En un mundo donde los ángeles guían a la humanidad sin ser vistos, Seraph cumple su misión desde el Cielo: proteger, orientar y sostener la esperanza de los humanos. Pero todo cambia cuando sus pasos lo cruzan con Cameron, una joven que, sin comprender por qué, siente su presencia y su luz.
Juntos, emprenderán un viaje que desafiará las leyes celestiales: construyendo una Red de Esperanza, enseñando a los humanos a sostener su propia luz y enfrentando fuerzas ancestrales de oscuridad que amenazan con destruirla.
Entre milagros, pérdidas y decisiones imposibles, Cameron y Seraph descubrirán que la verdadera fuerza no está solo en el Cielo, sino en la capacidad humana de amar, resistir y transformar la oscuridad en luz.
Una historia épica de amor, sacrificio y esperanza, donde el destino de los ángeles y los humanos se entrelaza de manera inesperada.
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El eco de la caída
El amanecer apenas tocaba los tejados cuando el cielo se abrió en silencio.
No hubo trueno ni relámpago, solo una grieta de luz que se disolvió entre las nubes.
Desde ella, una figura descendía, ardiendo sin fuego, cayendo sin ruido.
Seraph cayó.
El viento lo atravesó como si fuera de cristal, su cuerpo invisible a los ojos humanos.
En su pecho, la herida luminosa que los arcángeles habían dejado ardía con un resplandor débil.
No tenía alas.
No tenía canto.
Solo el peso del amor que lo había condenado.
Cuando tocó tierra, lo hizo en un callejón húmedo, entre ecos de motores y murmullos humanos.
El dolor fue inmediato: físico, punzante, imposible de contener.
Por primera vez en toda su existencia, sintió frío.
El aire le dolía, la piel le pesaba, y su respiración era irregular, torpe, mortal.
—¿Esto… es ser humano? —murmuró, con la voz quebrada.
A lo lejos, las campanas de una iglesia repicaron.
Cada nota era un recordatorio de lo que había perdido.
Mientras tanto, en otro punto de la ciudad, Cameron despertó agitada.
Un escalofrío recorrió su cuerpo; una sensación de tristeza la envolvió como una sombra conocida.
No sabía por qué, pero algo dentro de ella le susurraba que Seraph estaba sufriendo.
Salió a la ventana.
El cielo tenía un tono distinto aquella mañana, un gris perlado que parecía ocultar algo detrás de su calma.
—¿Seraph? —susurró sin comprender por qué decía su nombre.
El viento se alzó con suavidad, rozando su mejilla.
No era más que aire… pero Cameron sintió calor, un calor tenue, como el eco de una caricia.
En ese instante, en un rincón distante de la ciudad, Seraph sintió el mismo calor.
Su conexión con ella no había sido completamente borrada.
El Cielo había sellado su destino, pero no había podido romper del todo el hilo invisible que unía sus almas.
Se puso de pie tambaleante, observando sus manos.
La piel era humana, las venas pulsaban, y sin embargo, debajo de la carne, aún brillaba un residuo dorado que se desvanecía lentamente.
Apretó los puños, con un temblor de miedo y determinación.
—Si esta es mi penitencia, la aceptaré.
—Pero no dejaré que la oscuridad la alcance.
Mientras caminaba entre las calles, el sonido del mundo lo golpeaba con una crudeza que nunca había conocido: el claxon de los autos, el llanto de un niño, el rumor de la lluvia comenzando.
Cada sensación era una herida… y al mismo tiempo, una revelación.
Ser humano dolía.
Pero también era, de algún modo, vivir de verdad.
Y aunque el Cielo le había arrebatado las alas, no podía arrebatarle su propósito: proteger la esperanza.
Esa noche, Cameron soñó con él.
Lo vio caer envuelto en luz, lo vio caminar bajo la lluvia, lo vio mirar al cielo con los ojos llenos de culpa y ternura.
Al despertar, sus mejillas estaban húmedas, pero su corazón ardía con un sentimiento nuevo: fe.
Sin saberlo, esa fe sería el faro que podría guiar a Seraph de regreso a la redención… o hundirlo aún más en la oscuridad.
gracias Autora