Usurpando A Mi Gemela.

Camino rápido pero observo a la persona que está parada.

El padre de Sebastián.

—Hola, nuera. —Me saluda, y me acerco a saludarlo.

—Vi pasar a mi suegra y a mi cuñada, ¿todo bien?

—No sé, pero de un momento a otro me hicieron viajar en minutos. Estamos aquí, tú dime, ¿todo bien?

—Sí.

—Qué bueno. —Me sonríe, y de toda la familia es el único que me cae bien.

—¿Ahora qué buscas? ¿Enredar a mi padre? —Me dice Dalila.

—Dalila, deja de decir incoherencias. —Le dice su padre.

—Solo digo la verdad. A ti te gustan las jovencitas y a Carina los hombres con dinero.

Dice y me río fuerte, haciendo que ella me vea.

—Pobre de Dalila, está con un hombre que no quiere porque al que en verdad quiere es a...

—¡Cállate, cállate, maldita seas! —Me grita viendo a los lados.

Sebastián llega junto a su madre para ver el alboroto.

—¿Qué está sucediendo aquí? —Pregunta Sebastián.

—Carina encuentra cualquier momento para hacerme sentir mal.

—Padre, lleve a mi madre y a Dalila. —Le dice Sebastián, y Dalila camina hacia él.

—Ven con nosotros. —Le dice ella, y la madre me ve mal, de pies a cabeza me escanea.

—Deja de meter a mi hijo en tus enredos.

—Madre, ya les dije que este no es el lugar. Vayan a la casa, cuando yo termine aquí iré con ustedes.

—Santi, vamos ahora. —Insiste Dalila.

—Padre.

Esas palabras de Sebastián bastan para que su padre camine a la salida con la madre y hermana, y entonces este me mire.

—¿Qué? —Le digo cuando no deja de verme.

—Ya está, esto es lo que querías.

—No sé de qué me hablas. —Le digo caminando a la sala de juntas, pero él me sujeta.

—¿Crees que soy un imbécil? Claro que me di cuenta de que la novia de Gabriel grabó para provocar a mi familia.

—Corre, ve detrás de tu mami y hermana, a mí no me reclames nada.

—No es reclamo. —Me dice soltándome.

Caminamos a la par llegando a la sala de juntas.

—¿Dónde está Dalila y la suegra? —Le dice Mónica a Santiago, e ignoro su comentario.

—Carina, espero no te moleste, pero siempre le he dicho así.

—Me imagino que cuando estaba soltero. Como sea, si a él no le molesta no tiene por qué importarme a mí.

—Mañana seguimos con esto. Ve a atender a tu familia que vino a verte. —Dice Mónica y Sebastián se levanta serio. Soy la primera en salir.

Mi celular suena de un número desconocido.

—Soy Luz, tengo mis contactos y conseguí tu número... es broma, tú me la diste ayer. —Dice riéndose.

—Las brujas ya llegaron. —Le susurro.

—¿Qué? ¿Tan rápido? Esas escobas no vuelan, se teletransportan.

Dice y me río fuerte.

—Si ya dejaste de hablar de mi madre y hermana, ¿podemos irnos? —Me dice Sebastián detrás.

—Cambio y fuera. —Dice Luz colgando la llamada.

Volteo a verlo y me mira serio.

—Te llevaré para que te quedes con Luz.

—Quiero ir donde tus padres, al menos quiero defenderme.

—¿De quién?

—Dime si me llevarás o tengo que ver la forma de llegar sola.

—Vamos. —Me dice, y salimos juntos. El chofer nos espera y agradezco que no tengamos que regresarnos en moto.

El camino de regreso se me hace eterno. Cuando llegamos, su padre está afuera observando el cartel.

—Muy bonito. —Dice señalando.

Entramos y la cara de su madre y hermana me hace sonreír, ya que como siempre los pétalos y las velas están intactas; es como si alguien se esmerara en que todos los días estuviera perfecto.

—Hablaremos solo la familia, ¿qué hace Carina aquí? —Le dice su madre molesta.

—Al ser esposa de Sebastián paso a ser de la familia.

—Eso no, en tus sueños. Jamás lo serás. —Dice Dalila.

—Ya basta. Para empezar no sé qué hacen aquí, en ningún momento las llamé. —Les dice Sebastián molesto.

—Yo no tengo por qué pedir permiso para venir. —Se impone su madre.

—Entonces váyanse a un hotel. —La enfrenta Sebastián.

—Ya mamá, no quiero que peleen, eso es lo que ella quiere. —Dice Dalila mirándome a mí, y yo miro a los lados buscando de quién habla.

—Hablo de ti. Ahora entiendo por qué congeniaste con esa zorra.

—Dalila, no lo volveré a repetir. Ten cuidado cómo te expresas.—Sebastian le dice más serio.

—Solo digo la verdad, hermano. La novia de Gabriel es una cualquiera y por eso se lleva bien con Carina.

—Ahora entiendo por qué te llevas bien con Mónica... las dos están detrás del mismo...

No termino de hablar ya que Dalila me empuja queriendo agarrarme del cabello.

—¿Quién te crees para hablar así de mí y de ella? —Me dice, y me logro soltar dándole un empujón que la hace caerse. Se levanta y yo camino hacia ella, dándole otro empujón que la manda al piso nuevamente y ella me ve con miedo.

—Si das el primer golpe quiere decir que estás dispuesta a recibir también.

—¿Estás amenazando a mi hija? —Se interpone su madre.

—Solo le estoy diciendo que la próxima vez debe tener cuidado a quién tiene enfrente.

—A una puta, zorra igual que su nueva amiga.

Grita Dalila que se levanta, y sin pensarlo le doy otro empujón y quiero golpearla, pero me sujetan de la cintura. Intento soltarme pero el brazo de Sebastián es fuerte.

—Ya basta. —Dice Sebastián y yo pataleo queriendo soltarme.

Dalila llora en el suelo sin dejar de ver a Sebastián.

Su madre se acerca e intenta golpearme aprovechando que Sebastián me tiene sujeta.

—Madre, ten cuidado con lo que haces.

—Acaba de golpear a tu hermana, ¿a quién de las dos defenderás?

—¿Mujer, de qué hablas? —Le pregunta el padre de Sebastián.

—Sebastián, suéltame. —Le digo, y me suelta pero sin soltar mi brazo.

—Decide. —Le dice su madre, y Sebastián se mantiene serio.

Sebastián ayuda a Dalila para que se levante y ella limpia sus lágrimas.

—Ves con nuestra madre. —Le dice, y ella asiente sujetando del brazo a su madre. Su padre asiente saliendo.

—¿Para eso querías venir? —Me pregunta Sebastián serio cuando quedamos solos.

—Si piensas que me iba a quedar quieta para que tu hermana y tu madre me pisotearan estás muy equivocado.

—Nunca dije eso. Pero... ¿en serio era necesario pelear con Dalila? Ya te lo dije, solo es una adolescente que hace y dice cosas sin pensar.

—Pues conmigo debe pensar las cosas, porque si tu madre no la educó, lo haré yo.

—¿Siempre será así? —Me pregunta y levanto mis hombros.

 El camina hacia el cuarto.

—Por cierto, una pregunta: ¿ustedes sí son hermanos? A lo que voy... ¿o sea, de papá y mamá?

—Sí, ¿por qué? —Me pregunta con esa mirada de duda.

Su reacción lo delata.

—Porque no se parecen.

Lo digo, sosteniéndole la mirada.

Y sé que entendió lo que acabo de insinuar.

Ahí se tensa todo.

Silencio.

Casi puedo escuchar cómo se le corta la respiración.