Imagina tener la oportunidad de reiniciar tu vida, de borrar el pasado y empezar de cero. ¿Qué harías? ¿Cómo te reinventarías?
Me encuentro en ese punto, con la posibilidad de comenzar de nuevo. Me pregunto qué camino tomaría, qué decisiones cambiaría y qué oportunidades aprovecharía.
¿Me esforzaría por reconstruir mis relaciones, o me enfocaría en construir nuevas? ¿Seguiría los mismos pasos o tomaría un nuevo rumbo?
La posibilidad de empezar de nuevo es emocionante y aterradora al mismo tiempo. Pero estoy listo para enfrentar el desafío y ver hacia dónde me lleva este nuevo comienzo.
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Un reencuentro diferente
De repente, la memoria me golpeó con la fuerza de un rayo. Fue así como la conocí la primera vez, en ese mismo salón, esperando el examen. La vi sentada allí, con su mirada tranquila y sus ojos llenos de una luz que me cautivó. Recuerdo que le hablé recién al ingresar, y me reí para mí solo, una risa nerviosa que se escapaba de mis labios.
Pero ahora, la situación era totalmente diferente. Rin estaba en mi vida, llenándola de color y alegría. Y aunque no hubiera sido así, yo ya tenía en mente no volver a cometer los mismos errores. No permitiría que la historia se repitiera, que me dejara llevar por la misma vorágine de emociones que me había consumido en el pasado.
Esta vez, no me dejaría hacer daño. Esta vez, no me dejaría perder. Ella, con su belleza y su misterio, me atraía como un imán, pero yo no me dejaría arrastrar. Había aprendido la lección. Había aprendido a proteger mi corazón, a proteger mi felicidad.
Y aunque la nostalgia me susurrara al oído, recordándome el pasado, yo la silenciaría con la fuerza de mi voluntad. Porque ahora, mi corazón pertenece a Rin, y no permitiré que nada ni nadie lo manche.
Así que me mentalicé en el examen que dentro de poco comenzaría. Me preguntaba cómo estaría Rin, pero sabía que le iría bien.
Ella siempre tenía esa determinación, esa seguridad en sí misma que me inspiraba. En ese momento, una voz me interrumpió, una voz suave y familiar.
Estaba tan mentalizado, tan perdido en mis pensamientos, que no la escuché. De pronto, una mano, un pequeño empujón, me sacó de mi trance.
Rina se acercó a mí, con una sonrisa tímida en su rostro. "Disculpa que te haya hecho eso", dijo, su voz suave y melodiosa, sacándome de mis pensamientos.
Le respondí con gentileza, "No, no importa, estaba distraído. Dime, ¿qué necesitas?" Rina me miró con ojos suplicantes. "Tendrás otro lápiz, ¿verdad? Olvidé el mío".
Sonreí amablemente y revisé mis bolsillos, afortunadamente, tenía uno de repuesto. "Toma", le dije, extendiéndole el lápiz. Rina me sonrió, con una expresión de alivio y gratitud.
"Gracias, eres muy amable", dijo, su voz llena de sinceridad. Yo seguí sonriendo, antes de regresar a nuestro silencio expectante, esperando que comenzara el examen.
Luego de esa breve charla, mi mente seguía divagando. ¿Cómo había cambiado el encuentro entre Rina y yo? La primera vez que nos vimos en este mismo salón, no había pasado nada parecido. Fue un encuentro casual, casi anónimo.
No quise darle mucha importancia a esa reflexión. Tenía que centrarme en el examen que se avecinaba. Intenté apartar esos pensamientos y enfocarme en lo que realmente importaba: demostrar mis conocimientos y obtener una buena calificación.
Justo en ese momento, un profesor entró al salón con los exámenes en la mano. La tensión se palpaba en el ambiente. El profesor, con una mirada seria, empezó a repartir los exámenes, uno por uno. El silencio se apoderó del salón, solo interrumpido por el crujido del papel al ser doblado.
Era hora de concentrarse. Era hora de demostrar todo lo que había aprendido. Y, sobre todo, era hora de dejar atrás las dudas y las incertidumbres. El examen era lo único que importaba en ese momento.
El examen se extendía ante mí como un desafío de tres horas, pero mi mente estaba llena de confianza. Las preguntas, que podrían haber sido un laberinto para otros, se me presentaban como un camino claro y sencillo, gracias al intenso estudio que había compartido con Rin. Sonreí para mis adentros, sabiendo que ambos habíamos trabajado duro y que nuestro esfuerzo nos llevaría al éxito.
En solo dos horas, completé las 100 preguntas, y con una sensación de logro, me acerqué al profesor para entregar mi examen. Luego, me retiré del salón, dejando atrás la presión y la ansiedad que había acumulado durante las semanas de preparación.
Al salir, sentí un gran alivio, como si hubiera dejado atrás un peso que me había estado acompañando durante mucho tiempo. Ahora, solo quedaba esperar los resultados, pero mi confianza en mi preparación y el apoyo incondicional de Rin me llenaban de una esperanza que me hacía sentir optimista.
Sabía que, pase lo que pase, el futuro nos esperaba juntos, y esa certeza me llenaba de alegría. La sensación de haber compartido este camino con alguien que creía en mí me daba la fuerza para enfrentar cualquier resultado, y me hacía saber que, más allá de los números y las calificaciones, habíamos ganado algo mucho más valioso: la confianza en nosotros mismos y en nuestro futuro juntos.
Al salir del salón, no vi a Rin. Supuse que aún estaba dando el examen, así que decidí sentarme en una banca que había en el instituto a esperarla. El ambiente era tranquilo, solo interrumpido por el murmullo de los estudiantes que salían del examen.
De repente, unas manos cubrieron mis ojos. "Adivina quién soy", dijo una voz familiar, con un tono juguetón. No hacía falta escucharla para saber quién era. Sus manos, delicadas y suaves, eran inconfundibles.
"Mmm, tal vez Emiko", dije, con una sonrisa traviesa.
Recibí un pequeño golpe en la cabeza, un golpe que no dolía, pero que me hizo reír. "Cómo que Emiko", dijo Rin, con un puchero que la hacía parecer aún más adorable. "Yo solo atiné a reírme. ¡Hay, sabía que eras tú! No te enojes", comenté.
"Si, claro", respondió Rin, con una sonrisa que se extendía por su rostro. Y, de pronto, ambos nos encontramos riendo a carcajadas, la tensión del examen se disipaba con la alegría de compartir ese momento juntos.
Empezamos a caminar hacia la salida, platicando sobre cómo nos había ido en el examen. Rin me contaba con entusiasmo las preguntas que le habían parecido más difíciles, y yo le contaba mis estrategias para resolver algunos problemas. La conversación fluía con naturalidad, llenándonos de una sensación de complicidad y confianza.
Sin embargo, en un momento dado, noté una mirada fija en nosotros. Algo en esa mirada me puso alerta. Recordé las palabras de la carta que había leído la noche anterior: "Algunas espinas tal vez aparezcan". Un escalofrío recorrió mi espalda. No quería pensar en eso, no quería dejar que la incertidumbre se apoderara de mi mente.
"No dejaré que nadie arruine mi felicidad, y menos la de Rin", me dije a mí mismo con determinación. La felicidad que sentía en ese instante, la alegría de tenerla a mi lado, era algo que no estaba dispuesto a perder.
Seguimos caminando, la mano de Rin en la mía, y me prometí a mí mismo que lucharía por proteger nuestra felicidad, sin importar los obstáculos que se presentaran en nuestro camino.