Una joven es arrojada a las vías de un tren y su existencia se extingue en un instante. Cuando vuelve a abrir los ojos, no encuentra descanso ni luz, sino el cuerpo de la villana secundaria de la novela que siempre odió. La rabia que arrastraba en su antigua vida despierta ahí, más fría y afilada que nunca.
En ese mundo donde la “santa” es intocable y los héroes juegan a ser salvadores, ella decide convertirse en la sombra que los devore. No quiere redención. No quiere justicia. Solo quiere verlos caer.
¿Podrá quebrar la historia que otros escribieron?
¿Quién detiene a alguien que dejó de creer en la misericordia?
¿Y qué ocurre cuando la oscuridad obtiene un nuevo nombre… y un nuevo rostro?
NovelToon tiene autorización de Mayerli Gutiérrez para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
El despertar del zorro blanco
Ya era lunes y las primeras horas de clase transcurrieron sin mayores incidentes, lo cual en la vida de Ember ya era sospechoso. Cuando llegó el receso, estaba en el patio bebiendo jugo junto a Daniel y Lily, fingiendo normalidad, hasta que una chica de otro curso se acercó con pasos inseguros.
—S-señorita Ember… —dijo con voz temblorosa—. Su madre la está esperando en el salón de visitas.
Ember casi se atragantó.
La chica salió corriendo como si acabara de entregar una sentencia de muerte.
—¿Mi madre…? —susurró—. No. Es muy pronto. Ella todavía no debería aparecer.
El corazón le dio un golpe seco. Se levantó de inmediato.
—Ya vuelvo —dijo a Daniel y Lily, sin dar espacio a preguntas.
Caminó con paso rápido, la tensión subiéndole por la espalda. Frente al salón de visitas se detuvo. Las puertas eran enormes, con detalles dorados demasiado ostentosos incluso para la academia. Tomó aire, se preparó mentalmente… y abrió.
No era su madre.
Era el príncipe Alan.
Estaba de pie, rígido, con el ceño fruncido y los puños apretados, como si hubiera estado esperando ese momento con demasiadas respuestas preparadas.
—Así que este siempre fue tu plan —dijo, con una voz baja y peligrosa.
Ember parpadeó.
—¿De qué hablas? —preguntó, genuinamente confundida—. ¿Qué haces tú aquí? Se supone que debería estar mi madre, no tú.
Alan dio un paso al frente, claramente molesto.
—No te hagas la ingenua. Dejaste de acosarme porque sabías que el compromiso se arreglaría de todas formas.
—¿Compromiso? —repitió Ember, incrédula.
La palabra le cayó encima como un balde de agua helada.
—No mientas —continuó Alan, acercándose demasiado—. Por eso cambiaste. Por eso dejaste de seguirme, de molestarme.
Ember retrocedió un paso, levantando las manos.
—Alan, cálmate. Yo no sabía nada de eso.
—Claro —espetó él—. Qué conveniente.
Antes de que la discusión escalara más, una voz femenina, suave y cargada de autoridad, llenó la sala.
—Pero alégrate, polluelo.
Ambos giraron la cabeza.
Desde el fondo del salón apareció una mujer alta, elegante, con una sonrisa serena que no prometía nada bueno.
—Debes estar feliz, mi niña.
Alary Veylthorne, madre de Ember, había llegado.
—Madre, no quiero comprometerme con Alan —dijo Ember sin rodeos, con la espalda recta y la voz firme.
El silencio cayó pesado.
—¿Cómo dices? —Alary ladeó la cabeza, más sorprendida que molesta—. Vaya… eso explica los rumores.
—¿Qué rumores? —preguntó Ember, frunciendo el ceño.
—Que el príncipe Alan ya no te interesa —respondió con una sonrisa calculada—. Que ahora te atrae el príncipe Daniel. Admito que no es una mala elección. No tendrá el mismo peso político que Alan, pero… —sus ojos brillaron— será mejor. Mi pequeña no me decepciona.
Ember abrió la boca para responder, pero Alary ya había tomado una decisión.
—Señor Lorenzo —dijo con voz autoritaria—. Cancelaremos el compromiso.
