Arenas Del Destino

Era de madrugada, el campamento ya dormía, Sámira permanecía despierta con los ojos clavados en la lona de la tienda. El murmullo lejano de los hombres alrededor del fuego se había apagado hacía rato, y solo quedaba el silbido del viento golpeando las telas.

Su estómago estaba vacío, pero lo que más le pesaba no era el hambre, sino el miedo. Cada vez que pensaba en el jeque Azizzi, en su mirada pesada y en su piel ajada por los años, sentía que la respiración se le cortaba. No quería ser su esposa. No quería ser la segunda sombra en la casa de un hombre que podría ser su abuelo.

Giró la cabeza. Fatima dormía profundamente a su lado. Farid su padre no estaba. Sámira apretó los puños con fuerza. Si se quedaba, tarde o temprano el certificado de salud llegaría, y entonces no habría escapatoria.

El recuerdo de las palabras de la doctora aun le dolia. Esto te dará unos días… intenta hablar con tu madre. Pero su madre no la ayudaría, estaba claro. Para Laila no había más opciones que la obediencia.

Sámira sintió un nudo en la garganta.

—No quiero obedecer —susurró apenas, como si se diera permiso por primera vez a decirlo en voz alta.

El corazón le latía con violencia mientras se incorporaba despacio. Se vistió en silencio, recogió la bolsa de tela donde había guardado algunos dátiles y un odre con agua.

Con pasos ligeros, salió de la tienda. Las estrellas parecían más nítidas que nunca, como si iluminaran el camino que estaba a punto de tomar. El aire frío del desierto le golpeó la piel y la hizo temblar, pero también la despejó.

El campamento estaba en silencio. Algunas cabras dormitaban cerca de las cuerdas que las sujetaban. Su padre había salido horas antes con parte del rebaño, y eso le daba una mínima ventaja.

Sámira se inclinó, desató a una de las cabras más jóvenes y la acarició suavemente para que no balara. La usaría como excusa por si alguien la descubría; diría que había salido a vigilar. Pero en el fondo sabía que esa era su última oportunidad.

Cruzó la línea de tiendas con el corazón golpeándole en los oídos. Cada paso era un desafío, un reto al destino. Una vez fuera, miró hacia las dunas y se detuvo un instante.

Respiró hondo.

—Si me quedo, muero —se dijo—. Si me voy, tal vez viva.

Y sin volver la vista atrás, comenzó a caminar en dirección a la frontera.

Mientras Sámira caminaba por el desierto comenzó a pensar en su mala suerte.

¿ Porque todo tenia que costarle tanto?, se preguntó.

Sabía que si su padre la encontraba la azotaria sin piedad pero aun asi no podía quedarse ahi.

¿ Porque una mujer no podía escoger a su compañero?, si ella sería quien pasara toda la vida junto a él.

Su destino era la frontera de Jaddara, ya lo habia decidido. Wadi Al-Rimal limitaba al norte con Jaddara y al oeste con Durham. Su padre seguramente pensaría qué iría hacia Rhaydan.

Sámira comió un dátil, mientras caminaba, se suponía que si había tomado el camino correcto llegaría a Nour Al-Qamar (La Luz de la Luna), era un pequeño abrevadero natural formado entre las montañas, camino sin detenerse durante horas, al amanecer se detuvo un rato para descansar y luego siguio caminando.

Una ráfaga de viento arenoso especialmente violenta estuvo a punto de hacerle perder el equilibrio a Sámira cuando a lo lejos vio las montañas de Nour

Contaba la leyenda de Nour Al-Qamar que hacia siglos cuando las dunas eran jóvenes y las estrellas caían mas cerca de la tierra, el joven Layth, un joven de corazón noble y Amira la hija de un anciano sabio del desierto sedientos vagaban por el desierto.

Una noche guiados por una estrella particularmente brillante que surgió sobre el horizonte y se encontraron en las montañas de Nour Al-Qamar de manera repentina.

Según la leyenda el brillo de las montañas se volvió mas intenso, como si la propia naturaleza aprobara ese encuentro prohibido y el agua comenzó a brotar y asi nacio el abrevadero.

Allí entre montañas y arena iluminados por el brillo de Nour Al-Qamar, compartieron historias y sueños.

Según cuentan los ancianos las almas de Layth y Amira se fusionaron con el abrevadero y que si uno mira fijamente las aguas de Nour Al-Qamar puede ver dos figuras danzando bajo la luz de las estrellas, recordando que el amor verdadero siempre encuentra su camino. Desde entonces, creen que si dos almas se cruzan bajo la luz de Nour Al-Qamar, su amor será eterno y su destino estará escrito en las estrellas...

Mientras tanto Nasser abandonaba la carretera principal y se adentraba en el desierto, pronto anochecería, había decidido detenerse y llegar durante el día a Wadi Al-Rimal.

Samira vio el resplandor del agua y sonrió era de noche, descansaría unas horas ahi y continuaría el viaje, se suponía que desde ese lugar tomando por la antigua ruta de los camellos se tardaba medio día en cruzar a Jaddara.

Sámira se acercó al agua, junto y bebió era tan refrescante, estaba absorta en el paisaje y no escucho los pasos detrás de ella.

La pequeña cabra comenzó a balar, Sámira giro y vio una figura imponente era un hombre, parado detras de ella, examinándola. Se preguntó si tendría muy mal aspecto. Tenía pelo enredado y estaba segura de que su cara estaría manchada de polvo después de la caminata era mera vanidad femenina, nada que ver con el hombre que tenía delante.

—¿Quién eres? —preguntó él—. ¿Qué haces sola aquí?.

— Yo... yo

— ¿ Tú?...

Samira solto a la cabra y echo a correr apenas había recorrido diez metros cuando sintió que un brazo la elevaba, apretándola contra su pecho de forma implacable.

—¿Adónde ibas? —preguntó el hombre. Samira intentó zafarse. En vano—. Si sigues resistiéndote, tendré que atarte. Samira notó la fortaleza de su captor, el calor de su cuerpo. Dejó de forcejear. Se apartó el pelo de la cara, lo miró para preguntarle.

—¿Qué quieres de mí?.

—En primer lugar, que quites la rodilla de mi estómago. Samira miró hacia abajo y vio que, en efecto, su rodilla estaba pegada al abdomen del secuestrador. Parecía como si estuviese chocando contra una roca, pero decidió no compartir tal pensamiento. Se limitó a acomodarse . Contuvo la respiración. Era de noche. Estaba sedienta, hambrienta y a merced de quién sabía quién...