Obligada A Amarte

Punto de vista de Luis Vega

Las noticias de la prensa eran un escándalo que envolvía a la familia Vega. Ese secreto no podía salir a la luz, al menos no por ahora. Todo lo que había construido en mi vida pendía de un hilo, de un maldito resultado de paternidad filtrado. Tenía que saber quién fue el imbécil que puso en peligro mi plan.

Laura entró a la habitación furiosa, con el rostro descompuesto. Tanto ella como yo sabíamos lo que esto podía ocasionar. Si la verdad salía a la luz, no solo perderíamos nuestra fortuna y la mitad de la de Olivia Betancourt, sino que iríamos a la cárcel de por vida por fraude.

—¡¿Cómo esto pudo salir a la luz?! —gritó, lanzando una revista a la cama.

—También quiero saberlo. Solo nosotros dos sabíamos de esto, y estoy seguro de que no serías capaz de traicionarme.

—¡Claro que no! Yo estoy tan metida en esto como tú. Pero el traidor debe estar cerca para tener esa información —siseó, caminando de un lado a otro.

—¿Y si fue el mismo Marcelo? Digo, él quiere destruirnos y por eso se casó con la tonta de Diana.

—No lo creo. No es la manera de actuar de Villavicencio. Esto parece más una venganza por celos que por cualquier otra cosa.

Laura hizo un silencio tenso, lo que me indicaba que algo sabía que yo no.

—Dime qué sabes —pregunté con certeza.

—Bueno, hay alguien que podría estar furioso por la boda de Diana —respondió evasiva, tocándose el cuello con nerviosismo.

—Habla de una vez, ¿quién es ese infeliz?

—Diana se metió en la relación de Fabiana y Sergio. Puede ser que él se sienta traicionado por esa bastarda y quiera venganza.

—Salió igual de desvergonzada que su madre. Lo que no entiendo es por qué él tiene información sobre esta familia. No quiero pensar que Fabiana haya sido capaz de entregarle las armas a ese hombre para destruir nuestra imagen.

—No, nuestra hija no hizo nada. Lo más seguro es que sea la misma Diana. Seguramente descubrió su origen y se lo dijo a ese hombre.

—Voy a investigar esta situación. Y si resulta que ese hombre es el responsable de todo esto, que se olvide de entrar en mi familia. No podemos contar con un traidor en nuestra casa.

Salí determinado a descubrir la verdad. Quien fuese el responsable de filtrar esa información tendría que asumir las consecuencias, ya que no permitiría que por lo que he trabajado durante toda mi vida se viniera abajo por la indiscreción de un resentido que no pudo llevarse a la cama a una mujer.

Mi primera acción fue llamar a Marcelo. Él debía saber que yo no estaba detrás de eso y que lo que aparecía en los diarios era pura mentira. Tenía que limpiar el nombre de Diana para mantener las cosas en calma y mi trasero fuera de la cárcel.

La llamada se conectó al primer tono.

—Si tienes algo que ver con esto, lo pagarás caro —La amenaza de Marcelo vino del otro lado como un trueno implacable, sin siquiera darme tiempo a saludar.

—Antes de amenazar, escucha. No tengo nada que ver en esto. Diana es mi hija biológica, esas pruebas son totalmente falsas. Se trata de un intento de extorsión.

Hubo una pausa fría al otro lado, en la que podía escuchar a Villavicencio respirar con calma.

—Espero que digas la verdad, Luis. El nombre de mi esposa no puede ser manchado de esta manera. Te espero en una hora en el salón de prensa de la empresa Villavicencio. Delante de los periodistas, aclara esta mentira.

Marcelo colgó la llamada sin dejarme dar una respuesta. El pánico me inundó. Me estaba obligando a ir a su territorio, a mentir públicamente y a dar la cara por su esposa.

Sin perder tiempo, me dirigí a la empresa de mi peor enemigo. Me estaba metiendo en la cueva del lobo, aunque yo era un lobo más peligroso que ellos. Me ajusté la corbata, forzando la imagen de hombre respetable. Si Marcelo creía que me acorralaría, se equivocaba. Iba a mentir, iba a sonreír y, sobre todo, iba a salvar mi pellejo. La guerra acababa de empezar, y el primer round era en la fortaleza de Villavicencio.