De entre las sombras emergió un hombre alto, de porte severo Lorenzo Aurelian. El padre de Alan.
—¿Así de fácil? —preguntó Lorenzo, con frialdad contenida.
—Madre, no estás entendiendo —intervino Ember, conteniéndose—. Te lo diré despacio para que quede claro. No voy a casarme. Ni con Alan. Ni con Daniel.
La sala se tensó.
—¿Qué estás diciendo? —la voz de Alary se volvió peligrosa.
—Ya terminé —respondió Ember.
Sin esperar permiso, dio media vuelta y salió del salón.
Caminó rápido hacia el patio, con el pulso acelerado, pero antes de llegar sintió una mano aferrarse a su brazo.
—¿Qué fue lo que dijiste? —preguntó Alary a su espalda, con un tono helado.
Ember se giró lentamente.
—Dije que no me casaré —repitió, mirándola directo a los ojos.
—¿Qué te pasa? —espetó Alary—. ¿Por qué estás tan agresiva?
—Porque me estás imponiendo una vida que no quiero.
Alary apretó los labios.
—Tu deber es casarte, te guste o no. Y si tú no decides con quién, lo haré yo.
Al escuchar los gritos, los estudiantes que aún permanecían en el patio giraron la cabeza. Los murmullos crecieron como un enjambre, el chisme viajando más rápido que la razón.
El aire se volvió pesado.
—No —dijo Ember despacio—. No me casaré.
La cachetada resonó con un sonido seco, brutal.
El golpe dolió.
Pero lo que realmente se rompió no fue su mejilla.
Fue el límite.
Ember levantó la cabeza con una lentitud antinatural. Cuando volvió a mirar, sus ojos ya no eran los mismos. Algo antiguo despertó en su interior, una presión helada y salvaje que no pertenecía a este tiempo.
Su enojo dejó de ser humano.
Su cabello se tornó plateado, brillando como metal bajo la luz. Sus ojos cambiaron a un azul demasiado claro, casi antinatural. De su cabeza emergieron orejas blancas, elegantes y afiladas, y detrás de ella apareció una cola luminosa que se movía con una calma inquietante. Sus uñas se alargaron, transformándose en garras.
Entonces ocurrió lo peor.
Detrás de Ember, proyectada como una sombra viva, surgió la silueta del Zorro Blanco de la Destrucción. No era sólida, pero su presencia aplastaba el alma. Bastaba mirarla para sentir escalofríos recorrer la espalda.
El patio quedó en absoluto silencio.
Nadie habló.
Nadie se movió.
Algunos retrocedieron sin darse cuenta. Otros temblaron, con el corazón golpeando contra las costillas. Incluso el aire parecía contener la respiración.
No era miedo común.
Era el instinto primitivo gritando una sola cosa:
no provoques a esa criatura.
El Zorro Blanco había despertado.
Alary quedó completamente inmóvil.
Daniel y Lily llegaron justo a tiempo para verlo.
Ember seguía allí, envuelta en aquella forma antinatural. Majestuosa… y al mismo tiempo aterradora. Nadie sabía cómo reaccionar. El aire vibraba con una presión insoportable.
Ember habló.
Pero no hubo palabras comprensibles.
Lo único que escapó de su garganta fue un rugido bajo y peligroso, un sonido que no pertenecía a ningún idioma humano. A más de uno se le heló la sangre.
Entonces, un portal se abrió con un destello oscuro.
Isha saltó de él y cayó con precisión sobre el hombro de Ember. En el mismo instante, la silueta del Zorro Blanco se desvaneció, como si jamás hubiera existido.
Isha giró lentamente la cabeza y clavó los ojos en Alary.
No dijo nada.
No lo necesitaba.
Era una advertencia.
La presión desapareció. Ember volvió a su forma normal, parpadeando un segundo, ligeramente confundida. Pero esa vacilación duró poco. Su expresión se endureció otra vez, fría, controlada.
Tomó a Isha entre sus brazos.
—No quiero verte hoy —dijo sin emoción, dirigiéndose a Alary.
Y sin esperar respuesta, dio media vuelta.
Ember se alejó con paso firme hacia su habitación, ignorando miradas, murmullos y preguntas no formuladas, dejando atrás un silencio pesado.