El Sacrificio De Meskhenet

—¡Aléjate de ese demonio de inmediato Iselda!— el grito alertó a la multitud que se reunía en la entrada del colegio, y si de casualidad todavía había alguien que no nos estuviera observando, con esto ya todos los presentes lo hacían —¡Regresa ahora mismo aquí!— exigía —No es posible lo que estoy viendo— y entonces por fin pude identificar la fuente de los gritos, era la voz histérica de la Hermana Clara, sus palabras me indignaron y el color se subió a mi rostro, ella no tenía derecho de insultar a las personas, en especial sin conocerlas —¿No me oyes Iselda? ¿Qué tu alma no tiene valor para ti..?

En medio de una multitud de ojos acusadores, la estridencia de los gritos de la Hermana Clara me pareció insoportable, en especial porque no se trataba sólo de mí, y a pesar de que aún no podía decir que ellos fueran mis amigos, o siquiera decir que los conocía más allá del intercambio de un saludo, ellos no habían cometido ninguna falta que valiera el ser expuestos a el juicio público que esa mujer acababa de desatar.

—Usted no tiene derecho a faltarles al respeto de esa …

Tenía tanta indignación en mi pecho pidiendo salir en forma de reclamo, pero no pude terminar la frase, en ese instante vi a Meskhenet al lado de la Hermana, y algo enorme se atoró en mi garganta, que apenas y me dejaba respirar, “todo debe tener una explicación”, pensé. Sólo que no la encontraba, normalmente mi cabeza hubiera sido inundada con miles de posibilidades al mismo tiempo, sin embargo, en ese momento, no llegaba ninguna... aún, porque en el fondo de mi ser, yo estaba segura que todo debía tener una explicación.

—Se lo dije Hermana Clara— la voz de Meskhenet era nítida, contenía una seguridad que yo no recordaba en ella, no había señales de dudas o arrepentimientos, y eso fue lo que más me indignó —¡Iselda está en terrible peligro!— exclamó con vehemencia, mientras se convertía en una extraña ante mis ojos —Su alma se encuentra en riego mientras mantenga a esa gente a su lado— afirmó mirándome de la misma forma que nos habían observado, por años, el resto de nuestras compañeras.

Esa no era mi Meskhenet, no podía serlo —¡Meskhenet! ¿De qué estás hablando?— pregunté aturdida —Tú también los conoces, qué... — ella no me permitió decir más, la vehemencia que había en cada palabra no dejaba dudas a su acusación.

—Es por eso que he recurrido al auxilio de la Hermana Clarita, no puedo seguir tolerando tú comportamiento licencioso y falto de escrúpulos, si tú no valoras tu alma, yo sí valoro la mía.

Ver el rostro lleno de satisfacción y orgullo de aquella monja que se había empeñado en perseguirnos, sin motivo aparente; aquella que nos acosó durante años, señalándonos como almas corruptas incapaces de alcanzar cualquier tipo de redención; sonriendo ante las palabras de Meskhenet como si de su mejor pupila se tratara, me quebró, hice mi mejor esfuerzo para no llorar y aclaré mi garganta en más de una ocasión antes de seguir.

—Estoy fuera del colegio— mis ojos se sentían calientes por las lágrimas que no iba a dejar salir —En unos días cumpliré 18 años, y usted no es mi tutor legal— mis palabras no se dirigían a la monja, eran para mi amiga, y con cada una de ellas, cruzaban por mi mente imágenes de nuestros mejores recuerdos, todas apagándose como si fueran memorias estropeadas, igual que nuestra relación —Por lo tanto, no puede restringir u opinar a cerca de las personas que yo decida frecuentar, su autoridad sobre mí se limita al aula de clases, y es exclusiva para cuestiones académicas, así que, con o sin su permiso, nosotros nos vamos .

Me di la vuelta, Messalina ya había tomado a Luzige del brazo, y de inmediato me jaló a su lado, para alejarnos con paso rápido del lugar. Yo sólo me concentré en no llorar, a lo lejos se seguían escuchando los estridentes gritos de la Hermana Clara y Meskhenet, pero yo ya no supe lo que decían.

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No supe cuanto caminamos, por primera vez me deje llevar sin poner atención a nada de lo que me rodeaba, me sentía como un cascaron vacío, por lo que mis movimientos fueron mecánicos. Nunca en mi vida me había encontrado tan vulnerable, y sin embargo, no me importó. Sin que yo supiera el cómo o el cuándo, terminamos en una cafetería de tema esotérico, un sitio que posiblemente no hubiera podido encontrar por mi cuenta, y mucho menos me habría atrevido a ingresar, no sin Meskhenet.

El lugar tenía un ambiente intimo, llena de pequeños sofás en lugar de sillas, con una iluminación ámbar contra unas paredes blancas llenas de runas y otros símbolos. Me evocaba un atardecer de mucho tiempo atrás, en el que mi madre escribía afanosamente sobre un pizarrón blanco, de alguna forma era como regresar a un viejo hogar; ese lugar me pareció el refugio perfecto. Nos acomodamos en una de las mesas del fondo, no sentía la necesidad de esconderme, ya que no estaba haciendo nada indebido, pero tampoco quería ser vista.

Al sentarme, Messalina se acomodó a un lado mío y me dio un abrazo, entonces mi fortaleza se derrumbó y comencé a llorar, me sentía muy cansada de todo lo que había estado ocurriendo en las últimas semanas y sencillamente dejé que todo se desbordara. En ningún momento me apresuraron o me pidieron que dejara de llorar, así que, una vez que logré hilar frases completas sin comenzar a llorar de nuevo, les expliqué lo que acababa de suceder, extrañamente, y a pesar de lo sucedido, yo no deseaba verme débil o demasiado sentimental frente a ellos. Pero también quería que entendieran que desde que mis padres murieron, uno de mis apoyos fue Meskhenet, la quería como a una hermana, y no podía entender el porqué había cambiado tanto.

Una vez que estuve más calmada, y ya me había desahogado sin interrupciones, Luzige habló —Vlad sabía que necesitarías apoyo— emitió un gran suspiro que lo hizo ver apenado, aunque no parecía tenerme lastima, lo que me hizo sentir curiosidad —Él nos recomendó que viniéramos a buscarte... hay que tomar en serio sus recomendaciones... él nunca se equivoca... aunque creo que hemos sido nosotros los que detonamos lo sucedido...

—¡No es su culpa!— interrumpí, la cabeza me punzaba, los ojos me escocían y deseaba señalar a un culpable con todo mi corazón, pero ellos no lo eran —Esto es algo que llevaba días germinando... es probable que si no eran ustedes, hubiese sido por cualquier otra razón— esa razón quizás fuera Vlad, pero no podía decirlo, y de cualquier forma, él tampoco era el culpable, y era eso lo que más dolía, todo había sido decisión de Meskhenet, y el motivo me era desconocido, y mi corazón se negaba a siquiera considerar la idea de una traición.