En un mundo dónde el sol es un verdugo que hierve la superficie y desata monstruos.
Para los últimos descendientes de la humanidad, la noche es el único refugio.
Elara, una erudita con genes gatunos de la élite, vive en una torre de privilegios y olvido. Va en busca de Kael, un cínico y letal zorro carroñero de los barrios bajos, el único que puede ayudarla a encontrar el antídoto para salvar a su pequeño y moribundo hermano.
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Capitulo 6: La tripulación del barco.
Kael vio llegar a Elara y se acercó.
—Llegas a tiempo —dijo, sus ojos evaluándola de pies a cabeza. Iba vestida con un traje de supervivencia funcional—. Hay alguien a quien debes conocer.
Hizo un gesto, y una mujer que estaba ajustando unos sensores en el frontal del reptador se enderezó y caminó hacia ellos. Era alta y atlética, moviéndose con una gracia contenida y poderosa que Elara asoció al instante con un depredador. Su cabello, completamente liso y de un color plateado que brillaba como la luz de luna sobre el metal, caía sobre los hombros de un traje táctico oscuro. Su piel era blanca como el alabastro, y sus ojos, de un gris pálido casi transparente, la evaluaron con una intensidad que le erizó la piel. Su herencia Gen-Lupus era evidente en su porte alerta y en la forma en que su mirada parecía analizarlo todo a la vez.
—Elara, esta es Rhea —la presentó Kael—. La segunda al mando. Ella se asegurará de que no seas un lastre.
Rhea no sonrió. Su rostro mostraba una serena y decidida autoridad. Hizo un leve gesto de cabeza hacia Elara, un reconocimiento, no una bienvenida.
—Tu botín es de buena calidad —dijo Rhea, su voz clara y controlada, pero con un timbre grave—. Jax está encantado con las baterías. Pero el equipo no te mantendrá viva ahí fuera. La obediencia sí. Kael da las órdenes. Yo me aseguro de que se cumplan. ¿Entendido?
—Entendido —respondió Elara, manteniendo su mirada. Sintió la prueba, la sutil afirmación de jerarquía y la advertencia. Pero también vio en los ojos de Rhea una devoción inquebrantable cuando miró a Kael, una admiración tan profunda que era casi tangible.
—Jax, Orion, terminen la carga —ordenó Kael. Un Gen-Talpa pequeño y robusto, cubierto de grasa, saludó desde el motor del reptador. A su lado, el corpulento Gen-Ursidae que Elara reconoció como el barman del Sumidero, levantó una caja de municiones como si no pesara nada y la aseguró en el compartimento trasero.
Durante la siguiente hora, Elara observó cómo la tripulación trabajaba como un solo organismo. Rhea se movía por todas partes, comprobando los niveles de energía, supervisando la distribución del peso, probando las comunicaciones. Su fuerza no era solo física; era la fuerza de la competencia y la confianza. A pesar de su frialdad, Elara no pudo evitar sentir una punzada de admiración por ella.
Finalmente, Kael dio la orden. —Es la hora. Embarquen.
El interior del reptador era funcional y claustrofóbico. Había cuatro asientos: dos delante para el piloto y el copiloto, y dos justo detrás. Rhea ocupó el asiento del copiloto, sus dedos moviéndose con rapidez sobre la consola de navegación. Kael se sentó al volante. Elara tomó uno de los asientos traseros, sintiéndose más extraña y fuera de lugar que nunca. Orion ocupó el puesto del artillero en la parte trasera.
—Jax, abre el portón —dijo Kael por el comunicador.
Con un chirrido agónico de metal protestando, el inmenso portón del hangar comenzó a levantarse, revelando la noche. No era la noche domesticada de Ciudad Perdida, sino una oscuridad vasta, silenciosa y amenazadora que se extendía sobre un paisaje de rocas afiladas y arena negra bajo un cielo sin luna.
Kael encendió el motor. El zumbido de las nuevas baterías de energía era un ronroneo suave y potente, una promesa de poder. El reptador avanzó, saliendo del hangar y adentrándose en las tierras baldías.
Elara miró hacia atrás, viendo cómo el portón se cerraba, sellando el único hogar que había conocido. La luz de la ciudad desapareció, dejándolos solos, una pequeña cápsula de metal y esperanza en un mar de oscuridad infinita.