Corazón Dominante

El sol del mediodía irradiaba con fuerza, pero no me disgustaba. Estaba en el jardín, con el torso desnudo, terminando mi rutina de ejercicios. Sentía el ardor en los músculos y la tensión en los brazos con cada flexión. Los días de malestar quedaron atrás, pero algo dentro mío seguía inquieto. No quería admitirlo, pero el recuerdo borroso de aquel alfa seguía rondando mi mente.

—¡Oppa! —la vocecita entusiasta me sacó de mis pensamientos.

Azul apareció corriendo donde su vestido se ondeaba con el viento y tenía el rostro de emoción. Frenó en seco a mi lado, respirando agitada.

—¡Oppa, oppa! ¿Es cierto lo que dijo la tía abuela?

Tomé una toalla y me la puse en el cuello antes de mirarla con una ceja alzada.

—Depende. ¿Qué dijo esta vez?

—¡Que voy a ir a la escuela! ¿Es verdad?

Di un leve suspiro y esbocé una sonrisa.

—Sí, en unos días buscaré una escuela para ti.

Su reacción fue inmediata. Dio saltitos y giró sobre sí misma como si no pudiera contener su alegría.

—¡Voy a ir a la escuela! ¡Voy a ir a la escuela!

Sacudí la cabeza, divertido. En ese momento, Coral cruzó la puerta del jardín con su porte tranquilo de siempre, vistiendo su uniforme de preparatoria y su coleta alta. Azul corrió hacia ella y se aferró a su mano.

—¡Unnie! ¡Voy a ir a la escuela! Oppa dijo que empezaré pronto.

Coral me miró en busca de confirmación y yo asentí. Se quedó pensativa unos segundos antes de hablar con naturalidad.

—Oppa, si quieres puedo ayudarte a elegir una escuela…

Negué con la cabeza mientras me ponía la camiseta.

—No hace falta. Tienes la preparatoria, los ensayos, las tareas… mejor concéntrate en eso.

Ella dudó un instante, pero luego sonrió con suavidad. El mayor tiempo de Coral estaba en su entrenamiento de aprendiz de una agencia de entretenimiento para convertirse en Idol y si yo necesitaba algo, mi hermana siempre estaría ahí. Azul, por su parte, seguía saltando como si tuviera resortes en los pies.

—¿Y bien? ¿Ya pensaste qué vas a hacer cuando empieces?

Azul levantó los puños con determinación.

—¡Voy a ser la mejor!

Coral le revolvió el cabello corto con cariño, y ambas comenzaron a hablar de lo que Azul quería aprender. Me quedé observándolas, notando lo parecido que éramos los tres. Nuestro cabello negro azabache, herencia de nuestra madre alfa. Nuestros ojos azul lavando, el legado de nuestro padre omega. Ese simple detalle me recordaba lo que habíamos perdido… pero también lo que aún teníamos.

Nosotros no teníamos mucho, solo esta pequeña casa con su jardín, el único rincón en el mundo que llamábamos hogar. Nuestra tía abuela nos abrió sus puertas cuando todo se vino abaja y perdimos a nuestros padres. Su consuelo fue gratificante que no sé qué sería de nosotros sin ella.

Suspiré y las seguí. No podía quedarme más tiempo ahí al notar que la tía abuela salía para avisarnos que el almuerzo estaba listo.

Más tarde, ya en mi habitación, me puse el traje gris oscuro. Camisa sin arrugas, corbata alineada y el cabello peinado hacia un costado. Nada debía estar fuera de lugar. Tomé el maletín y salí rumbo a la universidad. Mi reputación como profesor era impecable en la Facultad de Administración de Negocios Internacionales. Algunos estudiantes se inscribían en mi clase por la materia, otros solo por curiosidad y el resto por mi aspecto. No me importaba la razón, siempre y cuando cumplieran los estándares. Mi aula estaba repleta como siempre. Durante las siguientes dos horas, expuse los temas, formulé preguntas que los obligaban a pensar y marqué pautas para el próximo proyecto.

