Un deseo por lo prohibido
Viviendo en un matrimonio lleno de maltratos y abusos, donde su esposo dilapidó la fortuna familia, llevándolos a una crisis muy grave, no tuvo de otra más que hacerse cargo de la familia hasta el extremo de pedírsele lo imposible.
Teniendo que buscar la manera de ayudar a su esposo, un contrato de sumisión puede ser su salvación. En el cual, a cambio de sus "servicios", donde debía de entregársele por completo, deberá hacer algo que su moral y ética le prohíben, todo para conseguir el dinero que tanto necesita...
¿Será que ese contrato es su perdición?
¿O le dará la libertad que tanto ha anhelado?
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Capitulo 9
Lloraron tanto que tenían los párpados hinchados. Sin saber qué hacer miraban a la pared.
Muriel le sugirió a Beatriz buscar al padre de Noah, él podría ayudar.
— Muriel, ese engendro del demonio, no vive en este país desde hace años. No tengo ningún contacto con él.
Sin opciones, y sin tener a quién acudir, estaban pérdidas.
Beatriz miró a Muriel, y una idea algo indecorosa vino a su mente.
Beatriz, siempre quiso una mujer pura, decente, casta, e incapaz de ser infiel, para esposa de su hijo. Ahora, mirando detenidamente a Muriel, y analizando la difícil situación en la que se encontraba, se arrepintió. Quería una nuera atrevida, que salvara la vida de su hijo, sin importar lo que tuviera que hacer. Lo pensó bien, y con un tono de autoridad, le dijo a joven. — Tienes que salvar a tu esposo.
La joven la miró sorprendida. Qué podía hacer ella, si no tenía recursos. Debía mucho dinero por culpa de Noah, y no contaba con ningún ahorro económico.
— No tengo recursos para tal cosa. Eso usted lo sabes, señora.
— Tienes lo necesario para conseguir el dinero de la operación de tu esposo.— hizo énfasis en esa última palabra, y continuó hablando. — Eres joven, y muy hermosa. Cualquier hombre estaría dispuesto a pagar muy bien por ti. Puedes obtener dinero con tan solo disponer de tus atributos.
— No la entiendo, ¿a qué se refiere?— preguntó fingiendo inocencia.
La señora se levantó, caminó unos pasos, luego volvió y se paró frente a ella. — Sé que eres inteligente, sabes bien a lo que me refiero. ¿Qué estaría dispuesta hacer por Noah? Cómo su esposa, tu deber es salvar su vida.— replicó.
— ¿Quieres que me prostituya? ¿Eso es lo que me quieres decir?— preguntó Muriel, indignada y con lágrimas en los ojos.
Beatriz pensando en su hijo, sin importar los principios de la joven y sin saber que una decisión así, podría traer grandes consecuencias. Buscó una forma para persuadir a Muriel. Se arrodilló ante ella, se aferró a sus piernas y empezó a llorar. — Sí, puedes hacerlo. Salva a mi hijo, te lo ruego. Salva a tu esposo de un trágico final. Ayúdame, por favor.
A Muriel se le cayó la venda de los ojos. Jamás supuso escuchar esas palabras de parte de esa señora. Beatriz era la persona que le inculcó la religión. Cada vez que podía le decía; amar y respetar a tu esposo. Cómo era posible que ahora le sugiriera ser infiel.
— Hija mía, ten piedad, somos tu única familia. — continuó Beatriz.
Por si las súplicas de la señora Beatriz no eran suficientes para que Muriel tomara una decisión, el doctor se acercó a ellas con una mala noticia.
Ambas mujeres se supieron de pie. El hombre, con una bata blanca, mostraba preocupación en su rostro.
— Doctor, ¿cómo está mi esposo?
Él bajó la mirada, luego la volvió a levantar. — señoras Brown, si no operamos al paciente en las próximas horas, lamentablemente no se podrá hacer nada.
— No.— gritó Beatriz. Se tiró al suelo, con llantos desenfrenados.
Muriel se dejó caer en la banqueta de golpe. Tenía que tomar una decisión.
1; Salvar la vida de su esposo. El hombre que la maltrata, la humilla, y la ultraja sexualmente.
¿Valdría la pena sacrificar su dignidad, su integridad como mujer, por él? Por un hombre que, al ponerse de pie, tal vez la volverá a maltratar, pero que, era una de las únicas personas cercanas a ella.
2; Ser la sumisa de Yeikol Richardson. Un hombre perfecto ante los demás, pero con una mente perversa y retorcida.
Volviendo en sí, tomó una decisión que probablemente se arrepentiría toda la vida. Se puso de pie y le dijo al doctor.— Prosiga con la operación, yo me encargo del dinero.
Beatriz se sorprendió, ¿de dónde Muriel iba a sacar el dinero? Sin embargo; no le importó lo que ella hiciera, ni con quién se acostara, solo pensó en su hijo.
Muriel se iba del lugar. Caminó unos pasos, y una voz la hizo detener. Respiró profundo, volteó y se mostró tranquila.
— Muriel, pasa por la mansión a darte un baño. Te ves muy demacrada. Con ese aspecto, ahuyentará a los clientes.— soltó sin más.
¡Que descarada la señora! Muriel asintió con la cabeza y continuó su camino.
La joven llegó a la mansión. Estaba desilusionada, triste, y sentía un dolor en el alma.
Llamó a sus compañeras para explicarles lo sucedido, después llamó a su jefe inmediato e hizo lo mismo.
Después de darse un baño, se cambió de ropa y salió de la mansión, directo a la central del Banco. En el trayecto iba pensando en su cruda realidad. Lo analizó mucho y decidió dejar la religión, no podía servir a Dios y al diablo, al mismo tiempo. Y aceptar ser la sumisa de Yeikol Richardson, era estar en las manos del demonio.
Al llegar a dicho sitio, su corazón empezó a latir con fuerza. Sentía sus piernas flaquear, y las manos les sudaban.
Le preguntó a la secretaria por el señor Yeikol Richardson. Esta la miró por encima del hombro, muy intrigada. Era la segunda vez que se presentaba buscando al jefe. Informó a la oficina y espero que dieran la orden de dejarla pasar.
Alfred quedó estupefacto, y maldijo para sus adentros. No imaginó que la señora Brown se volviera a presentar para hablar con el señor. Muy a su pesar, y no porque tuviera algo en contra de Muriel, sino porque no quería conflictos, dijo; — Mi señor, la señora Brown, está aquí.
Yeikol, quien estaba firmando unos documentos, se detuvo. Ahí, con la mirada hacia abajo, observó el papel por varios segundos, tratando de asimilar lo que dijo su asistente. Se había hecho la idea de que no sucedería.
Cambió de postura y miró a Alfred.— Qué pase.
Después de dar la orden, Muriel entró al acogedor lugar. Permaneció de pie en el marco de la puerta. Los saludos, cabizbaja. Alfred le devolvió el saludo, Yeikol solo la observó.