A los dieciséis años, fui obligada a casarme con Dante Moretti, un hombre catorce años mayor, poderoso y distante.
En sus ojos, nuestro matrimonio era solo un contrato; en los míos, era amor.
Fui enviada al extranjero para estudiar y, durante cinco años, viví con la esperanza de que algún día él realmente me viera.
Ahora, graduada y decidida, he vuelto a Florencia.
Pero lo que encuentro me destruye: mi esposo tiene a otra mujer y planea casarse de nuevo.
Solo que esta vez no será a su manera. Ya no soy la chica ingenua que dejó partir.
He vuelto para reclamar lo que es mío: el nombre, la fortuna, el respeto… y quizá, mi lugar en su cama y en su corazón.
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Capítulo 6
(Punto de vista de Mellinda)
Ni siquiera sé por qué vine.
Tal vez orgullo, tal vez ira... o tal vez porque una parte de mí todavía esperaba que él dijera que todo era un malentendido.
El portón de Villa Moretti se abrió despacio y el sonido metálico pareció burlarse de mí.
Un año, Mellinda, un año creyendo que él era tuyo.
Mi pecho ardía, pero mantuve la cabeza erguida —como siempre.
Cuando entré, el olor familiar a madera y vino me golpeó de lleno. Todo igual.
Hasta que él apareció.
Dante Moretti.
De traje oscuro, la mirada firme, el rostro impasible —como si nada, absolutamente nada, pudiera afectarlo.
Pero yo vi.
En sus ojos, había frialdad, pero también culpa.
—Mellinda… —dijo, con esa voz grave que siempre me desarmaba. —No esperaba verte aquí.
—Me imagino —respondí, cruzando los brazos. —Pero necesitaba escucharlo de ti.
Él vaciló por un instante antes de pedirme que lo acompañara hasta el despacho.
El camino pareció interminable. Cada paso resonaba como el sonido de un adiós.
Así que la puerta se cerró, las palabras escaparon.
—Entonces es verdad. Estás casado.
Él se quedó en silencio por unos segundos que parecieron horas.
—No quise engañarte, Mellinda. La situación es… complicada.
Complicada.
La palabra me hizo reír —una risa amarga, cortante.
—¿Dormir conmigo mientras eras marido de otra es qué? ¿Un accidente?
Él suspiró, pasó la mano por el cabello.
—No nos casamos por amor. Era un matrimonio por conveniencia.
—¿Y ahora? —pregunté, con el corazón latiendo con fuerza en el pecho. —¿Ahora que ella volvió, vas a cumplir tu deber de marido?
Dante me miró de una manera que nunca había visto antes. Una mirada pesada, demasiado sincera para ser fingimiento.
—No puedo dejarla, Mellinda.
Esas palabras me desgarraron.
Dolieron más que cualquier traición.
Él podía haber mentido. Haber dicho que todavía me amaba. Haberme dado una esperanza.
Pero no.
—Entonces eso es todo —murmuré. —Yo solo fui un error.
—Nunca fuiste un error —respondió, bajito. —Necesito tiempo para resolver esto.
Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió.
Y allí estaba ella.
Una mujer de mirada curiosa, cabello suelto, una sonrisa dulce… y una bandeja de café en las manos.
Ella parecía salida de un sueño. O de una pesadilla.
Una mujer unos 10 u 11 años más joven que yo.
(Punto de vista de Bianca)
Yo debería estar durmiendo. Pero el sonido de voces bajas viniendo del despacho me dejó inquieta.
No era hora de que nadie estuviera allí.
Entonces tomé la bandeja de café —una excusa conveniente— y fui hasta allá.
Cuando empujé la puerta, el aire pareció cambiar.
Él estaba allí, y con él… una mujer.
Alta, elegante, el tipo de belleza madura que se asegura de ser notada.
—Buenos días —dije, sonriendo. —Traje café.
Ellos me miraron al mismo tiempo. Dante pareció tenso. La mujer, incómoda.
Perfecto.
—Esta es Mellinda Santori —dijo él, demasiado rápido. —Una antigua socia de negocios.
Fingí sorpresa, como si no supiera nada.
—Qué interesante… encantada. —Y añadí, con una sonrisa gentil: —Soy Bianca Moretti, esposa de Dante.
La mujer palideció. Casi pude oír su orgullo resquebrajándose.
Dante, visiblemente incómodo. El silencio fue interrumpido por el toque del celular de Dante que impaciente atendió. murmuró algo sobre tener una reunión —necesito atender, ya vuelvo. Habla con un tono preocupado y salió de la sala.
Y entonces, quedamos solas.
Ella me miró de arriba abajo, y el silencio entre nosotras se volvió espeso, como si el aire tuviera peso.
Yo respiré hondo y me acerqué un poco.
—Entonces eres tú —dije, calmadamente. —La tía que anda abriendo las piernas para mi marido.
El choque en sus ojos fue delicioso.
—¿Cómo te atreves? —replicó, la voz fallando de rabia. —Te haces la santa delante de él, pero no eres más que una niñita insolente.
Sonreí.
—Tal vez. Pero soy la niñita con quien él está casado. Y eso, querida, es un detalle que ni siquiera tú puedes borrar.
Ella me miró con tanto odio que casi sentí pena. Casi.
—Él no te ama.
—Tal vez no —respondí, con la calma de quien sabe lo que quiere. —Pero va a amar.
Hablé despacio, mirándola a los ojos, palabra por palabra.
—Porque voy a luchar por él. Y nadie —nadie— se va a interponer en mi camino.
Ella salió, furiosa, y el sonido de sus tacones resonó por el pasillo como aplausos a mi triunfo silencioso.
Me quedé parada, el corazón acelerado, la sangre hirviendo…
Y entonces miré hacia la puerta.
Sabía que Dante descubriría todo.
Pero no me arrepentía.
Él era mi marido.
Y, por más que el mundo entero intentara quitármelo…
yo no iba a dejarlo.