*Amor sin edad * es una novela romántica con toques de comedia, que narra la historia de Juliana, una joven soñadora que se enamora de Francisco, el mejor amigo de su padre. A través de situaciones cómicas y agridulces, Juliana enfrenta la realidad de un amor aparentemente imposible, marcado por la diferencia de edad. Francisco, un hombre encantador y seguro de sí mismo, se ve atrapado en un dilema emocional cuando empieza a notar los sentimientos de Juliana.
La historia también introduce a Nicolás, un amigo cercano de Juliana, quien confiesa su amor por ella, creando un triángulo amoroso lleno de humor, malentendidos y momentos tiernos. A lo largo de la novela, los personajes reflexionan sobre el amor, el destino y las decisiones que nos llevan a encontrar la felicidad, todo envuelto en un tono ligero y entretenido.
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Capítulo 20: Epílogo – Lecciones del Corazón
Los años habían pasado, y Juliana se encontraba ahora en un lugar completamente distinto al que había imaginado cuando era joven. La vida, con su manera peculiar de entrelazar los destinos, la había llevado por caminos inesperados, pero ella no podía estar más agradecida por ello.
Sentada en su terraza, con una vista panorámica de los campos ondulantes que rodeaban su hogar, Juliana sostenía una taza de té entre las manos. El viento suave y cálido del atardecer jugaba con su cabello, y una sensación de paz profunda la envolvía. A su lado, una vieja fotografía descansaba sobre la mesa, mostrándola a ella y a Francisco el día de su boda. Aquel momento, tan lleno de emociones, parecía ahora un recuerdo lejano, pero uno que aún la hacía sonreír.
Juliana recordaba con claridad los dilemas y las confusiones que la habían atormentado en su juventud. En ese entonces, el amor parecía ser un enigma imposible de resolver, un acertijo que se burlaba de sus intentos por entenderlo. Había pasado por altibajos, por momentos de incertidumbre y también por aquellos llenos de risas, pero sobre todo había aprendido una lección fundamental: el amor no era una meta a la que se llegaba tras un largo camino, sino el mismo camino, con todas sus curvas y desvíos.
Con el tiempo, Juliana comprendió que ser fiel a uno mismo era la clave para encontrar la felicidad en cualquier relación. Había llegado a un punto en su vida donde la presión de cumplir con las expectativas de los demás había desaparecido. En su lugar, había emergido una Juliana auténtica, una mujer que había abrazado sus sueños, miedos y esperanzas con valentía.
El amor, tal como ella lo había experimentado, era una mezcla de paciencia, humor y aceptación. Con Francisco había encontrado un compañero que la entendía, que reía con ella en los momentos más inesperados y que compartía su visión de la vida como una aventura constante. Juntos, habían aprendido que no siempre se trataba de grandes gestos o declaraciones dramáticas, sino de los pequeños momentos: una sonrisa compartida, una broma interna, o simplemente el confort de saber que estaban ahí el uno para el otro, día tras día.
Pensando en el pasado, Juliana sonrió al recordar las innumerables situaciones cómicas que habían marcado su relación. Desde su primer encuentro torpe, hasta el viaje desastroso a la boda de un amigo, todo parecía parte de un gran guion escrito por el destino para hacerlos reír, para recordarles que, aunque el amor podía ser serio, la vida debía disfrutarse con una buena dosis de humor.
Incluso en su luna de miel, cuando todo parecía perfecto, la vida había tenido un último truco bajo la manga. Ese había sido el mejor viaje de sus vidas, lleno de descubrimientos y risas.
Juliana miró la fotografía una vez más y luego se levantó, dirigiéndose hacia el pequeño jardín que Francisco había plantado para ella, lleno de flores que ella amaba. Mientras caminaba, reflexionaba sobre las decisiones que había tomado, los amores que había dejado atrás y las amistades que había cultivado. Todo había formado parte de su viaje, enseñándole que la paciencia y la confianza en sí misma eran sus mayores aliadas.
Al llegar al jardín, encontró a Francisco cavando en la tierra, ocupado con lo que parecía ser un nuevo proyecto. Se acercó silenciosamente, observándolo por un momento antes de hablar.
—¿Qué estás haciendo ahora? —preguntó, fingiendo estar sorprendida.
Francisco levantó la vista, sonriendo ampliamente.
—Decidí plantar unos girasoles para ti. Ya sabes, para que tengas algo que te recuerde la luz del sol incluso en los días más nublados.
Juliana soltó una carcajada y negó con la cabeza.
—Siempre encuentras la manera de sorprenderme, ¿verdad?
—Es mi deber mantener las cosas interesantes —respondió él con un guiño.
Juliana se inclinó para darle un beso en la frente, y en ese momento, sintió que todo estaba en su lugar. Su vida no era perfecta, pero era real, llena de momentos que la hacían reír, pensar y, sobre todo, sentir que había encontrado su camino.
Finalmente, mientras el sol comenzaba a ponerse, Juliana se dio cuenta de que lo más importante que había aprendido en todo ese tiempo era que la vida y el amor no eran para entenderse completamente, sino para vivirse con una sonrisa. Y aunque las lecciones del corazón a veces dolían, siempre venían acompañadas de un recordatorio suave: el verdadero amor llega cuando menos se lo espera, y lo mejor es disfrutar del viaje, con todas sus sorpresas y reveses.
—¿Sabes? —dijo Juliana, rompiendo el silencio con un tono juguetón—. Nunca pensé que acabaría casándome contigo después de todo lo que pasó. Pero, estoy contenta de haberlo hecho.
Francisco rió suavemente, levantándose del suelo y sacudiéndose la tierra de las manos.
—Bueno, tampoco pensé que acabaría plantando girasoles para ti, pero aquí estamos.
Juliana lo miró con ternura, sintiendo que todo había valido la pena.
—Aquí estamos —repitió, con una sonrisa que reflejaba toda la paz que sentía en su corazón.
El epílogo concluyó con ambos caminando de regreso a casa, compartiendo un chiste privado que solo ellos entendían, dejando en el aire la idea de que aunque el amor y la vida pueden ser complicados, siempre hay espacio para la risa y la alegría.
Porque, al final, eso es lo que realmente importaba: vivir el momento, amar con todo el corazón y nunca perder el sentido del humor, sin importar lo que la vida arrojara en su camino.
Cada autor tiene el derecho de contar la historia que desea, y la ausencia de contenido sexual no desmerece la obra. Es esencial respetar el trabajo ajeno, especialmente si una novela no se ajusta a los gustos personales. Criticar sin comprender la intención detrás de una obra suele provenir de quienes no han experimentado el reto de escribir. La literatura es un arte en todas sus formas, y cada historia tiene su lugar y propósito.