergüenza de su madre y su hermana, considerándolas bastardas ignorantes y un recordatorio de sus humildes orígenes que tanto desea borrar.
Cuando Marlene, la madre de las gemelas, muere repentinamente, Jasmim debe viajar a Italia para vivir con el padre que nunca conoció en persona. Es entonces cuando Jade ve la oportunidad perfecta para librarse de un matrimonio arreglado con Dimitri Volkov, el pakhan de la mafia rusa: obligar a Jasmim a casarse en su lugar.
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Capítulo 8
📖 Capítulo 8 – Brasa en el Corazón
El silencio en la habitación de Jasmín parecía vivo, sofocante, como si las sombras en las paredes quisieran devorarla. Aún arrodillada en la alfombra suave, encaraba el falso examen de embarazo que Jade había dejado atrás. Aquel pedazo de papel pesaba más que cualquier cadena. Su mente martillaba: *¿Y si fuera verdad? ¿Y si ella realmente estuviera embarazada?*
Las palabras de Jade resonaban sin parar en sus oídos como un lamento fantasmagórico:
*"Si mamá estuviera viva, ella lo arreglaría. Ella no dejaría que una hija fuera a la muerte..."*
El nombre de la madre era como un puñal en su corazón. Jasmín cerró los ojos y dejó que las lágrimas cayeran calientes por sus mejillas. Recordó la sonrisa serena de Marlene, la forma en que peinaba sus cabellos rojizos cuando niña, las noches en que cantaba para hacerla dormir. Recordó el calor de sus abrazos, la firmeza suave de sus palabras.
—Madre… no sé qué hacer… —susurró al vacío, la voz fallando como si pudiera llamar a Marlene de vuelta del más allá.
Se sentía dividida en mil pedazos: parte de ella quería huir, desaparecer, proteger su propia vida. Otra parte gritaba que no podía ignorar el miedo real estampado en los ojos de su hermana —incluso si parte de Jasmín aún desconfiaba. ¿Pero y si fuera verdad? ¿Y si Jade realmente estuviera al borde de la muerte? ¿Y si aquella fuera su única oportunidad de salvar a la única persona que compartía su sangre?
Horas se arrastraron como días. El reloj marcaba casi las tres de la mañana cuando Jasmín se levantó torpemente, el rostro marcado por el llanto, la mente en torbellino. Necesitaba aire. Necesitaba respuestas.
Salió por los corredores oscuros de la mansión, los pasos resonando como latidos de un corazón en pánico. La luz de la luna se infiltraba por las grandes ventanas, tiñendo el mármol de un blanco fantasmagórico. Afuera, encontró a Jarbas, el chofer del padre, apoyado en el coche negro, tragando un cigarrillo como quien conversaba con la noche.
—¿Señorita Jasmín? —dijo él, sorprendido al verla—. ¿Está todo bien?
Ella se detuvo a pocos pasos de él, abrazando sus propios brazos como si quisiera protegerse del viento helado —o del miedo que corroía su pecho. El cabello suelto danzaba en el viento frío.
—Jarbas… —comenzó, la voz embargada, la garganta seca como arena—. Tú trabajas para mi padre hace años. Necesito saber… necesito la verdad.
Él entrecerró los ojos, desconfiado, pero asintió.
—Pregunte, señorita.
Jasmín inspiró profundo, intentando encontrar coraje para decir las palabras que dolían más que cualquier herida física.
—Si… si una mujer se casara con un capo de la mafia y no fuera más… virgen… y… si ella… —la frase se quebró en sus labios, pero Jarbas entendió. Una sonrisa cruel surgió en su boca, como si aquella fuera una pregunta que él adorase responder.
Él dio una larga tragada al cigarrillo, soltó el humo despacio y dijo con la frialdad de quien habla sobre el clima:
—La mafia no tolera traición. Si el capo descubre que fue engañado, que su esposa no es pura o que está esperando un bastardo… él la mata. No solo mata —la voz de él sonó más baja, casi un susurro siniestro—, él la hace sufrir. Ella es torturada hasta confesar cada detalle, cada hombre, cada mentira. Después, desaparecen el cuerpo para que nadie nunca lo encuentre.
Jasmín sintió el estómago revuelto. Una náusea subió por la garganta y ella necesitó agarrarse al coche para no caer. Su visión se puso borrosa de lágrimas. Las palabras de Jarbas pintaban escenas horribles en su mente: cuerpos sin vida tirados en zanjas, gritos sofocados en las paredes oscuras de sótanos.
—¿Y… y nadie lo impediría? —preguntó, la voz casi inaudible.
Jarbas rió, un sonido áspero como metal arañando vidrio.
—Nadie, señorita. Esa es la ley del submundo. Y quien osa ir contra… termina del mismo modo.
Ella llevó la mano a la boca, intentando contener el sollozo que rasgaba su pecho. Sintió el viento nocturno como navajas cortando su piel. Su corazón latía tan fuerte que llegaba a doler.
—Gracias, Jarbas —murmuró, la voz deshecha, el cuerpo entero temblando.
—Si necesita algo, me llama —dijo él, apagando el cigarrillo en el suelo antes de volver a apoyarse en el coche, como si nada hubiese sucedido.
Jasmín se alejó tambaleándose. Cada paso parecía más pesado que el anterior. La mansión, con sus paredes majestuosas, ahora le parecía un castillo de horrores. Su mente gritaba, su alma sangraba: *Mi madre jamás dejaría que Jade muriera. No puedo ignorar esto. No puedo permitir que mi hermana sea asesinada.*
En aquella madrugada fría, bajo la luz lunar pálida de Milán, Jasmín tomó la decisión que cambiaría para siempre su destino. Y, sin saberlo, daba el primer paso rumbo a un camino de dolor, mentiras y un matrimonio con el propio demonio.