Mariana siempre fue una joven independiente, determinada y llena de sueños. Trabajaba en una cafetería durante el día y estudiaba arquitectura por las noches, y se las arreglaba sola en una rutina dura, viviendo con sus tíos desde que sus padres se mudaron al extranjero.
Sin embargo, su mundo se derrumba cuando decide revelar un secreto que había guardado por años: los constantes abusos que sufría por parte de su propio tío. Al intentar protegerse, es expulsada de la casa y, ese mismo día, pierde su trabajo al reaccionar ante un acoso.
Sola, hambrienta y desesperada por las calles de Río de Janeiro, se desmaya en los brazos de Gabriel Ferraz, un millonario reservado que, por un capricho del destino, estaba buscando una madre subrogada. Al ver en Mariana a la mujer perfecta para ese papel —y notar la desesperación en sus ojos—, le hace una propuesta audaz.
Sin hogar, sin trabajo y sin salida, Mariana acepta… sin imaginar que, al decir “sí”, estaba a punto de cambiar para siempre su propia vida —y la de él también.
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Capítulo 16
Capítulo 16 – Entre Sonrisas y Cámaras
Mariana aún sentía los labios hormigueando.
El beso de Gabriel resonaba en su mente como un secreto susurrado con urgencia. Pero, por lo que indicaba, ya no era secreto para nadie.
Percibió algo extraño en cuanto entró al apartamento con él. Gabriel dejó el celular sobre la mesa, y el aparato comenzó a vibrar sin parar. Mensajes, llamadas, notificaciones de aplicaciones.
Él tomó el celular, miró la pantalla por algunos segundos y rió.
— ¿Qué pasó? — preguntó Mariana.
Él giró el celular hacia ella.
Era un titular de sitio de celebridades:
“El magnate Gabriel Souza es captado besando a una morena misteriosa en la puerta de la facultad”
Debajo del titular, una foto nítida del momento exacto en que los labios de Gabriel encontraban los de Mariana. El ángulo perfecto. El clic de un paparazzi invisible.
Ella abrió los ojos desmesuradamente.
— Dios mío… ¿esto es real?
— Parece que sí — respondió él, aún sonriendo. — A ellos les encanta inventar historias. Pero esta vez… ni siquiera necesitaron inventar nada.
— ¿Y no vas a… qué sé yo, preocuparte?
— ¿Por qué? — él se encogió de hombros. — Si eso te incomoda, podemos conversar. Pero si es solo por mí… que hablen. No tengo el menor problema en que el mundo sepa que te besé.
Mariana se quedó en silencio por algunos segundos, sintiendo el pecho calentarse.
Aquel hombre… estaba diferente.
— Bueno — dijo él, mirando el reloj —, va a haber más gente viéndonos juntos hoy. Almuerzo con la familia. Ve a arreglarte. Quiero mostrarte a ellos como eres: linda.
Ella subió a la habitación, nerviosa.
Pero al mismo tiempo… feliz.
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Mariana vistió un vestido midi azul marino, con tirantes finos y un leve brillo satinado. Se puso un tacón bajo y arregló el cabello en ondas sueltas. El maquillaje ligero solo realzaba su belleza natural.
Gabriel, al verla bajar las escaleras, perdió el aliento por un segundo.
— Estás… maravillosa.
— Gracias — dijo ella, un poco tímida.
Él extendió el brazo, y ella lo tomó. Fueron juntos hasta el auto.
El restaurante escogido era elegante, con vista panorámica a la Bahía de Guanabara. La mesa larga ya estaba parcialmente ocupada cuando ellos llegaron. Gustavo y Luísa los recibieron con sonrisas amplias.
— ¡Mariana! — Luísa se levantó para abrazarla — ¡Estoy tan feliz de que hayas venido!
— Todos lo estamos — dijo Gustavo, guiñándole un ojo. — Finalmente tenemos un motivo bonito para reunir a la familia además de negocios.
Pero fue el abuelo de Gabriel quien más sorprendió — de nuevo.
Romeu ya había conocido a Mariana en la cena anterior, y desde entonces, no paraba de hablar de ella para quien quisiera oír. Pero aquella tarde, al verla nuevamente entrando al restaurante de brazos dados con su nieto, una sonrisa diferente iluminó el rostro del viejo hombre.
Él se levantó de la silla con cierta dificultad, acomodó el bastón al lado y abrió los brazos.
— Mi niña… ¡hasta que al fin llegaste! — dijo Romeu, caluroso, abrazando a Mariana con una ternura que raramente demostraba con cualquier persona.
— ¡Hola, Romeu! Qué bueno verte de nuevo — respondió ella, tocada por el cariño.
— Estás aún más bonita que la última vez. ¿Y eso que hace solo qué? ¿Una semana? — bromeó él, arrancando risas de la mesa entera.
Gabriel observaba todo en silencio, levemente impresionado. El abuelo no era de abrirse con facilidad, mucho menos de demostrar afecto en público. Pero con Mariana… él era diferente. Casi dulce.
— Siéntate aquí cerca de mí — dijo Romeu, jalando una silla a su lado. — Quiero oírte contar más sobre aquel proyecto de la facultad que mencionaste el otro día.
— ¿El de la biblioteca comunitaria? — preguntó Mariana, sonriendo.
— Ese mismo. No lo olvidé. Creo que vas a cambiar el mundo aún, niña.
Durante el almuerzo, el clima fue ligero y familiar. Luísa hablaba alto, contando historias graciosas de la facultad. Gustavo molestaba a Gabriel, como de costumbre, arrancando carcajadas de Mariana, los padres de Gabriel, Gustavo y Luísa sonriendo y felices. Y Romeu, a pesar de la edad y la seriedad que cargaba con el nombre de la familia, parecía un niño al lado de ella. Hacía preguntas, escuchaba con atención, daba consejos.
— Me recuerdas a la abuela de ellos— dijo él en cierto momento, la voz embargada. — Fuerte, inteligente, llena de ideas buenas. Solo espero que mi nieto no te deje escapar, como yo la dejé escapar de mis terquedades en la juventud.
Gabriel miró a Mariana en ese instante — y los ojos de él entregaron algo que quizás ni él estuviera listo para admitir.
Algo más allá del contrato.
Algo más allá de la responsabilidad.
Algo… que crecía en silencio.
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Al final del almuerzo, mientras todos se levantaban, Romeu tomó nuevamente la mano de Mariana y dijo, casi en un susurro:
— Si un día no tienes a nadie más, debes saber que me tienes a mí. Ya te considero como una nieta. Y no es solo porque estás con Gabriel… es porque eres especial.
Mariana sonrió, sintiendo los ojos arder.
Ella nunca tuvo un abuelo presente.
Pero, en aquel momento, sintió que había ganado uno — de corazón.