En un pintoresco pueblo, Victoria Torres, una joven de dieciséis años, se enfrenta a los retos de la vida con sueños e ilusiones. Su mundo cambia drásticamente cuando se enamora de Martín Sierra, el chico más popular de la escuela. Sin embargo, su relación, marcada por el secreto y la rebeldía, culmina en un giro inesperado: un embarazo no planeado. La desilusión y el rechazo de Martín, junto con la furia de su estricto padre, empujan a Victoria a un viaje lleno de sacrificios y desafíos. A pesar de su juventud, toma la valiente decisión de criar a sus tres hijos, luchando por un futuro mejor. Esta es la historia de una madre que, a través del dolor y la adversidad, descubre su fortaleza interior y el verdadero significado del amor y la familia.
Mientras Victoria lucha por sacar adelante a sus trillizos, en la capital un hombre sufre un divorcio por no poder tener hijos. es estéril.
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Capítulo 19
La casa de los Narváez brillaba con una elegancia sobria. Un jardín bien cuidado, luces cálidas y un comedor dispuesto con cristalería fina. Mathias Aguilar llegó puntual, como siempre. Salvador y Delcy, los anfitriones, lo recibieron con una sonrisa abierta y un abrazo sincero.
—¡Mathias, hermano! Qué gusto verte. Adelante, Delcy preparó una cena especial —dijo Salvador, palmoteándole el hombro.
—Gracias por la invitación. Ya me hacía falta una noche tranquila —respondió Mathias, entrando.
La mesa estaba servida con esmero, y quien se encargaba de mantener cada detalle en orden era Lisseth, la empleada de confianza de la familia. Lucía su uniforme limpio, su cabello recogido y una amabilidad constante que parecía iluminar la casa.
—Buenas noches, señor. Bienvenido —saludó ella con respeto.
Mathias le respondió con una sonrisa cordial. Había escuchado varias veces a Salvador hablar con aprecio de Lisseth. Siempre decía que más que una empleada, era casi parte de la familia a pesar de llevar apenas más de un año trabajando con ellos.
Durante la cena, entre el vino, las risas, y una conversación animada sobre negocios y viajes, Mauricio, el pequeño de seis años de los Narváez, se levantó de su silla y se acercó a Lisseth, quien estaba sirviendo las bebidas.
—¿ Lisseth, me pasas más ketchup? Por fa —pidió con su vocecita dulce.
—Claro, que sí —le respondió ella con una sonrisa maternal—. Pero no le digas a tu mamá que le pusiste al arroz.
Todos rieron mientras ella se agachaba para ayudarle a abrir el frasco.
—¿Y cuándo vas a traer a Carlitos y a tus sobrinitos? Dijiste que jugaríamos juntos —insistió Mauricio, con los ojitos curiosos.
Lisseth acarició la cabeza del niño y respondió mientras se enderezaba:
—Pronto, mi niño. Carlitos está grande, pero los trillizos aún son pequeñitos. Apenas van a cumplir trece meses. Todavía no salen mucho, solo cuando es muy necesario.
—¿Tres bebés? —preguntó Delcy, interesada—. ¡Dios mío, debe ser un trabajo de tiempo completo!
—Sí, señora. Mi prima Victoria es una madre muy joven, pero valiente. Yo la ayudo como puedo. Es difícil, pero esos niños son un regalo del cielo.
Mathias, que en ese momento tomaba un sorbo de vino, detuvo la copa a medio camino. Su atención se afinó sin querer.
—¿Tres bebés? —preguntó con tono amable pero curioso—. ¿Son trillizos?
—Sí, señor. Dos niñas y un niño. Hermosos, los tres. Aunque traviesos. Carlitos, mi hijo, los adora. Siempre me pide que los lleve al parque, pero aún no es tiempo. Mi prima está viendo cómo seguir adelante… sola.
Mathias no dijo nada, pero su mente comenzó a construir imágenes. ¿Y si…? No. Era imposible. ¿Cuántas madres jóvenes con trillizos podía haber? Muchas, seguramente.
Pero la semilla ya estaba plantada.
Mientras Mauricio abría emocionado su regalo de cumpleaños —una colección de autos de carreras que Mathias le había traído desde Alemania—, Mathias no pudo evitar sonreír. Le encantaba ver a los niños felices, aunque eso le recordara todo lo que él no pudo tener.
...
En la pensión, al otro lado de la ciudad…
Los pasillos estaban silenciosos. Era tarde y la mayoría de los huéspedes dormían. Victoria se había tomado un baño largo después de dormir a los niños. El agua tibia le había relajado los hombros y la espalda, tensos tras un día entero de juegos, llantos y correteos.
Había organizado cada rincón de la habitación como cada noche. La cuna estaba impecable, los biberones esterilizados, la ropa lista para el día siguiente.
Pero algo la tenía inquieta.
Se sentó al borde de la cama, peinando su cabello húmedo, y miró su cuaderno de notas. Había anotado ideas, posibles trabajos, cosas que podría intentar para ganar algo de dinero.
—No puedo seguir dependiendo de todos… —murmuró con tristeza—. Ya no soy una niña. Mis hijos crecen y merecen algo mejor.
Suspiró. El cansancio le pesaba en los párpados, pero el corazón seguía despierto.
Esa noche, cuando finalmente se entregó al sueño, un rostro la visitó.
Un hombre alto, elegante, de ojos claros y sonrisa serena.
Lo había visto solo una vez, en un pasillo de hospital, cuando su barriga apenas sobresalía. Pero la imagen de él se había quedado grabada. No sabía su nombre, ni por qué su recuerdo regresaba en sueños de vez en cuando… pero en el mundo onírico, ese hombre la miraba con ternura y estiraba los brazos hacia ella.
Victoria despertó con un leve sobresalto.
Se tocó el vientre por costumbre, ya plano después del embarazo. Luego volvió la vista hacia las cunas. Valeria, Valentina y Victor dormían profundamente.
Sonrió, susurrando apenas:
—¿Qué haces tú rondando mis sueños? Si ni siquiera sé quién eres hombre guapo y alto... Su rostro se sonrojó levemente y pensó si algún día ella podría volver a enamorarse, o si alguien se fijaría en ella siendo una mamá soltera.
Se volvió a acomodar en la cama, sin saber que esa noche, en otra casa, el hombre de su sueño había escuchado hablar de sus hijos.
Y el destino, silencioso y paciente, ya se estaba moviendo, lento, pero lo hacía.