Leya es obligada por su madrastra a casarse con el hijo de los Foster, Edgar.
El joven de 33 años se esconde del mundo después del engaño de su futura esposa.
Sin embargo Leya descubre la verdadera identidad de Edgar...
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15: Un Gracias y el recién nacido amor
—Okey , déjame ir afuera y...
Edgar la sujetó del brazo.
—No quiero que te vayas de mi lado. Porfavor.
— Edgar...
—Ella seguramente se irá dentro de poco.
—Edgar, salgamos y vayamos a demostrarle qué tú ya pasaste página.
—Pero no lo hice.
—Pero ella no tiene que saberlo- sonrió dulcemente —.
— No creo que sea buena idea.
— Está bien, lo entiendo, es muy apresurado, recién diste te primer paso, pero déjame salir y darle una lección.
—¿Que vas a hacer?
—Iré a ... demostrarle que Edgar Foster ya está en otra línea.
Edgar torció su boca.
—¿Harías eso por mí?
—¿Porqué no? Me gustaría al menos ver qué cara pone cuando sepa que ya estás casado.
Edgar le agarró la mano.
— No sé qué me haces ...
Él abrió la puerta y se dirigió hacia el mostrador.
—Edgar, espera joder, qué no me he he subido la cremallera.
Edgar hizo caso omiso y no se detuvo hasta llegar hacia detrás de Miranda. Por suerte el chico qué los había atendido también estaba allí.
Los dedicó una mirada de extrañado.
—¿Acaso los dos salieron de...?
Edgar se apresuró a hablar.
—Me gusta el vestido en mi esposa, pero no me gusta su color, ¿tendría algo más oscuro? —Miró a Leya— No hablo de que sea negro, tal vez un azul oscuro... verdad,amor?
— Sí, uno de color azul sería perfecto...
Miranda giró hacia ellos y quedó sorprendida.
—Edgar...-susurró-.
— Si soy...— Edgar la miró — Miranda?
Ella sonrió. Leya apretó su mano en el momento que vió que Edgar se ponía nervioso.
— Amor... —dijo Leya-.
— Cariño, perdón, ... yo... ella... es solo una conocida. —Le sonrió a Leya —.
A Miranda se le borró la sonrisa.
— Veo que ya tienes una novia...
— Esposa —dijo Leya— Soy su esposa.
—Esposa... -miró a Edgar- vaya... veo qué has estado ocupado...
— Si, bueno,... llorar no es lo mío. Ya sabes lo qué dicen, para qué hacerlo si no vale la pena...
—Edgar yo ... —suspiró— aún estás molesto..
— Descuida. Gracias a eso pude conocer a la mujer de mi vida.— Ambos se miraron y Edgar besó el cachete de Leya— Si no fuera por la escoria como tú y mi primo, no me sentiría tan feliz ahora mismo.
—Edgar... yo... Lo siento mucho... Lo que pasó había sido un malentendido... Alex me obligó a hacerlo— dijo sollozando —...
—¿A sí? ¿Te puso una pistola en la cabeza?
— Edgar yo aún estoy enamorada de...
— Cariño, ¿seguimos?-dijo Leya observandolo-.
—Claro— dijo Edgar apretando sus dientes —.
La chica de la caja le habló a Miranda.
— Lo sentimos, pero no podemos aceptar la devolución sin la etiqueta.
Edgar escuchó y antes de girarse comentó:
— Vaya, nunca me imaginé que quisieras deshacerte de tu ropa Miranda, qué?¿ Alex ya no te consiente?
Miranda se puso roja de vergüenza, mientras qué Edgar y Leya se giraron y volvieron al vestidor.
Leya soltó una carcajada cuando ya estaban lo bastante lejos.
— ¿A qué te sientes mejor? ¡Te luciste! Te ex quedó tan asombrada... ¡Bien echo Edgar! Me encantó la cara qué puso cuando...
Edgar se acercó a ella y la besó está vez en la boca. Su mano se encontró con la espalda descubierta de Leya , y la acarició sintiendo su piel caliente.
Después de unos segundos, Edgar se separó y la miró a los ojos.
— Yo... Estoy empezando a sentir... cosas por ti Leya...
Leya quedó mirándolo con la boca abierta.
Luego de unos segundos reaccionó.
—Pues yo.... Vaya —aclaró la garganta — Edgar, comprendo porque te sientes así... Soy ... la persona que qué intenta sacarte de dónde estás pero... no soy más que eso... Nuestro matrimonio... no , no es real
Edgar apretó los labios y después de un momento se rió.
— L-Lo sé Leya... sólo... qué... con lo de sentir me refería a qué me siento agradecido... Gracias por... estar conmigo... De verdad...
Leya le sonrió.
—No es nada...
— No, de verdad... yo... puedo hacer las cosas sólo si es contigo... Me vuelves... diferente. Gracias.
Leya observó los ojos de Edgar. Su celeste mirada le hizo saber qué estaba diciendo la verdad.
—De nada.
Edgar sintió un nudo en la garganta. La voz del muchacho hizo a Leya distraerse.
— ¿Qué les parece este vestido?
Edgar bajó la mirada hacía el suelo, se sintió apenado, no podía descifrar con certeza qué era lo qué sentía.
Tal vez Leya tenía razón.