Punto de vista de Luis Vega

Baje del auto con una dignidad propia de un rey. Alrededor, había periodistas tratando de llamar mi atención; sin embargo, hice caso omiso y me acerqué con pasos firmes hasta donde estaba mi yerno y mi supuesta amada hija.

La farsa tenía que salir perfecta; no podía haber ningún tipo de brecha que la prensa pudiera usar para hundirme.

—Yerno, es un gusto verte —saludé, extendiendo mi mano hacia Marcelo, mientras él me recibía con cordialidad, aunque el apretón era puramente profesional, sin calidez alguna.

Después, me giré hacia Diana. Solo verla me revolvía el estómago, pero ahora debía mostrarme amable y cariñoso, así que la abracé con una fuerza calculada, mostrando una sonrisa forzada.

—Querida hija, te ves hermosa —dije, entusiasta, sintiendo el aroma del perfume caro de Diana.

Ella mostró una sonrisa que parecía genuina, aunque yo sabía que estaba siendo forzada.

—Padre, gracias por venir. Sé que es un hombre muy ocupado.

Ella trató de ser muy gentil, y hasta donde yo veía, todo estaba saliendo de manera muy natural. El siguiente paso fue ir a la sala de prensa. Marcelo y Diana caminaban tomados de la mano, mostrando su afecto públicamente.

Llegamos al salón de prensa, donde ya nos esperaban varios periodistas. Cada quien tomó su lugar, todo muy bien planeado. No había duda de que Marcelo era un estratega que sabía cómo vender una noticia. Diana se sentó entre nosotros dos, mostrándose amable conmigo y cariñosa con Villavicencio. Ahora más que nunca me daba cuenta de que ella era igual a su madre, una cualquiera capaz de seducir al hombre más poderoso del país.

La rueda de prensa empezó:

—Felicitaciones por su matrimonio, hacen una bonita pareja —la sala se llenó de murmuraciones positivas a favor de la recién formada pareja.

—Gracias, aunque las felicitaciones deberían ser solo para mí, ya que salí ganando al lograr que una mujer tan inteligente y hermosa se fijara en mí, aceptando ser mi esposa —Los periodistas fotografiaron el acto de "amor" de Marcelo cuando besó a Diana en los labios, haciendo que ella se sonrojara. Era muy buena actriz.

—¿Es cierto lo que dicen en esos periódicos amarillistas? —preguntó un sujeto sin maquillar la pregunta.

—¡Es totalmente falso! Diana es mi amada hija, el fruto del amor que su difunta madre y yo nos teníamos. Y como tal, nunca hubiera permitido que ella se casara para salvar a mi familia con un hombre que no amara.

La rueda de prensa iba de acuerdo al plan, hasta que un periodista hizo una pregunta que dejó callados a los recién casados.

—¿Cuál fue la razón por la cual se casaron tan rápido?

La sala quedó en un silencio expectante. Marcelo se disponía a responder con alguna banalidad sobre el "amor a primera vista" o la "impaciencia", pero en ese caos, yo encontré la oportunidad de crear el escenario perfecto para llevar a cabo mi propio plan. Un golpe de genio.

Me incliné hacia el micrófono antes de que Marcelo pudiera abrir la boca. Mi voz resonó, llena de una falsa emoción paternal.

—Sé que los muchachos quieren mantener esto en secreto, aunque yo estoy emocionado al dar la maravillosa noticia de que mi amada hija me hará abuelo. Ella está embarazada, y esa es la razón de su boda relámpago.

El flash de las cámaras explotó, y los gritos de los periodistas estallaron en el salón. Había dado un buen golpe. La pelota estaba ahora de mi lado de la cancha, y con esto obligaría a ambos a concebir un hijo rápidamente.

Miré a Diana. Su rostro estaba pálido, sus ojos abiertos por el shock y la traición. Miré a Marcelo. Su mandíbula se tensó, y sus ojos me lanzaron una amenaza de muerte silenciosa.

Mi plan no tenía errores. El juego había subido de nivel, y ahora Villavicencio tenía una razón ineludible para mantener la farsa. Y, sobre todo, para crear un heredero.