La primera regla de la amistad era clara: no tocar al hermano. Y mucho menos si ese hermano era Ethan, el heredero silencioso, la figura sombría que se movía como una sombra en la mansión de mi mejor amiga, Clara.
Yo estaba allí como refugio, huyendo de mi propia vida, buscando en Clara la certeza que había perdido. Pero cada visita a su casa me acercaba más a él.
Ethan no hablaba, pero su presencia era un lenguaje. Podías sentir la frustración acumulada bajo su piel, el resentimiento hacia el mundo que su familia le obligaba a soportar. Y, de alguna forma, ese silencio me llamó.
Sucedió una noche, con Clara durmiendo en el piso de arriba. Me encontró en el pasillo. Su mirada, siempre distante, se clavó en la mía, y supe que la línea entre la lealtad y el deseo se había borrado. Me tomó la cara con brusquedad. Fue un beso robado, cargado de una rabia helada y una necesidad desesperada.
No fue un acto de amor. Fue un acto de traición.
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Capitulo XXII Momento de paz
El drama de la confrontación familiar se disipó tan rápido como había llegado. Mis padres, satisfechos con la sinceridad de Ethan y el destino de su hija como la inesperada heroína de un thriller corporativo, aceptaron su nuevo papel como suegros del heredero Hawthorne. Prometieron volver a sus vidas tranquilas, pero no sin antes arrancar una promesa de una "verdadera" luna de miel.
Al día siguiente, la mansión Hawthorne se sentía extrañamente ligera. El señor Hawthorne, ya en transición de poder, estaba inmerso en la demanda contra Alexander Sterling, buscando activamente pruebas para arruinarlo. Clara, libre de su compromiso y empoderada, trabajaba codo a codo con su padre, asegurando los activos y planeando el futuro.
Ethan, sin embargo, me había arrastrado lejos de todo.
—La empresa es estable. Alexander está en la mira de la ley. Mis padres están ocupados. Y Clara está en su elemento. Ya no hay cómplices, solo marido y mujer. Nos vamos —anunció, con un brillo en los ojos que no había visto desde nuestra primera noche en la terraza.
Dos horas después, estábamos en el jet privado de la familia, volando hacia una isla remota en el Pacífico. El anillo en mi dedo se sentía menos como una cadena y más como un ancla a mi nueva realidad.
Aterrizamos en un paraíso aislado, con playas de arena blanca y aguas turquesas. Ethan había reservado una villa privada, lejos de cualquier rastro de periódicos o juntas directivas.
Esa noche, cenamos en la terraza de nuestra villa, solo con el sonido de las olas como compañía. Ethan me sirvió vino y me miró con una intensidad que era embriagadora.
—Brindo por la luna de miel que merecíamos. Por no tener que hablar de fraudes, ni de chantajes, ni de cláusulas de disolución —dijo Ethan, levantando su copa.
—Brindo porque el matrimonio de conveniencia ha terminado —respondí, chocando mi copa con la suya.
Después de la cena, caminamos por la playa bajo un cielo lleno de estrellas.
—¿Eres feliz, Liv? —preguntó Ethan, deteniéndose y girándome hacia él.
—Estoy donde se supone que debo estar. Estoy casada con mi mejor amigo, mi cómplice. El hombre que me enseñó que la lealtad puede ser la base del amor. Sí, soy feliz.
—Yo también, Sra. Hawthorne. Pero ahora que todo ha terminado...
—¿Qué? —le pregunté.
—Ya no tenemos que fingir que somos solo cómplices cuando estamos con mi padre. Pero, ¿y Alexander? Sigue siendo un fantasma.
—Ya no puede hacernos daño.
—No a la empresa, pero sí a nosotros. Todavía tengo la sensación de que no se ha rendido. Y quiero que estemos protegidos, pase lo que pase.
Ethan me tomó de la mano y me guio de vuelta a la villa. Me sentó en el sofá y se arrodilló frente a mí. Sacó de su bolsillo una pequeña caja de terciopelo.
—El anillo que llevo en mi dedo es un símbolo de una alianza. Este... —Abrió la caja. Dentro, había un anillo solitario, un diamante espectacular que reflejaba la luz de la lámpara. Era impresionante—. Este es el anillo de mi corazón.
—Ethan...
—Este no es el anillo del matrimonio de conveniencia. Es el anillo de mi promesa. Prometo amarte por encima de cualquier negocio, por encima de cualquier apellido. Prometo que la verdad siempre será nuestra única estrategia.
—No tienes que...
—Sí tengo. Porque cuando te lo puse la primera vez, fue una obligación. Ahora, te lo pido. ¿Te casarías conmigo de verdad, Liv? Sin chantajes, sin mentiras, sin empresas en riesgo. Solo nosotros.
Las lágrimas se acumularon en mis ojos. —Sí, Ethan. Sí, me casaría contigo todos los días.
Ethan me quitó el anillo de la alianza y me deslizó el nuevo, el de compromiso, en el dedo. Era perfecto.
Esa noche, nuestra luna de miel fue el verdadero inicio de nuestro matrimonio. El sol que se alzó sobre el Pacífico iluminó a dos personas que habían encontrado el amor en el lugar más improbable: el centro de una conspiración corporativa.
Al regresar a la mansión después de dos semanas de aislamiento paradisíaco, estábamos listos para enfrentar nuestro futuro. Ethan se sentó en su escritorio en la oficina, y yo me senté en el que antes era de Alexander, ahora mi propio espacio de trabajo. La cómplice ahora era socia.
—¿Lista para la primera reunión de planificación, Sra. Hawthorne? —preguntó Ethan, con una sonrisa de lobo.
—Lista, Sr. Hawthorne. Pero, ¿dónde empezamos?
—Empezamos asegurándonos de que Alexander no pueda volver a tocarnos. La policía está a punto de arrestarlo por evasión de impuestos.
—Bien. ¿Y el siguiente paso?
—Tener una boda de verdad. La de la prensa se quedó corta.
—Me gusta ese plan —dije, sintiéndome la mujer más afortunada del mundo.
El fin de nuestra historia era el inicio de la nuestra. Habíamos comenzado como el heredero silencioso y su cómplice, y terminamos como marido y mujer, con un imperio que dirigir, y un amor que había sobrevivido a la peor de las traiciones.