Al finalizar, despedí a los alumnos y comencé a recoger mis cosas. Sin embargo, un grupo de estudiantes al fondo murmuraban entre ellos, con la mirada fija en una Tablet. Al principio, no les presté atención, hasta que ciertas palabras llamaron mi atención.

—¿Lo viste? El guapísimo Christopher Woo lo hizo otra vez.

—No puedo creer que haya despedido a tantos… y encima alfas.

—Está en todos lados, mira las redes…

Ese nombre resonó en mi mente con fuerza. Christopher Woo. Un escalofrío recorrió mi espalda, acompañado de un mareo repentino. Me sostuve del escritorio, sintiendo la presión de varias miradas sobre mí.

—¿Profesor Park? ¿Se encuentra bien? —preguntó una alumna con preocupación.

Levanté la mano en un gesto tranquilo, indicando que todo estaba en orden.

—Estoy bien, tranquilos. Los veo la siguiente clase…

Pero era mentira. Algo dentro de mí se había alterado. Salí del aula ignorando los murmullos de los estudiantes. En el pasillo, respiré hondo, tratando de calmar el temblor en mis manos. No sirvió de nada. Su nombre seguía repitiéndose en mi mente, encadenado a un recuerdo difuso. Cerré los ojos con frustración y apreté los dientes. ¿Por qué demonios no podía sacármelo de la cabeza?  De alguna manera, deseaba sentir sus feromonas otra vez cuando me envolvió con ellas…

No podía seguir así y decidí ir a la clínica.

La sala de espera estaba más llena de lo habitual, pero apenas presté atención. Mantuve la capucha de mi sudadera gris sobre mi cabeza, sintiéndome atrapado en mi propia piel. Un calor insoportable permanecía en mi cuerpo, seguido de escalofríos. Algo no estaba bien.

Cuando escuché mi nombre, me levanté con rigidez y caminé hacia el consultorio. La doctora, una mujer mayor de expresión serena, me hizo sentar y comenzó con las preguntas de rutina. Y cuando intenté explicar lo que sentía, mi voz salió más tensa de lo esperado.

—No es mi celo. Lo sé. Hubo día en los que tuve fiebre, y ahora el cuerpo me pesa sintiéndome ansioso… es como si algo dentro de mí estuviera fuera de lugar.

Ella tomó notas en silencio y, tras un momento, formuló una pregunta que hizo tensarme al instante.

—¿Tuviste contacto reciente con algún alfa dominante?

Negué de inmediato. Pero en cuanto lo hice, la imagen borrosa de aquel encuentro en el baño apareció en mi mente. Su uniforme, la mirada intensa y sus labios… la forma en que me sostuvo antes de que me desplomara. Apreté los labios, molesto conmigo mismo.

—Hubo un… incidente… Pero no fue nada, apenas me sostuvo unos segundos...

La doctora dejó el bolígrafo sobre la mesa y me miró con calma.

—Eso es suficiente para explicar lo que te pasa.

Fruncí el ceño, confundido.

—¿Me está diciendo que estoy así por haber estado cerca de un alfa? No tiene sentido. No soy como los otros omegas…

—No cualquier alfa —corrigió—. Un dominante. Son biológicamente distintos al igual que tú. Si estabas vulnerable, su presencia pudo haber afectado tu equilibrio.

Un nudo se formó en mi estómago.

—¿Y qué se supone que haga?

—Para estabilizarte, necesitarás exponerte nuevamente a sus feromonas por un tiempo. Es la única manera de recuperar el balance…

Apreté los puños, claramente indignado.

—¿Está diciendo que necesito de ese maldito alfa para sentirme bien? No me haga reír.

Ella suspiró con paciencia.

—Escucha, hace poco un alfa dominante presentó lo mismo que tú y solo pudo aliviarse encontrando al omega que en su caso era uno normal. Últimamente, han aparecido varios casos y esto es lo mejor que puedo recomendarte. Puedes tomar medicamentos, pero no será una solución definitiva.

Me puse de pie de golpe, tomando la receta sin mirarla.

—Gracias doctora, pero encontraré otra manera.

Salí del consultorio con el pecho ardiendo de furia y algo más que no quería nombrar. La idea de necesitar a alguien que ni siquiera recordaba su rostro, me repugnaba.